Cinco chicas jóvenes cuyo único objetivo en su vida es salir todas las noches, emborracharse y acostarse con todos los hombres que puedan. Durante dos semanas, las cinco han estado viviendo en un convento con unas monjas de clausura de las hijas de la Caridad en Norfolk (Reino Unido) para un reality televisivo que se emitirá en Canal 5 de la televisión durante cuatro episodios.
 
El reality se titula “Bad Habits, Holy Orders” y en él, estas jóvenes con vidas completamente desordenadas con edades entre los 19 y los 23 tuvieron que dejar sus teléfonos móviles, el alcohol, la fiesta y sus minifaldas fuera del convento. Ni siquiera ellas sabían que acabarían con unas monjas de clausura. Sólo fueron informadas que harían un “viaje espiritual” por lo que quedaron horrorizadas al ver que iban a vivir en clausura.


Recibir a estas chicas era un reto para las 12 monjas que viven en el convento. Este es el historial de las jóvenes: Rebecca (19 años) es una bailarina que afirma salir de fiesta seis días a la semana; Paige (23 años) presume abiertamente de haber perdido la cuenta del número de hombres con los que ha fornicado; Gabbi (20 años) es modelo de lencería y confiesa ser adicta a las redes sociales; Tyla (22 años) es una bailarina nocturna que afirma no llegar nunca una noche sobria a casa y que se gasta miles de euros en retocarse el cuerpo; Sarah (19 años) indica estar más de diez horas al día con su teléfono navegando por las redes sociales.


 
Todas ellas debieron cumplir las normas del convento. Tenían que realizar las mismas tareas que las monjas y participar en la oración. Era la primera vez en más de una década que un equipo de televisión entraba en un convento católico en Inglaterra y tanto los operarios de cámara como realizadores tuvieron que ser mujeres.
 

La hermana Frances Ridler ha asegurado que la experiencia había sido una “montaña rusa” y que intentaron involucrar a las jóvenes en la vida del convento. “El programa mostrará algo muy realista y aunque hubo algunos momentos de miedo, sentimos que es un retrato honesto y que será bueno para la Iglesia Católica”.
 
El choque inicial entre monjas de clausura y chicas completamente descontroladas y con vidas desordenadas fue grande. Costó que empezaran a cumplir las normas y que pudieran vivir sin salir de fiesta, tener sexo, beber alcohol o incluso maquillarse.


Pero poco a poco se fueron viendo pequeños cambios, fueron abriendo su corazón a las religiosas e interactuando más con ellas. La hermana Frances asegura que las chicas se “abrieron lentamente” pero que acabaron dándose cuenta de que las religiosas “estaban interesadas en cada una de ellas como personas”.


 
“No creo que en el mundo en el que vivían pudieran abrirse y tener conversaciones profundas”, agrega esta religiosa, que pone de ejemplo el testimonio que les dio una de las monjas sobre el dolor en un duelo, que provocó las lágrimas y la reflexión de estas chicas, lo que “fue un momento espiritual dado por Dios”.
 

“Puedo decir honestamente que sentimos que las hemos marcado en sus vidas”, sentencia la religiosa. Para poner un pero, la hermana Frances se lamentó de que el programa dejara fuera algunos aspectos religiosos de la convivencia como la peregrinación al santuario mariano de Walsingham o las meditaciones diarias preparadas por las monjas para las cinco jóvenes.
 
¿Qué cambió se ha dado en estas cinco jóvenes tras estar dos semanas en un convento? Pese al historial con el que llegaban confiesan haber salido cambiadas y habiendo descubierto cosas sobre su vida que antes no veían. Sobre todo, y aunque parezca obvio, es que han podido vivir 14 días sin emborracharse, salir o sin chatear en las redes sociales. Y no se han muerto por ello.




Esta experiencia las ha marcado a cada una en un aspecto muy concreto pero parecen no salir igual, incluso desde una perspectiva espiritual. Sarah, adicta a las redes sociales, recuerda que la hora de irse a dormir, las diez de la noche, era en su vida a la que ellas habituaban a salir de fiesta. “Eran las diez y de repente me golpeó un sentimiento: ‘estoy tan contenta, estoy tan feliz’. Allí me di cuenta de lo infeliz que había sido. Todo el mundo en esta generación es ahora esclavo de las redes sociales para aumentar su ego, pero yo me sentí tranquila. Me sentía como en casa”.

Algo similar le pasó a Gabbi, modelo de lencería, que afirma que “estaba deprimida antes de entrar. Sentía como si hubiera perdido el control de mi vida. Las hermanas eran asombrosas y nos juzgaron sino que nos ofrecieron un tipo de guía que te ayuda a encontrar respuestas por ti mismo”.


“Toda mi vida mi perspectiva sobre la vida ha cambiado. Encontré un propósito y una nueva confianza, fue un cambio de vida”. Y aunque sea un detalle menor, no para ella, consiguió publicar por primera vez una foto suya en redes sociales sin estar maquillada.


 
Por su parte, Tyla ha empezado a colaborar con un refugio para personas sin hogar y ha donado bolsas y bolsas de ropa a organizaciones caritativas.  En otros casos, los cambios han sido menores como salir menos noches o cambiar la fiesta por otra actividad.
 
Lo que pretendían las monjas aceptando este arriesgado reto era mostrar a jóvenes como las participantes y que llevan el mismo tipo de vida de que existen alternativas y que se puede ser feliz de otra manera. Y que la vida religiosa es una manera para alcanzar esta felicidad.