Evangelio según san Juan  6, 35-40



En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.

Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.

Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»



Señor Jesús, alimento de vida eterna. Es tan grande este regalo que nos das de tu cuerpo y sangre que nuestros sentidos se resisten a creer. Queremos creer en tu presencia viva en la Eucaristía como creyeron tus amigos los santos.

Tus palabras, aunque nos parezcan exageradas, se cumplen. Cuanto más unidos vivamos contigo y con la voluntad del Padre, menos hambre y sed tendremos de otras cosas. Tan es así que personas de nuestros días vivieron durante años alimentándose sólo de tu Cuerpo Eucarístico.

Danos hambre de ti, Señor Jesús. Y no dejes de darnos el Pan de vida eterna y el pan diario a todos.