El 31 de agosto se presentó en la Biennale de Venecia, fuera de concurso y en lengua inglesa, el documental de 68 minutos The devil and Father Amorth [El diablo y el padre Amorth], una obra de William Friedkin, el director de El exorcista (1973). El documental incluye escenas de un exorcismos realizado por el padre Gabriele Amorth (1925-2016), fallecido el 16 de septiembre del año pasado a los 91 años de edad tras haber sido durante 31 años el exorcista de la diócesis de Roma.

En su presentación del documental, Friedkin afirma que antes de El exorcista, ni él ni el autor de la novela original, William Blatty, habían asistido a un exorcismo, y que tampoco había mucho escrito al respecto: "La Iglesia católica es reticente a hablar de estos casos, y por buenos motivos": "Cuarenta y cinco años después, por lo que puedo definir exclusivamente como la intervención de la Providencia, conseguí conocer al padre Gabriele Amorth. Había oído hablar de él muchos años atrás, pero me resultaba difícil creer que hubiese practicado miles de exorcismos". 


Llevado de un impulso, le escribió a Andrea Monda, un amigo suyo teólogo que vive en Roma para intentar ver al padre Amorth, y con "gran sorpresa" se encontró que al cabo de pocos días el sacerdote le citaba para el 5 de abril de 2016 a las nueve de la mañana en su residencia: "Hablamos durante más de dos horas antes de que le pidiese permiso para asitir a un exorcismo y filmarlo. Me dijo que lo pensaría unos días".

Posteriormente Amorth le citó para un exorcismo el domingo 1 de mayo a las tres de la tarde, diciéndole que podría asistir, pero él solo, sin su equipo, y filmar, pero sin focos: "Este documental es el testimonio de la experiencia vivida aquel día, junto con las opiniones de algunos de los más ilustres neurocirujanos y psiquiatras de Estados Unidos a quienes enseñé la película. Solo puedo definir esta experiencia como transformadora, un viaje de exploración, el cierre de un círculo iniciado hace más de 45 años".



A Friedkin no le ha importado explicar esa transformación durante las ruedas de prensa y entrevistas concedidas en Venecia. El exorcismo era el noveno en nueve meses que realizaba el padre Amorth sobre Rosa, una mujer de 30 años de un pueblo del Lazio, y que no consiguió su liberación total. "Me asusté, fue una experiencia aterradora", explicó, destacando el cambio en la personalidad de la chica, la necesidad de sujetarla entre cuatro o cinco personas y, sobre todo, su voz, que sobrecogió incluso a uno de los psiquiatras a quien le mostró luego la grabación, aclarando que no se ha editado. La joven gritaba: "¡Soy Satanás! ¡Somos ejércitos!". En un momento dado da la cifra de los demonios que la torturan: 89.


"Yo no creía antes que hubiese algo real en los exorcismos, hasta que lo vi", confesó Friedkin, que se confiesa agnóstico pero respeta las enseñanzas de Jesucristo y se siente "abrumado" ante su figura y mensaje.

De hecho, hubo un momento en el que William dejó de hablar del documental en sí para comentar las reflexiones que le suscita sobre la vida.



"No tenemos ni idea de qué hacemos aquí, de cómo hemos llegado hasta aquí o hacia dónde vamos. Lo importante no es tanto la fe o el escepticismo, como la curiosidad. Por eso he hecho esta película, por mi curiosidad", explica.

Y dirigiéndose a los asistentes a la rueda de prensa, les espeta: "¡Que alcen la mano los que estén seguros de que Dios no existe! ¡Por favor, alzadlas, tengo curiosidad!". Se levantan solo tres, y les pregunta: "¿Por qué estáis seguros de que Dios no existe? ¿Cómo diablos lo sabéis?".

"¡Silencio!", dice con una sonrisa tras unos segundos de espera.


Friedkin también destacó algo bien conocido respecto a la personalidad del sacerdote: su buen humor y el su desprecio al diablo.

"Era un hombre muy divertido" y "no trataba el diablo como una potencia superior del mal, sino como un idiota".

¿Por qué el padre Amorth accedió al rodaje? William piensa que "él quería que la gente fuese consciente de su trabajo porque quería que el Vaticano formase más exorcistas".



"Creyó que yo tenía suficiente caché para tomar su historia y llevarla al público por medio de una película": y sí, lo hace intercalando con solvencia las escenas del exorcismo con fragmentos de sus conversaciones con Amorth, opiniones de médicos, expertos de la Iglesia, personas que han estado poseídas...


Friedkin mostró sus imágenes a dos neurocirujanos, el doctor Neil Martin, jefe de neurocirugía del UCLA Medical Center (Universidad de California-Los Ángeles) y al doctor Itzhak Fried, también de UCLA y del Sourasky Medical Center de Tel Aviv, especialista en cirugía epiléptica: "La reacción de los neurocirujanos me sorprendió. Yo esperaba que rápidamente despacharan los síntomas de Rosa como locura o fraude no intencional, o que sugerirían que podría ser curada mediante cirugía cerebral. No lo hicieron. Tampoco salieron diciendo 'Por supuesto, esta mujer está poseída por Satanás', pero parecían desconcertados al definir su enfermedad, y ambos coincidieron en que no era algo que pudiese intentar curarse quirúrgicamente".


Escenas del documental de William Friedkin. Fuente: Vanity Fair, que incluye un amplio artículo del cineasta.

También mostró su grabación a cuatro psiquiatras de la Universidad de Columbia: Jeffrey Lieberman, director del Instituto Psiquiátrico del estado de Nueva York; Roberto Lewis-Fernández, presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría Cultural; y Michael B. FirstRyan Lawrence, profesores de Psiquiatría clínica.

Friedkin recoge en Vanity Fair sus comentarios en hora y media de debate entre los cuatro. Todos coinciden en que no hay fraude, lo que se ve "es algo real". Ninguno atribuye a una posesión real lo que ven, pero First y Lieberman consideran que el exorcismo puede ser un tratamiento beneficioso desde un punto de vista no sobrenatural. Alguno admite que se parece a "un par de casos" especiales que han tenido en su carrera. Y en particular Lieberman refiere un caso de una chica de 20 años de familia católica a la que asistió junto a otro colega, con síntomas similares a Rosa, que no respondía a ningún tratamiento, y que les produjo a ambos simultánea e independientemente, al volver a sus casas respectivas, una visión de una luz y un dolor de cabeza. "Fue realmente extraño", admite.

En cuanto a Friedkin, su impresión con los psiquiatras es parecida a la que recibió con los neurocirujanos: "Acudí a estos doctores a intentar conseguir una explicación racional y científica de lo que yo había experimentado. Pensé que dirían 'Esto es un tipo de trastorno psicosomático que no tiene nada que ver con la posesión'. No fue lo que me llevé de allí".