Se celebran 400 años desde el nacimiento del genial pintor barroco Bartolomé Esteban Murillo y su ciudad de Sevilla se vuelca con todo tipo de eventos y exposicions (www.murilloensevilla.com). En el diario "El País", por lo general de tendencia muy laicista, no dejan de alabar al artista que era capaz de captar lo más alto -como sus famosas Inmaculadas- y lo popular y cotidiano, como sus escenas de niños de la calle, que vendía a compradores flamencos y otros extranjeros del norte de Europa, donde se apreciaba este género. 

Eva Díaz Pérez firma en el periódico del Grupo Prisa un artículo sobre la recuperación del autor en Sevilla, donde muchos lamentan que su obra se dispersara tanto y tan lejos de su entorno natural, en parte por la invasión napoleónica, y en parte por la desamortización, es decir, la confiscación de conventos (y sus obras pictóricas) por parte del Estado en el siglo XIX, que malvendió o dispersó infinidad de riquezas artísticas. 




"Murillo no es solo el artista que evoca el mundo religioso y que consigue dar un aire amable al espíritu de la Contrarreforma. Es además el pintor que apuesta por un tipo de escenas profanas, cuadros de costumbres que no estaban bien considerados en esa España. Los tratados pictóricos de la época, como los publicados por Pacheco o Carducho, despreciaban la representación de personajes populares, al contrario de lo que ocurrió en el Norte de Europa, donde triunfará ese tipo de pintura que elogia lo cotidiano y que será una de las grandes revoluciones de la historia del arte", leemos en el artículo.

Este pintor de lo religioso "se atrevió a crear muchas escenas de niños pícaros, de gente miserable de la calle. Un mundo aparentemente trivial que apasionaba a los comerciantes flamencos y holandeses que residían entonces en Sevilla por los negocios con las Indias y que fueron quienes encargaron ese tipo de pintura a Murillo. El pintor era además amigo de muchos de ellos, como Nicolas Omazur o Josua van Belle, a los que hace maravillosos retratos. Esta amistad se traduce en la sensibilidad de Murillo por pintar del natural, por bajar al fango de la época y retratar también a las personas de a pie".



"Este Murillo de lo popular que se convierte en casi un documentalista de su tiempo es el menos conocido en España, quizás porque esos cuadros de costumbres salieron pronto de Sevilla. Nada más morir el maestro en 1682 al caer del andamio en el que pintaba los Desposorios místicos de Santa Catalina, esos lienzos de niños pícaros salen en el equipaje de los mercaderes del Norte que abandonan una Sevilla que entra en decadencia y pierde el monopolio comercial con América. Son los lienzos que ahora cuelgan en las salas de pintura española de museos extranjeros".


Otra circunstancia que ha marcado su destino es la gran cantidad de obra expoliada que salió de España, en buena parte por el saqueo que sufrió Sevilla en la Guerra de la Independencia a manos del mariscal Soult.

“Hay colegas extranjeros que me han comentado que ese hecho ha sido afortunado, porque ha permitido que la obra de Murillo haya sido conocida fuera de España”, apunta con sarcasmo el profesor Enrique Valdivieso, autor de Murillo. Catálogo razonado de pinturas y de la biografía Murillo: sombras de la tierra, luces del cielo.

“Resulta penoso contemplar hoy series pictóricas como la que realizó en su juventud para el claustro chico del convento de San Francisco, repartida por diferentes museos del mundo y desprovistas de su antiguo marco arquitectónico, ya destruido para siempre”, añade Valdivieso, también responsable de los itinerarios sobre su vida y su obra que partirán de la Casa Murillo, en el barrio de Santa Cruz.

Ese artista disperso centra la exposición Murillo y los Capuchinos de Sevilla. Se puede ver desde este 29 de noviembre en el Museo de Bellas Artes de la ciudad. Para la muestra se han rescatado los cuadros del retablo de la iglesia de los Capuchinos que terminaron en pinacotecas de diversos lugares del mundo.