El multitudinario funeral por Chema Postigo, padre de los Postigo Pich (18 hijos, 15 actualmente vivos) en el que participaron 4.000 personas, puso de manifiesto la personalidad y la fe que caracterizaron a este católico, esposo y padre.

Personas de todo el mundo viajaron a Barcelona para acompañar a la familia y otros tantos han querido dejar constancia del bien que Chema Postigo hizo en sus vidas. Por su interés, reproducimos algunos de los testimonios llegados a ReL de personas que conocían al padre de los Postigo Pich:


Chema fue una persona magnánima, apasionado por cosas grandes. Expresión de ello es su extensa familia, que ha sacado adelante junto con su amada esposa Rosa con esfuerzo y desvelos constantes, y haciendo de su casa un hogar luminoso y alegre. Allí se fomenta el trabajo, la colaboración, la serenidad, una recia piedad y se aprende a querer.

Magnánimo ha sido también en otra gran pasión: la ayuda a las familias y la educación de los hijos. Recordaremos su infatigable colaboración en asociaciones de padres y madres de alumnos, su trabajo esforzado en cursos de orientación familiar y su acción social en favor de lalibertad de elección de escuela. Todo ello sin escatimar esfuerzos ni importarle realizar fatigosos viajes dentro y fuera del país, y que en ocasiones le han llevado hasta rincones muy lejanos de Latinoamérica, Asía y África.

Chema ha sido también magnánimo con sus amigos, quienes han sido testigos de su amistad perseverante, sincera y leal. Hacía lo imposible por dedicarles tiempo y compartía con ellos todo tipo de cosas buenas; entre ellas algunas simpáticas cartas de su hijo Juanpi, estudiante universitario en Corea del Sur, explicando anécdotas apostólicas. Tampoco dejaba de enviar materiales sobre las intenciones del Papa y la carta mensual del Prelado de Opus Dei, animando a la vida cristiana.

Magnánimo, sobre todo, en su entrega a Dios, sin regatearle nada, buscando santificar el trabajo, llevando con garbo la Cruz y sintiéndose hijo de Dios, como había aprendido de san Josemaría. La clave pudo estar en una profunda vida espiritual centrada en la Eucaristía, la oración y la devoción a la Virgen María.


Conocí a Chema cuando empezaba a tontear con Rosa. Recuerdo su época de novios y su posterior enlace matrimonial. Luego vinieron, las primeras noticias de los nacimientos y fallecimientos de sus primeros hijos, a causa de severas cardiopatías. Verles superar esa etapa crucial en sus vidas fue toda una experiencia. No fue fácil. Lo importante era estar a su lado, no enjuiciar y, rezar por ellos.

Dada nuestra relación de confianza, iniciamos en los 90’s, algunos proyectos empresariales. Ciertamente algo sui generis y, con resultados diversos. Algún buen amigo, irónicamente los denominaba: Los bollos de Chema. Fue un conocernos y tratarnos de otro modo. Profesionalmente, lo podría definir como: Emprendedor compulsivo, bastante aventurero, trabajador y, a falta de pecunias gran negociador de truques e intangibles. Todo contacto comercial era potencial negocio pero, no todos eran viables o realmente rentables. Si lo eran, aparecía como por ensalmo algún socio, que se hacía el listo, pues era ciertamente confiado… franco, noble, austero y caballero. Si perjudicaba involuntariamente a alguien, trataba de compensarle de inmediato o a medio plazo, mediante trueques o componendas harto ingeniosas en ocasiones.

En su apostolado espiritual era perseverantemente, cariñoso y, paciente. Era capaz de detener el tiempo, por conseguir cubrir una plaza más para un curso de retiro en el último minuto o sumar +1 al círculo mensual que coordinaba.

En cierta ocasión tuvo a bien invitarme como ponente, a su célebre ‘Máster de Industrias Carnicas’ pues, tenía un panel de profesores tan ocupados que, a veces le dejaban colgado y debía cubrir con urgencia. Era siempre una oportunidad de reencontrarnos, comer juntos y, conversar. También, fuimos juntos en varias ocasiones, a su voluntariado social del barrio del Raval. Atendía a un matrimonio con dificultades de salud y económicas. Les facilitábamos alimentos y productos de higiene, así como, una desenfadada y amena charla. Alguien muy sabio dijo en una ocasión: “Si quieres encargar algo realmente importante, dáselo a alguien súper ocupado. Siempre sacará o te brindará generosamente su tiempo”. Josemaría (Chema), flexibilizaba y dilataba su tiempo, de forma magistral, por y para los demás. Salía de su gran familia para atender a la sociedad y, retroalimentado, regresaba a entregar lo mejor a los suyos. Encajaba verse con unos y otros, mientras realizaba otra labor, en previsión que le quedaran huecos. Metía imposibles en su agenda que conseguía hacer casi siempre posibles. Si no alcanzaba, siempre se disculpaba educadamente y, ofrecía compensación.

Otra vez, me presentó virtualmente a través de Internet, a dos de sus fuentes documentales de textos espirituales, fueran estos: papales, de la Obra o, de grandes autores. Y, con semejante equipo editamos, maquetamos y, distribuimos por varios continentes, cerca de 300 documentos.

Tampoco dejó pasar la oportunidad de mejorar sus PPT’s de cursos de orientación familiar (COF) y, la elaboración conjunta de Teshuva (Reconciliación). Un curso que utilizaba para sensibilizar a padres de diversos colegios, en favor de dicho sacramento. Me confesaba orgulloso que, era feliz así, al conseguir sus objetivos.

En 2006, se ofreció para ayudarme, en un traslado de despacho. En su gran furgoneta ‘familiar’ conseguimos colocar casi la mitad de la mudanza. Me había prometido una cuadrilla de sus hijos como ayudantes. Yo imaginé a sus mayores pero, se presentó con los más pequeños. Salvamos sin más problemas la situación –gracias a varios ángeles custodios– para acabar celebrándolo con una estupenda comida en el Capitán Cook. Con Josemaría, han sido siempre aventuras pero, con el mejor e inesperado final.

Estuvo cerca de mí, cuando faltó mi padre y, hace casi un año cuando lo hizo mi madre. Recientemente, cuando me encontré hospitalizado. Pese a volar a gran altura, nunca ha perdido el gusto... por ‘los rasantes’.

Doy gracias a Dios por haberlo tratado. Hoy, he aflorado lágrimas, de nostalgia y de alegría. Sé que él, nos tenderá a todos sus dos manos, como hizo durante toda su vida terrenal, hasta ayer. Como aseveran los cartujos:

“Cuando Dios Padre le dio el abrazo de bienvenida a la casa celestial”. ¡Cómo le gustaba ese cuadro ‘catequético’ de Rembrandt!


Me resistía a este momento. No quería escribir sobre Chema. Me parecía que no había papel ni teclado capaces de resistir la energía del trazo que una vida como la de Chema reclama. Siempre por delante, junto con Rosa. Por delante en el amor. Por delante en la entrega. Por delante en la generosidad. Por delante en el dolor. Por delante en la amistad. Por delante en la actividad. Por delante en la contemplación. Por delante… en el Cielo.

Hace más de 25 años, un grupo de matrimonios jóvenes iniciamos con Rosa y Chema la que su suegro, Rafael Pich, llamaba la nueva era de la orientación Familiar, la nueva era de la felicidad para miles y miles de familias. El curso de Primeros Pasos, y el de Primeras Letras y Decisiones y Adolescencia y Amor Matrimonial… Y Chema, con su muñeca, como en la foto, a todas partes, enseñando lo grande y lo pequeño. Enseñando el amor. Lo que quieras aprender, enséñalo, decía Rafael, y a él le resultaba fácil, muy fácil, porque se limitaba a enseñar lo que él era, un corazón inabarcable, sin afán de protagonismo alguno. Hacer y desaparecer, pero desaparecer estando ahí, en la sombra, al servicio de todos.

Nunca un no. Una llamada de Mari Carmen Navarro, desde el Fert: “Chema, nos ha fallado un moderador. Su sesión es dentro de dos horas… en Lleida”. Y Chema cogía su petate, su muñeca, apretaba el corazón entre sus dedos y salía hacia Lérida.

Y, después, los países. Desde la IFFD, federación que coordina los cursos de orientación familiar en todo el mundo, ni siquiera teníamos que llamarle. Brasil, Hong Kong, Corea, Chequia, Eslovaquia, Croacia, Eslovenia, Costa de Marfil, Ucrania y tantos otros. Era él quien llamaba. ¡A la vuelta! Con todo hecho… y muchas veces, nosotros sin saberlo, y todo en marcha. Los lugares más comprometidos. Siempre dispuesto. Con Rosa, la mejor embajadora de la familia, llevando su libro, “¿Como ser feliz con 1,2,3… hijos?” y, con él, la verdadera vida de familia por todo el mundo.

Su última locura fue el Family Enrichment Holidays en Torreciudad. Quince días de vacaciones para los demás. Y Rosa y él sirviendo a las familias que venían de lugares lejanos para formarse como directivos de las actividades de Orientación Familiar en sus países. Recogidas en aeropuertos, viajes arriba y abajo, organización de actividades, sesiones de formación… Y la sonrisa permanente. Nunca pasa nada. Nada te turbe, nada te espante…

Chema tenía un sueño. Y lo vivió con Rosa. Un sueño que -hoy lo está comprobando- es un pensamiento divino: el sueño del amor sin límites. Amor a Rosa, a sus 18 hijos -tres, con él, en el Cielo- y también, en lo que a mí más me ha tocado vivir, a todas las familias del mundo. Quien no ha conocido a alguien como Rosa y Chema difícilmente puede entender la capacidad de expansión del corazón humano, que crece y crece y crece cuando se olvida de sí y se da sin reservas.

Estos días, rezando por la curación de Chema, pensaba que, con diez como Rosa y Chema, daríamos la vuelta a esta ciudad de Barcelona y, desde ella, al mundo entero, para hacer de él la Familia que nunca debió dejar de ser. Chema se sabía miembro de esa familia humana y luchó toda su vida por mantenerla unida y acercarla, uno a uno, corazón a corazón, como han de ser tratadas las personas, al Padre común.

Les confieso una pequeña intimidad: tengo la costumbre de pedir a Dios que me conceda un cachito, aunque sea pequeño, de la virtud más destacada de las personas próximas a mí que nos dejan, en la certeza de que ellas las tienen ya en grado sumo.

Encontrar diez Chemas es un imposible metafísico, pero nos queda Rosa… Con tu permiso, Rosa, me atrevo a pedir a todos cuantos lean estas palabras que hagan como yo y pidan al Señor que les conceda algo, por poco que sea, de Chema. Y quizás entre todos podremos ir colmando poco a poco ese gran vacío que ahora sentimos… y que Chema, irrumpiendo desde su nuevo hogar silenciosa y discretamente, como siempre hacía, sabrá llenar y desbordar con sobreabundancia de todas las cosas buenas que pidamos por su medio.


Conozco a Chema, desde hace muchos años. De hecho, se casó el mismo mes y año que yo.

Le he tratado durante unos 30 años, a través de mi actividad profesional, como corredor de seguros. También, como moderador del FERT, donde entré porque el me lo propuso. He coincido con él en convivencias, reuniones, comidas y, otras muchas ocasiones. Siempre estaba contento, pendiente de los demás, era muy amigo de sus amigos. Una persona de hacer favores a todos, con entusiasmo, en todas las actividades. Siempre que le pedías consejo era muy atinado. Te sentías a gusto a su lado y siempre acompañado. Estoy muy orgulloso de conocerle y contarme entre sus amigos. Para mí, ha sido ejemplar como esposo, como padre de familia y, como súper numerario del Opus Dei. Cuyo espíritu, lo vivía a fondo y con alegría y, te ‘obligaba’ a imitarle.

Ha sido, una gran pérdida a nivel humano, pero, en el convencimiento de que Dios se lo ha llevado en su mejor momento y, que desde el cielo nos ayudará aún más. Empezando por su numerosa familia a quien tanto quería.

¡Que Dios lo tenga en su gloria!


 Conocí a Chema hace muchos años. Trato, no hemos tenido mucho, más bien poco. Pero, siento por él, un gran respeto y cariño. Hemos coincidido en reuniones de colegio, en partidos de fútbol de los niños y, en convivencias con los niños organizadas por el colegio.

Los aspectos que destacaría de su trato, serían: Tenía el don de la facilidad de palabra. Era una persona magnánima y, de gran corazón. Sólo con la mirada – siempre llena de cariño – ya te hablaba. Transmitía mucha paz y seguridad. Era una persona conciliadora. Siempre te regalaba, una palabra amable pero, nunca una palabra de más. Era un hombre entregado a su familia, a los amigos y, a servir a los demás.

D.E.P. Chema. Estoy convencido de que en el cielo estás. Un fuerte abrazo.

 

Miles de personas están siguiendo por las redes sociales una impactante historia de amor, la de Rosa Pich y Chema Postigo. Aquí, en Facebook, basta visitar ¿Cómo ser feliz con 1,2,3 hijos? para que el corazón se quiebre en mil lágrimas.

Rosa y Chema se aman como dos quinceañeros, pero con la fuerza de más de veinte años de felicísimo matrimonio. Se aman en el fruto de dieciocho hijos -han leído bien; dieciocho- que les rodean (unos desde el Cielo y la mayoría a la cabecera de la cama de hospital de Chema). Se aman a pesar de tantas dificultades. Y apoyados por tantísimas alegrías. Se aman también en la experiencia del dolor, tantas veces experimentada. Se aman ahora, que Chema se enfrenta a un cancer repentino que se ha expandido por todo su cuerpo. Y me da que Chema, cuando Dios quiera, se va a marchar al Cielo en un empacho de amor.

Le conocí hace muchos años, cuando yo tenía diecisiete y él un puñadito más. Hicimos juntos un viaje a África que después convertí en el argumento de mi primera novela, en la que Chema -para su sorpresa- es un personaje que ha acompañado a miles de lectores.

Fue en Kenia donde me habló del matrimonio de una manera que me conquistó. Él no lo entendía como el destino habitual de los hombres y las mujeres, sino como un camino especialísimo de encuentro con Dios, una auténtica vocación cristiana de primer orden. De hecho, estaba persuadido de que la santidad del hombre común -como él, como yo- pasaba por el deslumbramiento por una mujer que no sólo iba a convertirse en su esposa, sino en la razón principal de su vivir y en su camino para alcanzar el Cielo, donde ese amor se transformará -cuando los dos lleguen- en una realidad eternamente dichosa.

Poco después de aquel periplo africano, en el que vivimos juntos -además- la muerte heróica de Santiago Eguidazu, Chema conoció a Rosa, con la que no tardó en casarse. Vinieron los hijos, algunos de ellos con una cardiopatía muy grave y todos -los dieciocho- con mucho más que un pan debajo del brazo: con un torrente de dicha.

El hombre de hoy es tan corto de miras (vivimos para nosotros mismos, ocupados y preocupados en el bienestar de nuestra individualidad) que no pocas veces recriminaron a Rosa y a Chema la extraordinaria fecundidad de ese amor, como si la llegada de cada uno de esos niños hubiese sido una ofensa para quienes -pobrecitos amargados- creen que la vida repetida es un insulto. Pero el hombre de hoy, como el de todos los tiempos, no puede prescindir de su capacidad de asombro. Por eso somos muchos más los que nos hemos quedado prendados de esas fotografías en las que Rosa y Chema aparecen, en perfecto orden de mayor a menor, con todos sus hijos. Merece la pena detenerse a observar con detalle el rostro de todos y cada uno de los protagonistas de esos retratos, pues contagian tantas cosas buenas que, de pronto, nos hacen ser mejores personas. Es parte del milagro de la vida. Es parte del milagro de la generosidad sin límites de Rosa y de Chema, especialmente de Rosa.

Nunca me ha faltado la llamada puntual de Chema para felicitarme por mi aniversario de boda. Nunca me ha faltado su consejo. Nunca he dejado de escucharle cuando me relataba sus periplos junto a Rosa, a lo largo y ancho del mundo, en el maravilloso reto de ofrecer su asentada experiencia para hacer de la familia una fuente de felicidad. Y a pesar de que su vida ha sido una entrega completa a los demás en un olvido continuado de sí mismo, en el que el orden de prioridades son su mujer, después sus hijos y después los matrimonios -tantos matrimonios- a los que ayudan, me insisistía en que le llamara cada vez que viajara a Barcelona porque quería recogerme en la estación y llevarme allí donde yo tuviese que ir, para que pudiéramos charlar durante unos minutos.

Chema es un ejemplo para el mundo. Chema es una necesidad para el mundo. Chema es una luz para el mundo, una hoguera, un corazón incandescente. Y Chema es mi amigo, ¡qué orgullo! Y desde la distancia me coloco también a la cabecera de su cama de hospital, y le beso la mano y la frente, y tal vez le humedezca la piel con mis lágrimas, y le pido, te pido Chema, que me ayudes a parecerme un poco más a ti.