Evangelio según san Lucas 18,914

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:

«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano.

El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo."

El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador."

Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

 

Señor Jesús, ante estos dos ejemplos de hombres, elijo ser como el publicano para al final ser perdonado.  Pero caigo en los vicios y defectos del fariseo: el orgullo, la vanidad, la altanería, alardear de...

Puedo hacer cosas buenas con tu gracia, y estropearlo todo si le acompaña la soberbia.

Apiádate de mi, Señor, que soy pecador. Y más podría serlo si tu amor y cuidados no me librasen de los peligros.

Siempre nos escuchas; si como el fariseo nada te pedimos por no sentirnos necesitados, nada nos concedes.  Y siempre que, como el publicano, te pedimos perdón enseguida nos lo concedes.  Gracias, Señor.