En la parroquia de Nuestra Señora del Rosario y de la Esperanza, en Móstoles, como en muchas otras de España, acuden a diario decenas de familias que necesitan cubrir sus necesidades básicas y no tienen con qué.

Acudimos un miércoles por la tarde y visitamos su despacho de Cáritas parroquial y su servicio de ropa y comida, con voluntarios y religiosas, Siervas del Hogar de la Madre. Allí encontramos gente venida de muchísimos sitios, de diferentes nacionalidades y también españoles que ya no tienen con qué subsistir.

Marcelo Peña es italouruguayo y llegó a España hace 8 años. En su casa viven su esposa, sus tres hijos, su padres, su hermana, su cuñado y su sobrina.Marcelo cuenta con voz temblorosa que el poco dinero que llega a casa, conseguido gracias a trabajos mal pagados, va para que los niños puedan seguir con su vida normal y no se enteren de la situación por la que pasa su familia.

Desde que se rompió dos costillas trabajando en un restaurante y fuera despedido, no ha conseguido encontrar trabajo. En su casa ya ninguno cuenta con dinero pagar el alquiler. Según él, no pueden volver a su país mediante la operación retorno, ya que -asegura-cuentan con el permiso de estancia de la Comunidad Europea y por no ser inmigrantes ilegales no pueden acogerse a esta ayuda.

Marcelo cuenta con lágrimas en los ojos que su situación no puede ser más desesperada ya que todas las puertas están cerradas para ellos. No pide dinero, sólo quiere poder ganarse la vida honradamente con un trabajo que le permita pagar sus deudas.

Jesús Andrés Aliaga, peruano, de Lima, lleva seis años y siete meses en España. Al llegar encontró trabajo fácilmente pero un año más tarde un ictus le provocó una parada cardiorrespiratoria, y cuando los servicios sanitarios consiguieron reanimarle había perdido la movilidad en la mitad de su cuerpo.

Desde entonces no puede trabajar ya que sufre mareos constantes y la medicación que toma, unas once pastillas al día, le impiden concentrarse en cualquier tarea durante más de media hora. Jesús afirma que si no fuera por la Iglesia, no habría podido salir adelante y agradece haqber recibido la ayuda a través de "esta gran Madre".

Eugenia, madrileña de toda la vida, tiene 53 años a sus espaldas pero las dificultades hacen que parezcan más. Ni su marido, ni su hijo ni ella trabajan y no tienen más que para pagar el piso, pero no para comer. Lleva un año acudiendo a Cáritas para poder alimentar a su familia y vestirse.

Afirma que muchas veces piensa en matarse, porque la situación no puede ser peor para ellos pero trata de aguantar por su marido y su hijo, que también sufren lo suyo. Eugenia está convencida de que si no hubiera recibido la ayuda de Cáritas no habrían podido aguantar tanto tiempo. Y concluye, refiriéndose a la crisis resignada: "si nos metieron en esto, nos sacarán".