¿Va a cumplir la ideología transhumanista un papel determinante en la configuración del mundo durante los próximos años? Si hemos de hacer caso a la presencia de la cuestión en cada vez más ámbitos mediáticos, científicos y jurídicos, todo apunta a que sí. Y ello a pesar de que no resulta sencillo definir el transhumanismo ni examinar todas sus implicaciones morales y jurídicas.

Una doble contribución para aclarar ideas y conceptos la constituyen el libro ¿Transhumanismo o posthumanidad? La política y el derecho después del humanismo (Marcial Pons) y el número especial consagrado a La tentación transhumanista por la revista católica de pensamiento Verbo (nº 575-576). El coordinador de ambos trabajos, en los que han colaborado una docena de especialistas, es el profesor Miguel Ayuso, director de Verbo y catedrático de Derecho en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid (ICADE).

-¿Dónde se sitúa ideológicamente el transhumanismo?

-El término transhumanismo coexiste con el de posthumanismo. Éste evoca la postmodernidad, igual que la modernidad se corresponde con el humanismo. Si los tiempos modernos se caracterizaron por creer que todo aumento del poder sobre la naturaleza constituía una ventaja, los postmodernos parecieron introducir la conciencia de que el crecimiento del poder era una amenaza. Pero, a la larga, la postmodernidad, en general, no ha hecho sino radicalizar los males modernos. Así, ese poder, en todo caso, si de una parte se ha hecho informe, de otra no ha dejado de crecer, alcanzando al núcleo último de la persona. El transhumanismo, por su parte, evoca la evolución autodirigida del hombre (y en consecuencia de la sociedad), favorecida por las nuevas tecnologías, que cambiará el mundo mejorando la condición humana.

-Si es así, ¿por qué entonces suscita inquietud?

-Porque esas supuestas mejoras no dejan de resultar inquietantes, pues no todo lo posible es lícito. ¿Lo sería, por ejemplo, que los padres ejercieran el poder de programar biológicamente a sus hijos? ¿Serían libres, por poner otro más cercano, las sociedades de establecer cuándo debe curarse a un hombre? Se trata, es claro, de una cuestión compleja.

El profesor Ayuso es presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II y ex presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos. En la imagen, al ser investido doctor honoris causa por la Universidad Inca Garcilaso de la Vega de Lima (Perú), en mayo pasado. Es también doctor honoris causa por la Universidad de Udine (Italia).

-Al hablar de "mejoras", ¿qué entienden los transhumanistas por “mejorar”?

-El lenguaje de los transhumanistas usa algunos términos que distan de ser unívocos y precisan ser aclarados a la luz de la mixtura de utopía, cientismo y nihilismo que subyace al transhumanismo. Si no existe la realidad, o no debe ser tenida en cuenta, que para el caso es lo mismo, se hace difícil (si no imposible) definir la "mejora", así como discernir, llegado el caso, la lícita de la ilícita.

-¿Qué propone usted como criterio?

-A mi juicio, hay que huir primeramente de la hybris, de la desmesura, que puede habitar en los designios prometeicos de un «hombre nuevo», por lo demás no exclusivos del transhumanismo, sino con notables antecedentes. Se hace preciso, pues, efectuar un discernimiento prudencial, que concierne tanto al legislador como a los jueces, si miramos el asunto desde el prisma jurídico, entre las mejoras indebidas del rendimiento físico para las personas que gozan de buena salud y los cuidados médicos. Aquí reside el punto crucial: debe distinguirse entre los cuidados médicos dados a un enfermo para restaurar su cuerpo, esto es, la naturaleza, mirando a su fin verdadero, y el uso injustificado de una técnica biológica o de cualquier otro tipo, que erige el rendimiento físico o en definitiva la sola voluntad en fin propio y último. Esto es, el criterio no es otro que la naturaleza, y la humana específicamente.

 

En el conjunto de estas dos contribuciones, ¿Transhumanismo o posthumanidad? y el especial de Verbo sobre La tentación transhumanista, el transhumanismo se aborda desde múltiples perspectivas: además del propio Ayuso, participan Juan Manuel de Prada, Alejandro Ordóñez Maldonado, Michel Bastit, Ricardo Dip, Juan Fernando Segovia, Pedro José Izquierdo, César Félix Sánchez Martínez, José Luis Widow, János Frivaldsky, John Rao y Danilo Castellano.

-Un concepto, el de “naturaleza”, previamente deformado…

-Lo que hay más bien es la negación de la naturaleza y de la naturaleza humana. Los transhumanistas, o niegan derechamente el concepto de naturaleza, o le quitan toda importancia, en el sentido de afirmar que nada hay de malo en alterarla para mejorarla. De manera que el criterio que acabamos de apuntar para juzgar de las mejoras carecería de sentido. Sin embargo, sí parece alentar en su seno un concepto de sustitución de la naturaleza, reducida a una suerte de mente o conciencia desencarnada.

-¿Cuál es el origen histórico de esa evolución ideológica?

-Esa "desnaturalización del hombre" es la conclusión lógica de un proceso –el de la modernidad– que sustituye su naturaleza, "lo otro", con la prohijada por la libre voluntad, esto es, por ejemplo, la del “ciudadano libre” o el “hombre democrático”. Es curioso observar que la reacción posthumanista sea inicialmente contra esa concepción racionalista de la naturaleza, y no tanto contra la clásica, que desconoce totalmente. Si bien culmina arrollando también a ésta en su deseo de destrucción de aquélla. El transhumanismo, en cambio, es más bien una evolución del humanismo, entendido como emancipación total del hombre respecto de todo orden, vínculo o condición. De ahí la importancia del llamado derecho a la «autodeterminación» personal, clave de bóveda que abraza todas las modalidades de esta ideología, dominante en todos los órdenes en nuestros días.

-¿Es una ideología cerrada?

-Ya he distinguido entre transhumanismo y posthumanismo. Pero ni siquiera hay uno solo de ambos. Hay una miríada de transhumanismos y posthumanismos. Por limitarnos ahora al transhumanismo, podemos decir que comparte primeramente con otras teorías anteriores o coetáneas, y a diferencia del posthumanismo, caracteres ideológicos como el antropocentrismo, la confianza en la razón ilustrada, la exaltación de la ciencia reducida a técnica útil, la deconstrucción de lo humano para llevarlo a sus últimas consecuencias. Se distingue, sin embargo, de las mismas por la confianza en la posibilidad de una transformación profunda de la actual condición humana a través de la utilización de la tecnología disponible. Así pues, es un complejo ideológico, no ausente de contradicciones, que apunta a una utopía que no es exclusiva de nuestros tiempos, pero que se reviste hoy de rasgos singulares dados por la combinación de cientismo y nihilismo.

-¿Hay un vínculo entre el transhumanismo y la ideología de género?

-En puridad, el transhumanismo no elimina las identidades de modo absoluto e irreversible, a diferencia de lo que ocurre con el feminismo o la ideología de «género». Sin embargo, la ideología de la emancipación que está en su base unifica una buena parte de los aspectos de lo que podría llamarse la revolución antropológica que está en curso y de la que ha hablado recientemente, en otro libro interesante, Joël Hautebert. De manera que, en el nuestro, hemos considerado oportuno dedicarle atención a la ideología de género. Su genealogía sólo es en parte coincidente con la del transhumanismo, si bien éste se beneficia de algunos de sus presupuestos y desarrollos.

-¿Cómo afecta todo esto al orden social?

-Es muy importante insistir en que el transhumanismo, que persigue de manera científica el dominio, esto es, la liberación, y que identifica política con poder desnudo, es en este orden una continuación y superación del liberalismo. Asume, primeramente, la libertad liberal como libertad negativa. Y  propone e impone, a continuación, un proyecto «positivo», cuya realización implica la superación de las esferas de las soberanías subjetivas y de las libertades individuales. Aunque una cierta escuela conservadora insiste mucho en ligarlo con el que llaman «marxismo cultural», que en puridad no es sino una suerte de «neomarxismo», a fin de mantener activo el espantajo comunista, se trata más bien de la apoteosis del liberalismo.

-¿Es ciencia-ficción pensar en un futuro estatus jurídico diferenciado entre “humanos” y “transhumanos”?

-Ese horizonte de un estatuto jurídico diferenciado entre hombres «transhumanos» y «no mejorados», aunque hoy no exista, no aparece tan lejano como para desterrarlo al territorio de la ciencia-ficción.

-¿Hay una intención anticristiana en todo esto?

-Uno de los postulados básicos del liberalismo fue el de la separación entre la Iglesia y el Estado. Que, una vez consumada, se prolongaría en la separación –consciente y buscada igualmente– entre la Iglesia y la sociedad. Descripción exacta que explica que la exclusión de la Iglesia y del cristianismo de las realidades sociales obrara en los países "occidentales" con idéntica (si no, a la larga, mayor) intensidad que la que se dio en los comunistas, aunque siguiendo vías distintas y vestida con otros ropajes. De manera que la idea democrático-laicista se haya ido alzando por sucesivos trámites a lo largo de la Edad Contemporánea, no siempre sin la complicidad más o menos consciente de quienes deberían haberle opuesto con firmeza el valladar del munus [su propio oficio y autoridad], si no el de sus convicciones.

» De ahí también que nuestra época se haya terminado convirtiendo en una suerte de contracristiandad en la que las ideas, costumbres e instituciones trabajan en contra de lo cristiano. Sus objetivos últimos serían las dos entidades que la Revolución había respetado por una falta lógica interna o por necesidad táctica: la nación histórica y el individuo humano. Contra ellas se lanza ahora un ataque que se quisiera final.

-¿Descarta entonces que el transhumanismo sea “cristianizable”, al modo en el que se habla de humanismo cristiano o de la cristianización de la teoría de los valores?

-El transhumanismo, de algún modo, completa el ciclo del humanismo antropocéntrico. Aunque siempre está al acecho el «clericalismo» (que no es –aunque exista– el que denuncia Francisco, sino más bien el que rechazaba Augusto Del Noce) que trata de bautizar lo que no se puede bautizar: el cristianismo –se dice por algunos– es un transhumanismo.

-¿En qué sentido?

-La afirmación sólo sería aceptable si se quisiese subrayar que el cristianismo supera el humanismo. Pero más bien constituye un guiño para cabalgar –lo ha afirmado expresamente algún gurú de la intelligentsia eclesiástica– el nihilismo cientista.

-Entonces la respuesta es que no: el transhumanismo no es cristianizable…

-En efecto, porque procede de la modernidad y la postmodernidad, y ni la modernidad ni la postmodernidad son cristianizables, aunque la primera surja de la desnaturalización del cristianismo a través de la gnosis protestante y la segunda quede en una reacción tarada por el nihilismo frente a la segunda.

-¿No implica eso vincular la fe a una única cultura?

-La fe no se liga a una sola cultura, eso es verdad, y puede florecer en distintas realidades humanas. Pero los métodos intelectuales y, por ende, las consecuencias operativas, del mundo moderno y su secuela postmoderna, de la revolución, son ajenos y contrarios al orden sobrenatural, y no en el mero sentido de un orden natural que desconoce la gracia, sino en el radical de que son tan extraños a la naturaleza como a la gracia.