El agua es un símbolo central en el cuarto Evangelio, y representa la acción del Espíritu en nosotros, que viene a cumplir las promesas proféticas de un agua purificadora y vivificadora (Ezequiel 36,25.27; 47,1-12; Zacarías 13,1; lsaías 12,3). La identificación del agua con el Espíritu es evidente en Juan 7,37-39. En Juan 19,28-35 el costado traspasado de Cristo se manifiesta como la fuente del agua viva del Espíritu. En el derramamiento del Espíritu se cumple la misión de Cristo, que ha venido a traer vida en abundancia (Juan 10,10).

El agua del Espíritu, haciendo presente en nosotros a Cristo resucitado, nos hace participar de la vida de la Trinidad (Juan 16,13-15;14,19). Así su iniciativa de amor nos hace fecundos (Juan 15,16), comunicando a los demás la vida del Resucitado. De ese modo participamos de su gloria (Juan 17,22). En el Hijo de Dios hecho carne habita la plenitud de la gracia del Espíritu Santo, y de esa plenitud recibimos nosotros (Juan 1,14.16.17).

Evidentemente, el eje unificador de todos los símbolos del Evangelio de Juan para hablar del Espíritu Santo, es la "vida". Se trata de la vida nueva que reside en la humanidad glorificada de Jesucristo, y que desborda para los que se acercan a él. Unidos a él, los creyentes participan de su fecundidad, derramando la belleza de su vida en el mundo. Jesucristo, como fuente abierta del Espíritu Santo, es manantial de vida, pan de vida, ofrece vida en abundancia.