Los hermanos de Oriente han desarrollado una profunda devoción al Espíritu Santo y nos han dejado hermosas oraciones. Oremos con una de ellas: 


"Ven, Espíritu Santo, 
ven, luz verdadera. 
Ven, misterio escondido. 
Ven, realidad inexplicable. 
Ven, felicidad sin fin. 
Ven, esperanza infalible 
de los que serán salvados. 
Ven, tú que despiertas a los que duermen. 
Ven, vida eterna. 
Ven, tesoro sin nombre. 
Ven, persona inconcebible. 
Ven, luz sin ocaso. 
Ven, resurrección de los muertos. 
Ven, oh potente, tú que siempre haces y rehaces todo y todo lo transformas con tu solo poder.
Ven, oh invisible, sutil. 
Ven, tú que permaneces inmóvil, y sin embargo en cada instante te mueves todo entero y vienes a nosotros que estamos en los infiernos, tú que estás por encima de los cielos. 
Ven, oh nombre predilecto y repetido por todas partes, del cual nos es absolutamente imposible expresar su ser o conocer su naturaleza.
Ven, gozo eterno. 
Ven, corona incorruptible. 
Ven, cinturón cristalino, adornado de joyas. 
Ven, púrpura real, verdaderamente soberana. 
Ven, tú que has deseado y deseas mi alma miserable.
Ven, tú el Solo en el solo, porque ya ves, yo estoy solo. 
Ven, tú que has llegado a ser tu mismo deseo en mí, tú que me has hecho desearte, tú absolutamente inaccesible. 
Ven, mi soplo y mi vida. 
Ven, consolación de mi pobre corazón. 
Ven, mi alegría, mi gloria y mi delicia para siempre." 

Simeón, el Nuevo Teólogo