La muerte repentina a los 54 años de Alfonso Coronel de Palma, uno de los más influyentes laicos católicos en España en las dos últimas décadas, sigue generando reacciones en los medios de comunicación. Publicamos a continuación dos textos que enmarcan su figura. 

Uno es de José Francisco Serrano Oceja, periodista y profesor en la Universidad San Pablo CEU, que lo ha publicado en ReligionConfidencial.

El otro es de Jenaro González del Yerro Valdés es director gerente de la Fundación Madrid Vivo desde 2016 y socio del despacho Cremades & Calvo-Sotelo desde 2010; entre 1993 y 2010 fue secretario general del Consejo de Administración de Radio Popular, donde colaboró estrechamente con Alfonso Coronel de Palma. Lo publica Actuall.

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por Jose Francisco Serrano, en ReligionConfidencial

A veces, escribir es llorar. Como en esta ocasión.

La noticia repentina me llegó de madrugada por un sms de un común amigo. Un sms de esos que hay que leer varias veces trascendiendo la impresión de irrealidad del primer vistazo: “Desde el gran cariño y admiración que te tenía Alfonso Coronel de Palma, que sabes comparto plenamente, te participo la tristísima noticia de su muerte repentina”.

Quien fue presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, de sus obras, y de la Cadena Cope, iniciador de los Congresos Católicos y Vida Pública, había fallecido repentinamente a la edad de cincuenta y cuatro años.

No se trata ahora de escarbar en los años pasados por Alfonso al frente de, permítaseme esa denominación, esas empresas eclesiales tan queridas. Algún día las memorias, o los diarios en forma de descargo de conciencia, reflejarán nombres, episodios, encuentros y desencuentros. Coronel de Palma siempre quiso servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida. Un lema, por cierto, también en algunos momentos puesto por algunos en entredicho.

No es fácil glosar la personalidad de un amigo, de un hombre bueno, con todas las letras de la palabra bueno, simplemente bueno. Si pecó de algo es de una aparente ingenuidad que le hacía ver el lado oscuro de la vida desde la luminaria de la bondad natural, perspectiva propia de quienes no se rinden a la “amartía” que caracteriza el mundo como categoría teológica.

No era un hombre de juicios de valor, lo suyo era admirarse de lo que veía, de lo que oía. Nunca tuvo rencor ni actuó por rencor, aunque fuera injustamente tratado. Nunca perdió ese ejercicio de entender la realidad como un don de Dios. La vida que es admirable, por muy manoseada que se nos aparezca.

Alfonso era un hombre que creía en la gracia de Dios, y por eso tuvo siempre claro lo que significaba la naturaleza del hombre. Como el Papa Francisco, se definía como un pecador que ha sido bendecido, perdonado, por Dios. Amigo de sus amigos, tenía fama de cierto desaliño de indumentaria despreocupación. Sin embargo, sabía de responsabilidades, de bien común y de lo que significa pensar en el otro antes que en sí mismo.

Siempre me sorprendió el espíritu sobrenatural con el que afrontaba los éxitos y los fracasos. Podría poner múltiples ejemplos. No es el momento. Porque creía en la gracia de Dios, principio de esperanza, nunca se rendía. Dios siempre es más y Dios siempre sabe más.

Demostró paciencia con los impacientes, y caridad con los que practicaban un juego demasiado apegado a la tierra. Era un hombre providencial, con una piedad sin afectaciones, recia, española, diríamos. Era un católico en la vida pública que no siempre fue bien comprendido. Creía en su conciencia, apostaba por la conciencia que sobrevuela el trueque político.

Ejemplar padre de familia, su esposa Mercedes, el amor de su vida, y sus hijos hoy nos recuerdan que Alfonso Coronel de Palma pasó haciendo el bien. Y de eso, algunos, somos testigos. Y nunca lo olvidaremos.

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por Jenaro González del Yerro, en Actuall

Dios siempre tiene prisa en llevarse a los mejores. Y Alfonso Coronel de Palma y Martínez-Agulló, a sus 54 años, casado con Merche de la Mata, con quien tenía 6 hijos magníficos, lo era.

Católico y español ejemplar, distinguido con el premio HazteOir.org, fue siempre un gran señor. Desde su señorío trató con igual benevolencia a quienes colaboraron con él con lealtad y a quienes lo hicieron con mayor reserva.

Siendo jovencísimo presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, dio un aldabonazo en la adormecida sociedad católica madrileña con los Congresos “Católicos y Vida Pública”, que supieron alimentar un “ecumenismo católico” siempre tan necesario en nuestros pagos.

Presidió después la eternamente difícil Cadena COPE donde, hasta que le dejaron, trató de que encontrara su sitio, su razón de ser, en la defensa, alegre y fundamentada, de la visión cristiana de la vida, que nunca debió abandonar. 

No puedo dejar de recordar, con una sonrisa, la cara de los comerciales de COPE, siempre a bordo de sus flamantes y gravosos coches, cuando veían a su presidente con el modelo más modesto del mercado.

Supo vivir dándonos, constantemente y a todos, con Merche y sus hijos, un emocionado y ejemplar testimonio de matrimonio y familia cristiana, alegre y feliz

En ambas instituciones, y en su entorno, se le echa mucho de menos. Se dieron demasiada prisa en aventar su poso.

Alfonso, quizá porque las tuvo desde la cuna, nunca necesitó apoyaturas materiales. Le bastó su campechanía. Ejerció su profesión de abogado en importantes Despachos, últimamente en Cremades & Calvo-Sotelo y Crowe Horwath pero, sobre todo, supo vivir dándonos, constantemente y a todos, con Merche y sus hijos, un emocionado y ejemplar testimonio de matrimonio y familia cristiana, alegre y feliz.

En esta sociedad nuestra, tan nimia, atea y materialista, a una persona como Alfonso le estaba costando vivir. No me extraña que se le haya roto el corazón. No le cabía en nuestra insignificancia.

Qué pena de España a la que tan pocos señores como Alfonso Coronel de Palma le van quedando y en la que resulta tan difícil descubrir en el horizonte a quienes se apresten a tomarles el relevo.