El 2 de marzo se abrieron los archivos secretos del pontificado de Pío XII (1939-1958). Treinta investigadores habían presentado su solicitud a la Santa Sede para su estudio. Entre ellos el periodista alemán Michael Hesemann, quien acudió puntualmente a las 8.35 de la mañana para empezar a trabajar sobre la gran cuestión que aspiran a dilucidar definitivamente los historiadores: ¿cuál fue la actitud del Papa Eugenio Pacelli hacia los judíos perseguidos por el nazismo? ¿Un silencio cómplice, una pasividad timorata o una protección activa?

Al llegar, Hesemann se encontró con menos agobio personal del que esperaba. Cinco historiadores del Yav Vashem de Jerusalén y del Museo del Holocausto de Washington no se habían presentado por temor al coronavirus, y sin embargo un sacerdote y profesor de Historia de la Iglesia en la Universidad de Münster, Hubert Wolf, junto con cinco ayudantes, se habían apoderado de un buen número de dossiers. Una "guerra de especialistas" por llegar antes que prometía momentos apasionantes... hasta que la pandemia obligó al cierre temporal del archivo.

Michael Hesemann saluda a Benedicto XVI: es la imagen que abre su portal personal.

Pero Hesemann, buen conocedor de la historia de la Iglesia durante la Segunda Guerra Mundial y asesor de la fundación Pave the Way, no perdió el tiempo y fue directamente a buscar información sobre un hecho concreto: la razzia contra los judíos de Roma del 16 de octubre de 1943, durante la cual 1259 personas fueron detenidas por la Gestapo y más de mil deportadas a Auschwitz.

Enseguida hizo tres hallazgos importantes en documentos de la Secretaría de Estado, como explicó él mismo en un artículo en Die Tagespost , que sintetiza la agencia suiza Cath.ch, y en su blog personal.

550 enclaves protegidos

El 25 de septiembre, tres semanas antes de la razzia, el general Rainer Stahel, comandante militar alemán en Roma, había notificado al Pontificio Colegio Croata San Jerónimo que sería considerado “propiedad del Estado Vaticano” y en cuanto tal respetado por las tropas ocupantes.

Tras producirse la razzia, la Secretaría de Estado vaticana, aprovechando el precedente del colegio croata, logró de Stahel otras 550 exenciones para sendas instituciones religiosas. Una vez lograda esa red de lugares con estatus diplomático, a partir del 25 de octubre 4465 de los ocho mil judíos de Roma fueron ocultados en 235 conventos.

Esto, por supuesto, era sabido. Lo que ha hallado Hesemann es la prueba de que los documentos que permitían esa exención no los hacían los alemanes, sino que se fabricaron en una imprenta del Vaticano, y solamente eran pasados a la firma a Stahel y a su ayudante, el coronel Von Veltheim. Para Hesemann es evidente que la iniciativa de esta operación solo pudo partir del propio Papa.

No despertar al "can dormido"

También encontró una nota autógrafa desconocida de Pío XII. Tras la redada en el gueto de Roma, el Vaticano había lanzado un comunicado de prensa anunciando que intentaría evitar una nueva razzia. Sobre ese documento, el Papa había escrito unas palabras. “¿Es prudente este anuncio por parte de la Oficina de Prensa? No es útil despertar al can dormido, especialmente en el caso de los nazis, para ponerles sobre la pista de las acciones humanitarias que parten el Palacio Apostólico”.

Pío XII bendice a la multitud el 19 de junio de 1943.

No solo quedaban así demostradas la existencia y el origen de esas “acciones humanitarias” y la acción directa del Papa, sino explicado también el porqué del prudente silencio diplomático del que tan interesadamente se le acusaría después.

La Santa Sede se mueve, doce países se quedan quietos

Por último, Hesemann consultó las comunicaciones diplomáticas con las nunciaturas de Berlín, Berna y Roma y las delegaciones apostólicas de Londres y Bucarest, y se muestra “impresionado” por el gran número de intervenciones de los nuncios, reflejadas en sus consultas al cardenal Luigi Maglione, secretario de Estado.

Valgan tres ejemplos.

En otoño de 1941, cuando llegan al Vaticano los primeros rumores de las matanzas sistemáticas de judíos, Pío XII envió al frente del Este a un sacerdote de su confianza, Pirro Scavizzi, capellán de la Orden de Malta, quien a su regreso en noviembre le hace un informe.

En los archivos de la nunciatura en Berna, Hesemann vio un informe del 6 de abril de 1943 en el que testigos oculares y tres fotos prueban una masacre. La Santa Sede activó entonces a sus embajadas para que los gobiernos impidiesen las deportaciones. Tuvo éxito con Rumanía y Bulgaria y menos en Eslovaquia y Hungría, donde cesaron en julio de 1944 tras un telegrama personal del Papa a Miklós Horthy, el jefe del Estado.

Pero también hubo fracasos, por ejemplo ante los Estados Unidos presididos por Franklin Delano Roosevelt. A finales de 1943, 216 judíos con pasaportes iberoamericanos conseguidos por el Vaticano fueron detenidos en el campo francés de Vittel (Vosgos), para ser deportados al Este. El nuncio en París se puso en contacto con doce países para que los acogieran, sin éxito. La respuesta de Washington fue: “El gobierno de Estados Unidos aprecia las actividades humanitarias de la Santa Sede en este asunto… pero ha dado instrucciones a los Estados de América Latina para que no den curso a esa solicitud”. Solo Brasil acogió a una familia judía de tres personas. Los 213 restantes fueron deportados a Auschwitz el 28 de julio de 1944.

El origen de la mentira

Estos nuevos documentos hallados por Michael Hesemann tienen, evidentemente, importancia, pero apenas descubren nada que no se supiera ya, pues los beneficiarios de la protección de la Iglesia en aquellos tiempos sabían bien de dónde venía la iniciativa.

Nada más terminar la guerra, el 7 de septiembre de 1945 Giuseppe Nathan, comisario de la Unión de Comunidades Judías Italianas, expresó su “reverente homenaje de gratitud al Sumo Pontífice y a los religiosos y religiosas que, siguiendo las directrices del Santo Padre… nos prestaron su ayuda, inteligente y concreta, sin preocuparse por los gravísimos peligros a los que se exponían”. El 21 de septiembre, el doctor A. Leo Kubowitzki, secretario del Congreso Judío Internacional, fue recibido por Pío XII y le transmitió, “en nombre de la Unión de las Comunidades Judías, su más viva gratitud por los esfuerzos de la Iglesia católica en favor de la población judía en toda Europa durante la guerra”.

Y es elocuente el caso de Israel Zolli, gran rabino de Roma, quien se convirtió al catolicismo y adoptó como nombre de bautismo el de Eugenio, en homenaje a quien sabía protector de sus hermanos de raza en la Ciudad Eterna.

Judith Cabaud escribió El rabino que se rindió a Cristo, una biografía de Eugenio Zolli (1881-1956, a la derecha) prologada por Vittorio Messori.

Al morir Pío XII en 1958, la ministra de Asuntos Exteriores de Israel, Golda Meir, envió un mensaje donde decía: “Compartimos el dolor de la humanidad… Cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó en favor de sus víctimas… Lloramos la muerte de un gran servidor de la paz”.

La KGB, El vicario y las correas de transmisión

¿Cómo es posible entonces que se haya llegado a hablar de El Papa de Hitler, como tituló John Cornwell su libro sobre Pío XII?

Un instrumento emblemático fue la obra de teatro El vicario (1963), del dramaturgo alemán Rolf Hochhuth, que presenta una caricatura del Papa como alguien distante y venal, obsesionado con los intereses financieros del Vaticano en Alemania e indiferente a las matanzas de judíos en Europa.

Pero un instrumento tan minoritario no habría servido por sí solo para contrarrestar la fuerza impresionante de los hechos, sino fuese porque formaba parte de una campaña masiva de desinformación de la KGB, dirigida por el general Ivan Agayants, de los servicios de inteligencia soviéticos, con el fin de desacreditar a la Iglesia, entonces militantemente anticomunista, en plena Guerra Fría. Así lo desveló en su momento el general Ion Mihai Pacepa, de la Securitate rumana, cuando se pasó a Occidente. Como en tantos otros casos, los ámbitos culturales de la izquierda y los medios de comunicación progresistas, entregados en los años 60 y 70 al comunismo, fueron el eco perruno de lo que se les transmitía desde Moscú.

Doce volúmenes de pruebas

La Santa Sede no se quedó quieta ante esa difamación, ni siquiera en medio de la Ostpolitik que se preparaba ya en la Secretaría de Estado. En 1964, el Osservatore Romano publicó un especial de 80 páginas documentando la oposición de Pío XII al nazismo y su protección a los judíos. Pablo VI autorizó ese año a cuatro historiadores, dirigidos por el jesuita Pierre Blet, la consulta de los archivos secretos, y entre 1965 y 1981 el Vaticano publicó 12 volúmenes de documentación de guerra, cuatro de los cuales mostraban la labor humanitaria del Papa a favor del pueblo hebreo perseguido. El propio padre Blet escribió un libro al respecto, más breve.

Por último, Juan Pablo II permitió en 1983 al padre Peter Gumpel un acceso completo a toda la documentación sobre el Papa Pacelli para preparar su proceso de beatificación. Tras treinta años de trabajo, nada encontró al respecto que pudiera obstaculizarlo, todo lo contrario: pruebas palpables de su implicación en la salvación de innumerables judíos con nombre y apellidos.

Aunque estos investigadores eran religiosos, y podían ser sospechosos de parcialidad, publicaron suficiente documentación como para convencer a historiadores incluso poco amigos de la Iglesia, como Raul Hilberg (que pasó de culpar al cristianismo del Holocausto a defender a Pío XII), Sir Martin Gilbert y Jonathan Steinberg, según recoge el historiador Marek Jan Chodakiewicz en Crisis Magazine)

Nada nuevo

De ahí que la apertura libre de los archivos secretos del periodo decidida por Francisco no vaya a aportar significativas novedades. Los 16 millones de páginas con documentos aún no catalogados serán estudiados por no menos de doscientos investigadores durante los próximos ocho años.

Además, ya son conocidos los archivos del Pontificado de Pío XI (1922-1939), de quien el cardenal Pacelli fue secretario de Estado. Fueron estudiados durante los años 2003 a 2006 y lo que concierte al futuro Pío XII es tan claro en esa etapa como lo sería en la posterior.

Baste un dato sobre las relaciones diplomáticas entre Roma y Berlín: en febrero de 1939, Alemania fue el único país que no envió un representante a la coronación de Pío XII. Se le consideraba –y era- responsable de la encíclica Mit Brennender Sorge que dos años antes había condenado el nazismo.

El Yad Vashem y la ONU

Como signo de que lentamente la opinión dominante va regresando al momento previo a la campaña comunista de los años 60, se dan dos hechos significativos.

Por un lado, el Yad Vashem, el Memorial del Holocausto, institución oficial israelí para conservar el recuerdo de las matanzas de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, moderó en 2012 su anterior hipercriticismo hacia Pío XII. Y, según recoge William Doino Jr en The Catholic World Report, en mayo de 2019, el doctor Iael Nidam-Orvieto, director de Investigación del Holocausto en el Yad Vashem, elogió la obra testimonial de un judío de la época, Heinz Wisla, donde relata su encuentro de 1941 con Pío XII para pedirle que ayudase a rescatar a 500 judíos retenidos por el régimen de Benito Mussolini en la isla de Rodas, lo que el Papa hizo.

Por otro lado, el 27 de enero de este año, al celebrarse el 75º aniversario de la liberación del campo de Auschwitz, las Naciones Unidas acogieron un simposio bajo el título Recordando el Holocausto. Los documentados esfuerzos de la Iglesia católica para salvar vidas. Entre los ponentes, Limore Yagil, profesor de Historia en la Sorbona y asesor tanto del Yad Vaschem como del Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos; Johan Ickx, archivero de la Secretaría de Estado vaticana; y Michael Hesemann, quien ya se aprestaba a investigar las carpetas secretas inéditas de la Santa Sede.

 

El portal de la ONU recoge íntegro el vídeo del evento, que duró tres horas durante los cuales todos los participantes, sin utilizar un tono apologético ni a la defensiva, acumularon pruebas sobre la labor humanitaria de Pío XII con los judíos para salvar la vida de miles de ellos.

La apertura de los archivos, interrumpida por el confinamiento del coronavirus, no aportará grandes pruebas desconocidas, pero corroborará con mil detalles, como los encontrados por Hesemann en las pocas horas de que dispuso, lo que ya ningún historiador informado niega: que miles de judíos salvaron su vida gracias al Papa Pacelli.