Vestida de novia hasta los pies, con traje de estilo victoriano y cola de las modistas sevillanas Ángela y Adela y un escotazo de vértigo, Mercedes Alaya renovó ayer, a sus 50 años y después de 30 de matrimonio, sus votos con el auditor Jorge Castro.

La juez sevillana que investiga el caso de los ERE en Andalucía celebró la ceremonia en la iglesia de San Alberto Magno, en el oratorio de San Felipe Neri en Sevilla, en la que hubo empujones y forcejeos para hacer la foto del día y grandes medidas de seguridad.

El cambio de iglesia no fue comunicado a la Basílica del Gran Poder, que figuraba en las invitaciones y donde ayer estaban preparados los reclinatorios para los novios y habían celebrado incluso reuniones con los escoltas para reforzar las medidas de seguridad.

Sin embargo, buscando esquivar la foto, la juez Alaya se convirtió en una especie de novia a la fuga de la prensa.

Envió apenas un par de horas antes del enlace un sms con el cambio de iglesia a los invitados, algo más de un centenar, entre los que había amigos y familiares y solo un par de magistrados: el decano de los jueces de Sevilla, Francisco Guerrero, y otra juez compañera de promoción de la «megajuez».



Mercedes y Jorge han querido celebrar sus 30 años de casados por todo lo grande y dando gracias a Dios en la iglesia, con guardaespaldas y lo que haga falta

La ceremonia comenzó con tres cuartos de hora de retraso porque la juez, que siempre llega tarde a los interrogatorios, hizo esperar a su marido, al sacerdote y, por supuesto, a sus invitados.

En un Mercedes con los cristales tintados para evitar las miradas de curiosos, apareció la novia en la puerta de la iglesia, ubicada en la calle Estrella de Sevilla y regentada por los padres filipenses.

Entonces se produjo un gran revuelo cuando los escoltas, los mismos que acompañan a la juez a diario a su juzgado, y cuatro agentes de policía, intentaron evitar que los cámaras tomaran instantáneas de Alaya vestida de blanco y sin el trolley que siempre lleva al juzgado. En el forcejeo, el coche dio marcha atrás e incluso provocó leves lesiones a un fotógrafo de ABC que tuvo que ser atendido en urgencias.

Pasado el incidente, la novia pudo ser fotografiada entre el revuelo. Vestía un traje largo en tono blanco sucio estilo vintage, con escote y abotonado a la espalda y larga cola. El pelo lo llevaba ondulado con un pequeño adorno floral a un lado y maquillaje obra del Juan Pedro Hernández. «Señoría, sonría», le gritaron varias personas a la entrada de la iglesia. Y, solo entonces, la juez que nunca cambia el rictus, esbozó una leve sonrisa.

La ceremonia, en la que la pareja leyó unas palabras ante el sacerdote, culminó cerca de la dos de la tarde y, de hecho, el retraso obligó a suspender la misa que esa iglesia tenía prevista celebrar.

Al término, ya con su marido del brazo, la pareja volvió a montarse en el coche que los condujo hasta el palacio de los Condes de Lebrija, en la céntrica calle Cuna de Sevilla. Una lluvia de pétalos lanzadas por varias niñas cubrió su salida de la capilla.

Los invitados, los hombres de chaqué y las damas con trajes de cóctel, tocados y pamelas, recorrieron a pie el trayecto que separaba la iglesia del convite, que empezó pasadas las 14.30 horas y en el que, a la entrada, había un férreo control de acceso. Ya dentro, los invitados degustaron un menú servido por Miguel Ángel en el que hubo un aperitivo donde no faltó jamón 5J y más tarde un menú a base de salmorejo con buey de mar, solomillo con foie y helado. Y luego las copas de rigor. Todo como si fuera una novia primeriza.