Cayetana Johnsonprofesora de arameo y hebreo clásico en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, es estadounidense aunque estudió Lenguas y Culturas del Oriente Medio Antiguo en la Universidad Complutense de Madrid. Desde 1996 pasa los veranos en Tierra Santa colaborando en diversas excavaciones arqueológicas. Sobre esa experiencia habló con María Martínez López en Alfa y Omega:

-¿Qué nos cuenta la arqueología sobre el nacimiento de Jesús?

-En la región, hay mucha tradición de que la base de las viviendas fueran cuevas, que están por todas partes. En Nazaret se puede ver muy bien. Y Belén era un pueblo muy chico, de pastores. Lo normal es que los animales y las provisiones estuvieran al fondo de la cueva, para protegerlos; y las personas dormirían allí, porque los animales dan calor. Si ahorrabas el suficiente dinero, en la parte de arriba podías levantar un añadido simple de ladrillos (o alguno más) y dejar la cueva para los animales. Probablemente el Evangelio se refiera a alguna estructura así al hablar de posada y de pesebre (la cueva). En tiempos de censo, en un pueblo de cuatro o cinco casas, es normal que no hubiera albergue para María y José.

-Sobre ese lugar se levanta la basílica de la Natividad. ¿Desde cuándo hay pruebas de culto allí o en el Santo Sepulcro?

-Por tener una cierta solidez, diría que a partir del año 50 ya había costumbre de ir a visitar los lugares de la vida de Jesús. En el siglo II el emperador hispano Adriano renombró la antigua Jerusalén (destruida en el año 70) como Aelia Capitolina. Procuró prohibir los lugares de culto cristiano. En Belén, donde probablemente habría una pequeña iglesia primitiva, repobló la zona con un bosque dedicado a Adonis, un dios que moría y resucitaba cíclicamente. Pero como en su culto se colgaban ofrendas de las ramas de los árboles, los cristianos colgaban objetos con mensajes crípticos de adoración al Niño. En el Gólgota, levantó un templo a Afrodita. Si hizo estas cosas, es señal de que ahí se estaba dando algún tipo de culto que él quería impedir de forma sistemática. En sus inicios había sido muy cosmopolita, pero se cree que el historiador Tácito envenenó su pensamiento.

-Al ver por primera vez la basílica cuesta imaginar el pesebre…

-Justiniano (siglo VI) amplió el de Santa Elena y Constantino del siglo IV. Es un período glorioso, con peregrinaciones ya muy asentadas. Solo podían hacerlas personas adineradas, que traían dinero. Y Justiniano tuvo el acierto de canalizar buena parte de los fondos imperiales para embellecer esta zona por una razón piadosa, y también para favorecer los intercambios comerciales. Ahora se está haciendo una restauración espectacular y están apareciendo muchos mosaicos.

-¿De esa época?

-Sí, y también los antiguos de la época de Santa Elena; por ejemplo, uno muy cerca del pesebre. En lo alto de la nave principal hay unos mosaicos espectaculares de ángeles. La arquitectura hace además que la luz de los ventanales se vaya cruzando en el centro, y todo combina maravillosamente. Es todo una puesta en escena para que el fiel, al acercarse al pesebre, se ponga en situación sobre el acontecimiento que va a venerar allí.

La profesora Johnson. Foto: Alfa y Omega.

-¿Cómo influye en la gente trabajar en sitios así?

-Te emociona. Son testimonios vivos de que en esa época había un culto. Luego hay “milagritos” que cuenta la gente que trabaja allí, y que al enterarte siempre te arrancan una sonrisa. Como cuando al levantar la losa del Santo Sepulcro empezara a oler a flores (uno de los trabajadores me lo confirmó) o cuando una de las restauradoras italianas que está trabajando con los ángeles en la Natividad se quedó embarazada poco después, tras años de intentarlo sin éxito.

-Las excavaciones también permiten saber cómo vivía gente anónima, como los peregrinos.

-Hace tres años me tocó trabajar la zona de la calle de Justiniano, que entra a Jerusalén desde el sur. En la época del segundo templo los peregrinos subían por allí, después de purificarse en la piscina de Siloé, cantando los salmos. La subida es bastante pronunciada, y les servía para reflexionar y prepararse para lo que iban a encontrar. Los cristianos hacían este mismo itinerario: comenzaban su camino hasta el Santo Sepulcro recordando el milagro de la curación del ciego en la piscina. En las excavaciones, se nota que las piedras del suelo están pulidísimas porque había mucho trasiego de gente. Antes de la entrada había albergues para curarse (muchos venían con enfermedades) y asearse, y por todas partes se encuentran monedas. También colgantes con forma de cruz. Hace unos años apareció un colgante con forma de librito, que en un lado tiene tallada una cruz y en el otro una imagen borrosa, que puede representar a Jesús como buen pastor (con pelo corto y sin barba). Similar, por cierto, a una que se ha encontrado hace poco en una iglesia bizantina en pleno desierto del Negueb.



-¿De qué otras épocas bíblicas hay restos arqueológicos?

-Relacionado con la vida de Jesús tenemos Tabgha y Cafarnaún, en Galilea, lugares muy consolidados arqueológicamente. En Cafarnaún hay una sinagoga tardía, pero que se apoya sobre la del siglo I que seguramente fue donde predicó Jesús. Y a pocos metros está la llamada casa de Pedro, donde desde muy pronto se levantó una primitiva iglesita octogonal. Da igual que estuviera unos metros más allá. Existe una larga tradición de peregrinaciones, que es tozuda y apunta a estos lugares. Hay que leerla con los ojos de Oriente, donde la tradición oral tiene tanto peso como la escrita. Peregrinos como Egeria (siglo IV) no descubrió nada nuevo, sino que recorrió los lugares que otros habían recorrido ya, apoyándose en lo que le cuentan cristianos anónimos. Y con ello nos da una fuente valiosísima.

El sello con la inscripción Pilato.

-En relación también con el tiempo de Jesús, la última gran noticia ha sido el descubrimiento del anillo de Pilatos. ¿Qué aporta, habiendo ya pruebas históricas de que existió?

-Había una inscripción en latín en Cesarea Marítima. En realidad, el anillo apareció en 1969, pero al ser de un material pobre –cobre– estaba muy erosionado. Ha llevado mucho tiempo limpiarlo, se ha hecho un trabajo maravilloso. Y se descubrió una inscripción en griego que dice Pilato, parece ser que en dativo: «Para Pilato». De ahí los especialistas –conozco a algunos de los del Herodión– piensen que podía ser un anillo que llevara algún funcionario de su administración encargado de sellar los productos destinados a él. Esto nos “chiva” que el griego se utilizaba habitualmente para temas administrativos en la zona de Próximo Oriente, donde tenía bastante fuerza como lengua franca.

-¿Y del Antiguo Testamento, del que a veces se piensa que está formado solo de narraciones simbólicas o pseudomitológicas? ¿Desde qué momento de la historia de Israel hay información arqueológica?

-Desde las ciudades cananeas, que tienen relación con Israel desde la época de Abraham, en torno al 1800 a.C. Abraham, Isaac y Jacob, según la Biblia, se relacionaron con los cananeos, así que no podemos desterrar el estudio de estas ciudades de la investigación, porque forman parte de la base cultural de los hebreos. Aunque en el caso de Israel hay algo nuevo y único: la revelación de Dios. La figura de Yahvé ya se conocía en otras parte del mundo semítico, pero en Israel, al intervenir Dios en la historia de la humanidad, se reformula de una manera única.

-Uno de los lugares donde excava es precisamente Tel Hazor, sobre la antigua ciudad cananea de Jasor.

-Es la excavación más espectacular hasta el momento. La ciudad llegó a tener 15.000 habitantes, algo inmenso en la Antigüedad. Y era un cruce de caminos, con contactos con Chipre, la Grecia antigua, Egipto… Estamos trabajando en la parte de la acrópolis, donde estaban todas las instituciones. Hemos encontrado indicios de tablillas, y estamos buscando los archivos de la ciudad. El capítulo 11 del libro de Josué cuenta como este, al final de la conquista de las tierras del norte, arrasa esta ciudad. Y hemos descubierto un palacio de la Edad de Bronce tardía (1400-1200 a.C.), que parece que sufrió una deflagración de tal magnitud que encontramos partes colapsadas, vigas achicharradas y ladrillos incluso cristalizados por la temperatura que alcanzó el fuego. Esto confirma que ahí entró alguien de una manera salvaje. También hay arquitectura de emergencia que muestra que sus habitantes estaban viviendo un momento crítico. Es la época de decadencia de las civilizaciones del bronce.

-¿Qué ocurrió después?

-El primer libro de los Reyes cuenta que el rey Salomón fortificó Jasor, Guezer y Meguidó. Y en las tres hemos encontrados las huellas de haber sido fortificadas en el mismo estilo. Se distingue perfectamente la parte cananea de la ciudad y la reurbanizada. Y en el siglo VIII a.C. fue destruida de la mano del rey asirio Tiglath-Pileser III. De esta destrucción hemos encontrado huellas, que confirman lo que también dicen fuentes extrabíblicas como los anales asirios.

-¿Qué aportan estas fuentes extrabíblicas?

-Esa zona ha vivido conquista tras conquista, por lo que no tenemos la suerte de tener inscripciones como las romanas y griegas. Por eso, cuando por ejemplo en un sellito aparece un nombre que la Biblia menciona como miembro de la corte de David nos emocionamos. Hay testimonios de primera magnitud, como la estela de Dan, encargada en el siglo IX a.C. por el rey Hazael del Damasco arameo como un canto sobre su victoria frente a Israel. Menciona a la casa de David, lo que refuta a todos aquellos que niegan la existencia de David y Salomón.

-¿Se buscan indicios en la Biblia para orientar las excavaciones?

-Sí. En los estudios del Mediterráneo oriental no se puede prescindir de ella. También confiamos mucho en la población local (beduinos, pastores, labradores…), que conocen perfectamente el terreno y distinguen, por ejemplo si en un lugar hay un tipo determinado de plantas, dónde puede haber un yacimiento.