Con un cierto recorrido ya en cartelera, Star Wars: Episodio VIII. Los últimos Jedi, dirigida por Rian Johnson, sigue suscitando debate. A la catarata de opiniones que acompaña cada estreno de la saga se ha sumado el obispo auxiliar de Los Ángeles, Robert Barron, toda una referencia en el mundo cultural mediático de internet, donde está presente con su propia plataforma Word on Fire, además de infinidad de colaboraciones.



No suele faltar su criterio respecto a los grandes estrenos cinematográficos de la temporada... y marca tendencia. Lo cual no son muy buenas noticias para Los últimos Jedi, porque el juicio que ha formulado en The Catholic World Report es bastante duro :


Me dormí profundamente durante diez minutos durante la última entrega de la saga Star Wars, Los últimos Jedi. No fue solamente porque el relato divagase por recovecos muy aburridos, sino porque, en general, Star Wars ha perdido el rumbo. Lo que comenzó como una apasionante exploración de la philosophia perennis se ha convertido en un vehículo para la última ideología de moda… y realmente es una lástima.


 
Como muchos de mi generación (tenía 17 años cuando salió la primera película), me sedujo la perspectiva de George Lucas. A todos nos encantaban las explosiones, las naves espaciales y los efectos especiales (infantiles hoy, pero rompedores en su época), pero todos nos dábamos también cuenta de que había algo más en esas películas, algo que entusiasmaba el alma tanto como deslumbraba los ojos.

 

Lucas era un admirador de Joseph Cambpell, profesor de religión comparada y mitología en el Sarah Lawrence College, quien había consagrado su carrera a investigar lo que denominaba “el monomito”: una historia excepcional que, con todo tipo de acentos y énfasis distintos de una cultura a otra, es fundamentalmente la misma y expresa algunas verdades muy básicas sobre la naturaleza, el alma, el crecimiento humano y Dios.

Normalmente se desarrolla como “la misión de un héroe”. Un hombre (típicamente) joven es llamado a salir de la comodidad de su vida doméstica e impulsado a dirigirse hacia una peligrosa aventura, ya sea para conseguir un tesoro o proteger a los inocentes, o someter las fuerzas de la naturaleza.

En el proceso, comprende y vence sus debilidades, hace frente a los enemigos y finalmente entra en contacto con los poderes espirituales profundos que actúan en el cosmos. Normalmente, como preparación para su misión, es entrenado por un maestro espiritual que le hará dar con vigor sus primeros pasos.

A Campbell le intrigaba en particular la forma en la que esta historia se concretaba en los ritos de iniciación entre los pueblos primitivos. Campbell fue el mentor de Lucas, y el profesor de Campbell fue el gran psicólogo suizo C.G. Jung, quien había dedicado su carrera a investigar los arquetipos del inconsciente colectivo que intervienen en nuestros sueños y en nuestros mitos.


Arriba, Carl Gustav Jung (18751961); abajo, su discípulo, Joseph Campbell (19041987), de cuyas obras era admirador George Lucas.

Habría que estar ciego para no ver estos motivos en las películas originales de Star Wars. Luke Skywalker es forzado a abandonar su hogareña vida mundana (¿recordamos al Tío Owen y a la Tía Beru?) y, bajo la tutela de Obi-Wan y de Yoda, se sobrepone a sus miedos, descubre su fuerza interior, se enfrenta a la oscuridad y aprende a obrar en comunión con la Fuerza.

Por cierto, los atentos aficionados de Star Wars se darán cuenta de que Yoda pronuncia bastantes frases muy conocidas de C.G. Jung. Antes mencioné la philosophia perenis [filosofía perenne]. Se trata de un conjunto de conocimientos compartidos por las principales tradiciones espirituales del mundo, e inspiró a Jung, Campbell y Lucas y por tanto las películas de Star Wars.


 
Por supuesto, algunos de estos elementos continúan en las últimas entregas de la saga, pero las dimensiones míticas y arquetípicas han sido aplastadas por una ideología agresivamente feminista. Las preocupación principal de los creadores de la última Star Wars parece ser, no el viaje espiritual del héroe, sino la exaltación de las mujeres triunfantes.

Todos los personajes masculinos de Los últimos Jedi son torpes, incompetentes, arrogantes o moralmente sospechosos; y todos los personajes femeninos son sabios, buenos, prudentes y valientes. Incluso Luke se ha convertido en alguien amargado y temeroso, que lleva el estigma de un profundo fracaso moral.

Las figuras femeninas de Los últimos Jedi corrigen, humillan, controlan y se desesperan ante los hombres, que tropiezan en cuanto no reciben instrucción femenina. Me reí a carcajadas cuando Rey, la joven que ha acudido a Luke para ser instruida en los caminos del Jedi, se muestra ya a sí misma en plena posesión del poder espiritual. No hacen falta Yoda ni Obi-Wan, muchas gracias. La película termina con todos los hombres fuera de escena y Leia tomando de la mano a Rey y diciendo: “Tenemos todo lo que necesitamos”
 
Comparad este tratamiento arrogante y torpe de las relaciones entre el hombre y la mujer con el abordaje mucho más sutil del mismo asunto en las primeras películas de Star Wars. Según los instintos jungianos, los gemelos Luke y Leia (ambos guapos, fuertes y espiritualmente despiertos) representaban el juego del animus y el anima, las energías masculina y femenina, dentro de cada persona.



Y la relación entre Leia y Han Solo era tan interesante precisamente porque ambos estaban muy equilibrados. Leia no tenía que dominar a Han para encontrar su propia identidad: al contrario, se hacía plenamente ella misma cuando él la acorralaba. Mientras que la actual ideología consigue un juego de suma cero (el hombre tiene que ser hundido para que la mujer sea elevada), nada similar existía en la relación, de estilo maravillosamente Tracy-Hepburn, entre Leia y Han.


La costilla de Adán (1949), de George Cukor: el delicioso enfrentamiento judicial-matrimonial entre Spencer Tracy y Katherine Hepburn podía servir de modelo al de Han Solo y la Princesa Leia en la primera película de la saga Star Wars. Lamentablemente, en la perspectiva ideológica de Los últimos Jedi, afirma el obispo Barron, la rivalidad entre sexos no los engrandece mutuamente, sino que se traduce en la humillación de uno por otro.

Y no me entiendan mal: comprendo plenamente por qué, en nuestro contexto cultural actual, las mujeres sienten la necesidad de afirmarse a sí mismas y poner en su lugar a los hombres poderosos. Incluso entiendo que es inevitable cierta exageración. Simplemente me disgusta que este asunto se haya apropiado de una saga cinematográfica que solía abordar verdades más perdurables.

Traducción de Carmelo López-Arias.