Mi 2,1-5

Ay de los que meditan maldades,
traman iniquidades en sus camas;
al amanecer las cumplen,
porque tienen el poder.
Codician los campos y los roban,
las casas, y se apoderan de ellas:
oprimen al hombre y a su casa,
al varón y a sus posesiones.
Por eso, dice el Señor:
Mirad, yo medito una desgracia
contra esa familia.
No lograréis apartar el cuello de ella;
no podréis caminar erguidos,
porque será un tiempo calamitoso.
Aquel día entonarán contra vosotros una sátira,
cantarán una elegía:
han acabado con nosotros;
venden la heredad de mi pueblo;
nadie lo impedía,
reparten a extraños nuestra tierra.
Nadie os sortea los lotes
en la asamblea del Señor.

Sal 10,1-2.3-4.7-8.14

No te olvides de los humildes, Señor.

¿Por qué te quedas lejos, Señor,
y te escondes en el momento del aprieto?
La soberbia del impío oprime al infeliz
y lo enreda en las intrigas que ha tramado.

El malvado se gloría de su ambición,
el codicioso blasfema y desprecia al Señor.
El malvado dice con insolencia:
No hay Dios que me pida cuentas.

Su boca está llena de maldiciones,
de engaños y de fraudes;
su lengua encubre maldad y opresión;
en el zaguán se sienta al acecho,
para matar a escondidas al inocente.

Pero tú ves las penas y los trabajos,
tú miras y los tomas en tus manos.
A ti se encomienda el pobre,
tú socorres al huérfano.

Mt 12,14-21
En aquel tiempo, los fariseos, al salir, planearon el modo de acabar con Jesús.
Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos le siguieron.
El los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran.
Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías:
«Mirad a mi siervo,
mi elegido, mi amado, mi predilecto.
Sobre él he puesto mi espíritu
para que anuncie el derecho a las naciones.
No porfiará, no gritará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará,
el pabilo vacilante no lo apagará,
hasta implantar el derecho;
en su nombre esperarán las naciones».