Es uno de los más envidiados lugares de búsqueda de paz espiritual, o simplemente de descanso, de la sierra madrileña. Durante todo el año, la hospedería interna de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos acoge a varones que se recogen con una finalidad religiosa (madurar una vocación o reorientar la propia vida hacia Dios), al tiempo que la hospedería externa recibe a huéspedes de ambos sexos que acuden a Cuelgamuros a preparar un examen, huir del bullicio urbano o descansar gozando del incomparable entorno natural que rodea a la Cruz más grande del mundo.

La gente valora mucho la naturaleza y el ambiente de oración, compartir la oración y la vida de los monjes. Éste es un lugar apartado donde se encuentra sosiego, relax, tranquilidad y paz, lejos del mundanal ruido, un lugar ideal para encontrarse a sí mismo, con la posibilidad de participación en la misa y en la liturgia monástica cantadas en gregoriano. La hospedería es además un lugar de discernimiento vocacional, pues la cercanía a la comunidad benedictina y la posibilidad de conocerla más directamente lo facilita mucho”, explica a ReL el hospedero externo.

Precisamente por eso, la hospedería ha mejorado sustancialmente sus tarifas, en un momento además en que, con la llegada del verano, la demanda de plazas se dispara. Los sonidos y el olor del bosque con la fresca del amanecer y con las primeras luces de la noche, paseando bajo el impresionante monumento inaugurado en 1959, siguen siendo un atractivo turístico fuera de lo común, más allá de su evidente significación religiosa.

Uno de los recorridos principales es el viacrucis, limpio de maleza, precioso recorrido natural de varios kilómetros con recoletas capillas de piedra diseminadas a lo largo de las montañas interiores de la finca del Valle. “Se están preparando también rutas de senderismo bajo control de guardabosques”, apunta el monje.

El complejo incluye 220 plazas distribuidas en 2 plantas y 120 habitaciones, todas, salvo las más económicas, con baño completo. Además, bar-cafetería, dos salones-restaurante (uno de ellos el antiguo refectorio monástico, revestido de madera de roble y con lámparas de bronce), ocho salas de reuniones, capilla y garaje gratis. La cocina es casera y tradicional, con un menú del día asequible. “Nuestra intención es desarrollar una nueva zona e ir introduciendo poco a poco un abanico de paquetes y de otras modalidades de oferta que diversifiquen el perfil del huésped tradicional de la hospedería”, añade el fraile.

La entrada al Valle de los Caídos es gratis para los huéspedes durante su estancia en la Hospedería Santa Cruz y para los comensales que reserven mesa en la hospedería externa antes de su llegada.

Por su cercanía a San Lorenzo de El Escorial (12 km), Ávila (55 km) o Segovia (45 km), es además una inmejorable base de operaciones que permite amanecer con el canto de los monjes, desplazarse a esas históricas y artísticas ciudades durante el día, y regresar para cenar, dar un paseo y dormir, de nuevo con la paz del canto gregoriano en el alma.

La hospedería del Valle de los Caídos es la mayor de Europa, y responde a una exigencia de la Regla de San Benito: la hospitalidad. “A todos los huéspedes que llegan al monasterio recíbaseles como al mismo Cristo”, exhorta el padre del monacato.

Y, al partir, es obligado caer en la tentación de unos recuerdos muy singulares. Bibliográficos, como la monumental obra fotográfica El Valle de los Caídos: idea, proyecto, construcción, de Diego Méndez, el arquitecto que concluyó las obras. O espiritosos… como el afamado Alcuino, el licor de los monjes del Valle, de fórmula secreta y, pese a la juventud de la abadía, sabor de siglos.