En un momento en el que la vida contemplativa no pasa por su mejor momento, y, en muchas ocasiones se ha recurrido de vocaciones del Tercer Mundo para poblar los monasterios de España, el caso del convento de Lerma-La Aguilera es casi único en el mundo.

En pocos años, un monasterio que llevaba 20 años sin postulantas a la vida religiosa, de repente, explota de vocaciones hasta llegar a 181 en pocos años. Son casi todas españolas, jóvenes, universitarias, con buenas carreras profesionales y... monjas del carisma del momento: Iesu Communio.

El alma mater de esta tranformación es su fundadora, Sor Verónica Berzosa, una burgalesa que con 18 años decidió dejarlo todo por Dios e ingresó en la clarisas de Lerma con una comunidad religiosa de edad avanzada que veía en Sor Verónica una esperanza para cuidar de ellas.

Y Dios se fue manifestando poco a poco sobre otra forma de entender la entrega total. Así como a lo largo de los siglos se han producido nuevas fundaciones de la vida contemplativa, en pleno siglo XXI, Dios también se ha manifestado con sus frutos en este nuevo carisma bautizado como Iesu Communio.

El instituto Iesu Communio cuenta con sus propios símbolos que a partir de ahora serán la referencia de esta comunidad. Posiblemente lo más llamativo sea su hábito elaborado con tela vaquera, un signo de presencia de la Iglesia en el mundo de hoy.

Lo acompañan con un poncho en azul marino, un cordón blanco y un pañuelo en azul celeste anudado a modo de toca.

Las religiosas también llevan unas alianzas blancas de las profesas, que lleva grabado el nombre del Instituto y que «van a llevar como esposas de Cristo, expresión de un compromiso de fidelidad».

Al cuello llevan unas cruces, «signo de su llamada, identidad y misión».