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Cine con valores: 5 películas para ser más generosos
por CinemaNet.info

A veces, definir algo que todos conocemos nos ayuda a comprenderlo mejor. En este caso, la generosidad es la virtud que nos lleva a dar y a darnos a los demás de una manera habitual, firme y decidida, buscando su bien y poniendo a su servicio lo mejor de nosotros mismos, tanto bienes materiales como cualidades y talentos. ¿Cómo aprender a serlo más? Aquí van cinco propuestas en forma de peli.

1. Mi panadería en Brooklyn

Gustavo Ron vuelve a crear cine humanista con Una panadería en Brooklyn, una comedia con el foco puesto en las diferencias entre dos hermanas sobre una panadería heredada. En ella se muestra cómo el egoísmo y el egocentrismo solo llevan a la confrontación -aunque sea a tartazo limpio-, mientras que la generosidad de pensar en el otro inunda el entorno de alegría y felicidad.

Sin embargo, no se trata de una película “moralizante”, sino sencillamente una historia con fondo humano, al más puro estilo del cine de Capra. La conclusión no está en el film, sino en el espectador. El guion tiene, además, un punto de locura y una gran dosis de magia, que le da un aire de sugestivo cuento de Navidad, idóneo para esta época de Adviento.

2. La historia de Marie Heurtin

En La historia de Marie Heurtinuna monja decide hacerse cargo de una problemática niña que es ciega y sorda; un caso perdido a los ojos del mundo. La monja, sin embargo, con paciencia y dedicación, hallará un camino para ayudarla a expresarse. Se trata de un film basado en hechos reales donde el sentido del tacto tiene una relevancia especial.

Este sentido queda ennoblecido cuando su objetivo es elevado, como lo que pretende Sor Marguerite con Marie: enseñarla a comunicarse, a relacionarse y, por tanto, hacerla más capaz de amar y de ser amada. Este trabajo agotador no sólo se hace con signos sino, sobre todo, con el corazón: es una actitud de generosidad que sabe descubrir las posibilidades de crecimiento ocultas tras las limitaciones personales.

3. Mi vecino Totoro

La siguiente propuesta es una joya animada del japonés Hayao Miyazaki. Cuenta la historia de dos niñas, Satsuki y Mei, que se han trasladado al campo a vivir con su padre, mientras su madre se recupera de una grave enfermedad en el hospital de la comarca.

El director nos muestra una obra mimada al detalle, llena de trazos, colores, grandes dosis de ternura e inocencia y una maravillosa música. Mi vecino Totoro -además de la virtud de la generosidad- promueve valores de servicio, unión familiar y fascinación por la naturaleza; un aspecto muy presente en el resto de films del japonés.

4. Más extraño que la ficción

Harold Crick, el protagonista, es auditor de impuestos. Se levanta cada mañana a la misma hora, come solo, cuenta el número de pasos a su trabajo, y cepilla sus dientes exactamente 76 veces al día. Un día, comienza a oír una voz que describe todo lo que él hace, como si se tratara de un personaje literario. La curiosidad se transforma en ansiedad cuando la voz le dice que se está acercando a su muerte inminente.

Con esta premisa, la película plantea preguntas como ¿puedo ser feliz en mi trabajo? En Más extraño que la ficción, la respuesta a esta pregunta la encarna Ana, la panadera de la que Harold se enamora. Ella es la perfecta antítesis para él: es desordenada, alegre, vive sin horarios, está enamorada de su trabajo y -un detalle fundamental- vive para los demás.

5. Lo que de verdad importa

Lo que de verdad importa es de esas películas que no te dejan indiferente. Que te obligan a reflexionar, a plantearte cosas que tienes por ahí olvidadas -por ejemplo, ¿qué haces tú por los demás?-, y que te dan un nuevo enfoque sobre temas tan serios como el amor, el perdón, la enfermedad o la muerte. La muerte de un niño, que es algo todavía más serio.

Al final, la verdadera lección de la película es que todos somos Alec. Que ninguno de nosotros es perfecto y que todos merecemos una segunda o tercera oportunidad. Que no perdamos la esperanza y volvamos a valorar lo que de verdad importa, algo que a menudo tenemos olvidado, o enterrado. Ah, y lo más importante, que todos —TODOS— tenemos el don de hacer el bien. Sólo tenemos que querer. Es mucho más fácil de lo que creemos.

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