Advirtió que no hablaría en “clave política” y “a riesgo de ser acusado de alarmista”, pero, eso sí, “de forma directa e incisiva”. Y así lo hizo, poniendo, como él mismo advirtió, “el dedo en la llaga desde el principio” y sabiendo que sus palabras sabrían a discurso “políticamente incorrecto”, al menos a la mentalidad laicista anticlerical. Monseñor José Ignacio Munilla puso en evidencia la tan sutil como “agresiva” y eficazmente peligrosa estrategia del laicismo cristianofóbico que intenta por todos los medios cargarse la asignatura de Religión. Y no sólo, advirtió a los despistados, de la escuela pública sino también de la enseñanza reglada.
 
Con una conferencia titulada “Asignatura de Religión en la escuela y otros ‘telares’…”, el obispo de San Sebastián participó esta mañana en el Forum Europa-Tribuna Euskadi que se celebra en Bilbao y en el que monseñor Mario Iceta, obispo de la diócesis local, llevó a cabo la presentación.
 
“¡No es justo lo que está ocurriendo con la asignatura de Religión! ¡La asignatura de Religión está padeciendo una agresiva estrategia de acoso y derribo! ¡La libertad de enseñanza y la misma libertad de conciencia están en peligro!”, advirtió el prelado donostiarra.
 
Para sustentar las razones de su denuncia, el obispo distinguió  entre la “laicidad positiva” y el “laicismo”, explicando que éste  “añade un componente excluyente y negativo con respecto a la sana laicidad” y que “el problema radica en que se confunde laicidad con laicismo”.
 
Tras señalar que la “laicidad del Estado y de las instituciones públicas, supone neutralidad ante las diversas creencias religiosas, y al mismo tiempo, colaboración con todas ellas en la medida en que contribuyan al bien común de la sociedad” y que, en consecuencia, “la laicidad rectamente entendida, es garantía de libertad, igualdad y convivencia”, Munilla contrastó que el laicismo “parte de unos supuestos bien distintos: el Estado laicista no reconoce la vida religiosa de los ciudadanos como un bien positivo para el individuo y para la sociedad, que deba ser protegido por los poderes públicos. Por el contrario, lo considera como una sensibilidad privada, solo tolerable en la medida en que no tenga pretensiones de impregnar la vida social o de influir en ella. Se da por supuesto que las religiones no pueden proporcionar un conjunto de convicciones morales comunes capaces de fundamentar la convivencia en una sociedad plural. Más bien, se parte del falso prejuicio de que las religiones son fuente de intolerancia y de dificultades para la pacífica convivencia”.
 
En consecuencia, continuó, “el laicismo entiende que la religiosidad debe ser recluida a la vida privada, y que ha de ser sustituida en el ámbito público por un conjunto de valores a modo de ¡señas de identidad’ del estado democrático, sin referencia religiosa alguna”.
 
“Es claro, que esos presupuestos laicistas están llenos de falsos prejuicios y que son deudores de algunas de las leyendas negras que se han vertido contra el cristianismo; además de que desconocen la riqueza de la doctrina social católica".
 
Algunos podrían matizar a Munilla diciendo “que lo que está en discusión no es la clase de Religión en sí misma sino solamente su presencia en la escuela pública”. “Quien piense tal cosa se está equivocando”, responde el prelado, pasando a explicar luego, a “quienes pudiesen estar un poco distraídos”, la estrategia del laicismo radical.
 
“El laicismo anticristiano es astuto, y suele tener la “estrategia” de plantear sus objetivos por etapas: primero, despenalización del aborto en casos muy extremos y conmovedores; pasados unos años, cuando ya haya “madurado la conciencia social”, el aborto libre pasa a ser reconocido como un “derecho democrático”…; finalmente se termina por no respetar ni siquiera el derecho a la objeción de conciencia de quien no quiere ser copartícipe del aborto”.
 
“En el caso de la clase de Religión, creo que está ocurriendo algo por el estilo: se empieza por poner todo tipo de ´palitos´ en las ´ruedas´ al estatus de la asignatura (evaluable o no evaluable; troncal o secundaria; con asignatura alternativa o sin alternativa; en horario escolar o extraescolar; etc, etc, etc); se sigue por reivindicar su exclusión del sistema público de enseñanza, en nombre de una malentendido concepto de ´escuela laica´; y se terminará -a medio plazo- por forzar su salida del curriculum de la misma enseñanza privada concertada. Como he dicho al principio, la asignatura de Religión está sometida a un verdadero acoso… Lo que está en juego no es ya su inserción en el sistema público, sino su misma razón de ser en la enseñanza reglada”.
 
Pero Munilla no solo realizó una exposición de denuncia del problema sino que expresó en positivo algunas “razones pedagógicas que fundamentan la necesidad y la razón de ser de la asignatura de Religión en el sistema de enseñanza”.
 
La primera: “La clase de Religión es un derecho, no un privilegio: A base de tanta polémica sobre esta asignatura, algunos católicos pueden estar arrastrando una especie de complejo, como si hubieran logrado hacerles creer que la presencia de la clase de Religión en la escuela, es una reminiscencia del antiguo régimen en esta sociedad democrática. Muy al contrario: se trata de un derecho, reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
 
Segunda: “La clase de Religión no es equiparable ni sustituible por la Catequesis: La asignatura de Religión está destinada principalmente a una formación intelectual, aún con la peculiaridad de ser confesional; mientras que en la Catequesis se procura introducir al alumno en el seguimiento personal de Jesucristo”.
 
En tercer lugar,  “la clase de Religión ayuda a entender la cultura que hemos heredado: Un joven no podrá entender la pintura, la música, la escultura, la arquitectura, la filosofía, la historia, la política, el folclore, las tradiciones… en definitiva, sus propias raíces; si no conoce en profundidad los fundamentos de la religión católica”.
 
La cuarta: “La Religión ofrece una cosmovisión frente a la fragmentación del saber: Hoy en día existe una gran “parcelación” del saber humano, acompañada de una sobreacumulación de datos, tanto en las disciplinas científicas como en las humanísticas. Se trata de una fragmentación que ha contribuido notablemente al auge de una cierta crisis de identidad cultural, de valores, de certezas…”.
 
Una quinta razón es que “la religión responde al sentido de la existencia: Una enseñanza global debe responder a las preguntas clave sobre el sentido de nuestra existencia. ¿De qué me sirve conocer la evolución del Universo, si nadie me explica por qué y para qué estamos en esta vida? ¿Cómo podemos fundamentar los derechos del ser humano sin dar razón de la diferencia esencial entre el animal irracional y el hombre racional? ¿Cabe hablar con optimismo de los avances científicos y de la sociedad del futuro, si no tenemos fundamentada nuestra esperanza en el más allá de la muerte?...”.
 
El penúltimo argumento se refiere al “Diálogo interreligioso: Somos sobradamente conscientes del grave problema que para la paz mundial representan los fundamentalismos. Cada vez vemos con más claridad que la estabilidad internacional, e incluso nuestra convivencia con un buen número de inmigrantes, necesita estar sustentada en el diálogo interreligioso. Ahora bien, sólo puede dialogar quien tiene conciencia y conocimiento de su punto de partida. De lo contrario, más que a una “alianza de civilizaciones”, estamos abocados a la desaparición de la nuestra”.
 
Finalmente, la “Educación moral: Está claro que una educación integral debe incluir la dimensión moral. De poco servirá la acumulación de conceptos en la enseñanza, si no existe un espacio específico en el que se eduque en comportamientos morales como la sinceridad, la solidaridad, la justicia, el respeto, la generosidad… He aquí otra dimensión esencial de la asignatura de Religión: la moral”.
 
El obispo finalmente se refirió a la toma de postura de la Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de Euskal Herria, opuesta a que Religión pueda ofertarse en la escuela pública, asociación que ha enviado cartas a los padres, pidiéndoles que no matriculen a sus hijos en dicha asignatura, de forma que esas horas puedan destinarse a otras materias obligatorias.

“Se trata de una presión para sacar la asignatura de Religión del horario escolar, y en definitiva, de la escuela pública”, criticó el prelado.