En los últimos años del régimen, la Iglesia, que le había apoyado sin fisuras tras ser salvada del exterminio durante la Guerra Civil, dio un espectacular giro. «La postura de Pablo VI y de un número creciente de eclesiásticos desconcertaba al Gobierno, que se sentía tratado con injusticia y no encontraba una réplica adecuada»: así lo explica Pío Moa en su última obra, La Transición de cristal (LibrosLibres-Intereconomia).

En el marco de un análisis en profundidad que abarca desde aquel periodo anterior a la muerte de Francisco Franco hasta la Constitución de 1978 y el 23-F, Moa destaca la importancia del papel jugado por la jerarquía católica, cuya desafección era «casi lo peor que podía pasar al franquismo, porque este se definía católico, su justificación ideológica provenía en gran parte de la doctrina y las encíclicas sociales de los Papas».

El historiador atribuye este cambio a que el Papa Montini «preconizaba la separación entre la Iglesia y los Estados, y desengancharse del franquismo, cuyo fin preveía cercano, a fin de que la probable caída del mismo no arrastrase a la Iglesia».

Estamos hablando de un proceso que comenzó a mediados de los años sesenta y se mantuvo hasta 1975, con incidentes llamativos como el célebre Caso Añoveros: en febrero de 1974, a los pocos meses del asesinato del almirante Luis Carrero Blanco, el obispo de Bilbao pronunció una homilía «en la que aproximaba la doctrina cristiana al nacionalismo vasco y pasaba por alto complicidades del clero con el terrorismo». El Gobierno de Carlos Arias Navarro quiso expulsarle de España y el Vaticano amenazó con la excomunión a Franco si así sucedía: fue el momento de máxima tirantez diplomática.

Moa destaca el decisivo papel jugado por el cardenal Vicente Enrique y Tarancón (19071994) para pilotar ese proceso de desafección al régimen, aunque considera que la nueva línea del episcopado español, al que presidía desde 1972, acabaría desbordándole. Como Franco podía bloquear el acceso de obispos progresistas por el privilegio de presentación propio de España, la Santa Sede respondió con el nombramiento de obispos auxiliares de dicha tendencia, que no tenían que pasar por criba alguna gubernamental.

Sin embargo, Arias tenía algún control sobre el cardenal de Madrid. La Transición de cristal cuenta que tanto él como su secretario, el sacerdote José María Martín Patino, tenían el teléfono pinchado, y en algún momento Arias Navarro y Don Juan Carlos llegaron a bromear sobre el contenido de sus conversaciones: «Tarancón se portará bien porque lo tenemos muy agarrado», habría dicho el entonces Príncipe, según José María de Areilza.

Este colaboracionismo entre la Iglesia y la oposición al régimen, amparando la actividad clandestina de la izquierda y apoyándola fuera de España en las campañas denigratorias contra el régimen, no fue bien agradecida después, sostiene Moa en sus conclusiones. En la Transición «el episcopado desempeñó un papel mucho más discreto». Al final, «la política eclesiástica entre los años 1964 y 1975 tendría un alto coste para la Iglesia y nunca le ganó la gratitud de sus beneficiarios: aparentemente cosechó lo que había sembrado. La sociedad se descristianizó en gran medida, una tendencia general europea, quizá ayudada aquí por la propia acción eclesiástica».

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Título: La Transición de cristal TiendaLibres
Autor: Pío Moa  
Editorial: LibrosLibres-Intereconomía  
Páginas: 320 páginas  
Precio 20 euros