Si hay un reto difícil de abordar para un novelista, es el que presenta la vida de Jesucristo. El relato es conocido, primer hándicap: ni puede haber sorpresas... ni debe haberlas, porque la historia sagrada es eso, sagrada, esto es, intocable. Además, el escritor tiene que perfilar en cada página palabras y acciones de al menos dos personajes de cuya psicología no existe experiencia propia o ajena a la que acudir: Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre en una sola persona, y María, concebida sin mancha original, ajena a todos los lastres que dejó en  nuestra naturaleza el pecado de nuestros primeros padres. Y casi un tercero, porque ¿cómo vislumbrar siquiera la transformación que hubo de obrar en José esa doble y constante compañía?

Pues bien, Miguel Aranguren lo ha conseguido en J.C. El sueño de Dios (Homo Legens), tras años de trabajo que se aprecian en la delicada filigrana en la que ha encajado las figuras evangélicas y en la cuidadísima aproximación teológica a cada palabra, a cada situación. Así, nada desentona en la obra del carácter divino de los acontecimientos y lo sobrenatural se incorpora a ellos con una naturalidad -valga el oxímoron- asombrosa.

-¿Cuál fue su intención al escribir este libro?

-A priori no es fácil buscarle la intención a una novela, pues la creatividad sigue una lógica distinta al ensayo, donde el escritor parte de unos supuestos y buscar llegar a una meta. En este caso, todo comenzó en un almuerzo con una persona que tenía relación directa en la formación cristiana de los jóvenes. Me llamó la atención oírle hablar de la necesidad que tienen de conocer a Jesús, del que lo ignoran casi todo.

-¿Es esa ignorancia precisamente la que crea la necesidad?

-Esta necesidad es connatural al ser humano desde la resurrección de Cristo, incluso desde antes, ya que llevamos inscrita la resolución del Misterio en nuestro interior, ese Misterio que nos mantiene en la existencia y que nos da el conocimiento de nosotros mismos y de todo lo que nos rodea. Ese Misterio que nos despierta un anhelo de eternidad, cuando en principio todo lo existente es caduco. Ese Misterio que -animo a leer los Evangelios- un hombre nacido en el siglo I de nuestra era en un lugar remoto del Imperio fue desvelando como si tuviera todas las respuestas. Dudo que haya en la Historia un mensaje más asombroso que el suyo y una vida tan intensa (por todo lo que cupo en sus treinta y tres años de vida mortal), por todo lo que contiene de humano y sobrehumano. Y, por si fuera poco, ese hombre vive.

-Así que se puso "manos a la obra"...

-La conversación durante aquel almuerzo me dejó "herido".

-¿A qué se refiere?

-Vivimos en una sociedad neopagana en la que lo tangible parece haber destronado los requerimientos del espíritu. Entre las nuevas generaciones son muchos,¡muchísimos!, los no bautizados, los que reniegan de la Iglesia (extensión –"esposa"– de Jesús en la Tierra, el purgatorio y el Cielo), los que no saben absolutamente nada, más allá de unas imágenes recogidas por nuestra cultura, del Pacto que Dios selló con su Pueblo, encarnado en su Hijo, que nos ha abierto las puertas de la Salvación. 

-¿Hay entonces una intención evangelizadora?

-Pensé, entonces, en la posibilidad de escribir una novela (pues escribir ficción es lo mío) que abordara al personaje y sus circunstancias, pero desde un punto de vista singular: el Jesús de J.C. El sueño de Dios no podía ser un personaje histórico, sin más, sino que tenía que tener una relación directa con nosotros, con los lectores. En su forma de hacer, en su misión, tenía que conminar al lector de la novela, porque el Evangelio es la única obra literaria que trasciende a sus autores y a sus lectores, ya que comprende una conversación directa entre Cristo y aquel que se enfrenta a sus palabras.

-¿Qué quiere decir con esto?

-Jesús no es un personaje que pasó, uno más, por muchas flores que queramos ponerle. Es el Cristo hoy y siempre, el que en esta novela susurra a Juan Bautista moribundo, el que habla de cuando en cuando del papel que jugarán sus padres -María y José- en la bienaventuranza de todos los hombres de la Historia, también en la mía, en la tuya, en la de quien está leyendo esta entrevista. Y, por supuesto, no quiero pretender haberlo conseguido, pero esta es una de las emociones más intensas en la escritura de esta novela: he sentido la actualidad de esos sucesos de los que nos separan más de veinte siglos, he sentido que ni Jesús ni María ni José han envejecido. Están. Y están a nuestro lado.

-Han sido siete años de trabajo. ¿Cuál ha sido la mayor dificultad?

-Sin hacer ciencia ficción, me sorprende el tiempo que he dedicado a J.C. El sueño de Dios. En buena medida se debe a que el proyecto me desbordaba. Si al principio confié en que iba a poder trazar una novela sobre la vida de Cristo, enseguida me di cuenta de que San Juan Evangelista no exageraba cuando certificó la imposibilidad de dejar por escrito todo lo que el Hijo del Hombre hizo y dijo. Y confieso que esa imposibilidad me hizo sufrir. Mejor dicho, que la elaboración de esta novela me ha hecho sufrir mucho.

-¿Por qué?

-Primero, porque dediqué más de un año a estudiar el entorno de los Evangelios, a analizar a los distintos personajes, a pedir luces para que lo que escribiera revertiera en el bien de los lectores, fueran quienes fuesen, personas de fe o sin ella, porque en ningún caso quería escribir una novela piadosa o para convencidos. Jesús de Nazaret no nos pertenece solo a los cristianos porque es el Hombre que habla al hombre, a todo hombre, sin importar el tiempo ni la cultura, incluso sin importar el sello del bautismo. Me desarma seguirle por Palestina y sus alrededores, ver como Él no ponía distancias ni hacía categorías entre la gente con la que se encontraba. Su hambre de amor estaba por encima de cualquier componenda.

-¿Se parece el libro, al final, a la idea que tenía al principio?

-Sí y no. Sí porque la novela está cerrada. Es decir, está justificada en su propia estructura, que es un tanto circular. Pero en mi caso nunca planifico lo que escribo. Parto de una idea general y después dejo que el texto me sorprenda. Pero en J.C. El sueño de Dios hay otro elemento que conviene tener en cuenta: que Jesús es inabarcable, como decía, porque cada una de sus respiraciones trae un mensaje, un vivir, un destino desde el que medimos lo bueno y lo malo, lo magno y lo mezquino, lo santo y lo pagano. Por otro lado, hubo momentos en los que la sola idea narrativa de la Encarnación (que Dios se ha hecho criatura para redimir a sus criaturas) me dejaba en un estado de perplejidad tan grande que creía posible haber errado el paso, es decir, haber aceptado un reto que estaba muy por encima de mis limitadísimas posibilidades.

-¿Cuáles han sido sus fuentes?

-Durante el tiempo de estudio, de documentación, leí muchos ensayos, libros de espiritualidad, acercamientos a la figura de Cristo que venían a sumarse a otras lecturas sobre el tema que he ido acopiando a lo largo de mi vida. Pero una vez que inicié la elaboración de la novela corté todos los vínculos. Es decir, me quedé con mis apuntes y con los Evangelios, que siempre me acompañan. Y tengo que decir que la elaboración de la novela me ha ayudado a leerlos de otra manera, a formar parte de ellos, a entenderlos mejor.

-¿Se ha inspirado en alguna obra anterior?

-En lo que se refiere a narrativas en las que Jesús esté presente, no he querido que durante estos siete años me afectaran, por lo que las retiré de mi plan de lecturas.

El arca de la isla (2011), La hija del ministro (2010), Los guardianes del agua (2009), La sangre del pelícano (2007)... Tras unos años de intensa publicación, Miguel Aranguren hizo un alto para preparar su novela más ambiciosa: J.C. El sueño de Dios.

-¿Cómo se vive espiritualmente un contacto tan continuado con los personajes sagrados?

-Es una experiencia única. Muy personal, claro, y extraordinaria. Además, el Cristo que presento en J.C. El sueño de Dios es el mío, es decir, es el que yo he conocido, el que conozco, el que he tratado tanto en mi tiempo de trabajo como en mi oración y en mi vida sacramental, con todas las limitaciones que me caracterizan. Creo que, además, me he esforzado en mirar el escenario con enorme realidad.

-¿Realidad respecto a qué?

-No quería que Jesús fuese un personaje rígido o dulzón, ni que viniera cargado con tópicos. Quería que fuese un hombre en sus coordenadas físicas y temporales, un hijo de Abrahán, un judío fiel. Y lo mismo con María y José. Especialmente con José, al que después de elaborar esta novela me siento tan unido, porque me he asomado a sus dudas, a sus miedos, a la responsabilidad sobrehumana a la que se enfrentó. Y a su muerte. Porque José murió como ansiamos todos los seres humanos.

-La novela apenas entra en la vida pública de Jesús y su mensaje…

-Hay retazos de la vida pública de Jesús a lo largo de toda la novela: su actividad en el mar de Galilea, su paso por algunas ciudades gentiles, el trato que mantuvo con su madre cuando empezó a predicar, su bautismo, la compañía de sus discípulos, el cautiverio de Juan Bautista... Pero no me detengo en los pasajes que, podemos decir, son clave: la institución de la Eucaristía, su pasión, muerte y resurrección.

-¿Alguna razón para no hacerlo?

-No ha sido intencionado: poco a poco la novela fue dirigiéndose hacia momentos concretos de los Evangelios, a la vez que me pedía viajar atrás, muy atrás, a los albores de la Creación, para que el lector pudiera entender que no hay nada al azar, que el amor de Dios tiene prevista cada etapa, que el conocimiento de lo divino fue una manifestación paulatina y que en la encarnación llega el momento culminante y definitivo.

-En ese “viaje atrás” hay dos personajes con un peso mayor del que podría esperar el lector: San Juan Bautista y Satanás. ¿Por qué?

-San Juan Bautista era, antes de escribir la novela, casi un desconocido para mí. Sin embargo, al aproximarme al texto fui dándome cuenta del dramatismo de su existencia, de la fuerza de su fidelidad, de lo que representó para él ser el punto final de aquel Pacto de Yahvé... Parecía un loco y fue todo lo contrario: un hombre con vocación de servicio, entregado a la oración y a la espera. Y, por si fuera poco, su padecimiento. Y en el padecimiento, la duda. Porque en J.C. El sueño de Dios los santos son de carne y hueso, hombres y mujeres que dudan, que a veces pecan, que lloran, que padecen sufrimientos físicos y morales... y que confían. El lector descubrirá que Juan recibe del mismo Jesús un encargo maravilloso: ser el heraldo que conduzca a las almas desde el seno de Abrahán al Cielo. Y se sobrecogerá con el relato de su martirio y con la relación que crea con José.

-¿Y Satanás?

-Acerca de Satanás diré lo siguiente: su presencia en los Evangelios y la gravedad con la que Jesús se refiere a él (de forma directa e indirecta) y actúa contra su persona y sus obras, viene a decirnos que su protagonismo en el drama de la humanidad es radical. En él está el origen de todos los desórdenes, la razón del caos, la división y la mentira. Es el responsable primero de todas las injusticias, de todos los crímenes cometidos, del desprecio a los débiles y de la ruina moral de los poderosos. Desde que gritó aquel terrible: Non serviam! con el que se desvinculó de Dios, su obsesión es nuestro sufrimiento, la desesperación, la aniquilación de la maravillosa libertad con la que los hombres acogemos la voluntad divina, apostamos por el bien. Y teme la promesa de su derrota, que la trajo Cristo de una manera que su inteligencia no fue capaz de prever. Creyó que podría desbaratar los planes de Dios, aquella "feliz culpa" por la que la totalidad de nuestra salvación se ha cumplido en la fidelidad de una adolescente que terminará por aplastarle la cabeza. ¿Acaso no es suficiente para que tenga un papel principal en una novela como esta?

-Cuando se lee esta obra, uno siente que no es solo sobre Jesucristo, sino sobre la Virgen María, sobre la Sagrada Familia. ¿Me equivoco al interpretarlo así?

-No. Es más, creo que su lectura ha sido la adecuada. Aunque, si me deja precisar, más que sobre la Sagrada Familia es una novela sobre el Amor de Dios por cada uno de nosotros. Y una novela que muestra la predilección de Dios por los pequeños, los humildes, los heridos, los sencillos... José y María representan a una humanidad que no lidera las corrientes económicas, sociales ni culturales, pero que son padre y madre de todos y cada uno de los hombres que deseen abrirles las puertas de su corazón. Al escribir la novela, coincidiendo con mis viajes a ciertos barrios marginales de Kenia, pensé -y sigo pesando- que los padres de Jesús, tal y como aparecen en J.C. El sueño de Dios, podrían alojarse con muchas de aquellas familias y, sobre todo, acoger a los niños de la calle como si cada uno de ellos fuese el Mesías.

-La obra está cuidadísima desde el punto de vista teológico…

-Me abruma su comentario. He tenido la inmensa fortuna de haber nacido en una familia cristiana en la que se ha cuidado nuestra formación espiritual. En este sentido, hemos normalizado la fe desde el conocimiento de la doctrina católica. Además, estudié en un colegio donde esa formación es uno de sus distintivos (reflejada también en la vivencia de las virtudes humanas como plasmación de las espirirtuales o morales). Por otro lado, me beneficio de la formación que de manera continuada recibo en el Opus Dei, que, como decía San Josemaría, es una inmensa catequesis en la que la formación es el punto de partida y de llegada de su apostolado. Y después, leo y atiendo la predicación de mi parroquia.

-¿Llevó a cabo alguna formación adicional o asesoramiento?

-Una vez acabé la novela le pedí a varios amigos (algunos de ellos, teólogos) que me señalaran algún posible error, que no lo hubo.

-Antes habló del Cristo real. ¿Tenemos hoy una visión distorsionada de Jesucristo?

-Me cuesta ser categórico, pues depende de cada persona. Sin lugar a dudas, la falta de presencia de lo cristiano en la vida corriente ha generado un analfabetismo preocupante en elementos que parten de la fe pero que van más allá, pues están imbricados en nuestra cultura. Por otro lado, el relativismo ha difuminado la imagen de Jesús al capricho de aquel que lo describe (pienso en Lennon proclamándose más famoso que Cristo; pienso en aquella caricatura grotesca del Cristo como revolucionario o como hippy, o como un hombre de izquierdas o de derechas...). Lo que sí es cierto es que Jesús habla a cada hombre. ¿Cómo entender, si no, los millones de jóvenes que han participado en cada una de las Jornadas Mundiales de la Juventud? ¿A quién salían a buscar? ¿A un Papa superstar o al mismo Jesús?...

-¿Tiene ya algún feedback de los lectores?

-Todavía es pronto, ya que se trata de una novela extensa (casi seiscientas páginas). En todo caso, empiezan a llegar las primeras impresiones, que para mí están siendo todo un regalo. Pienso en un periodista que me escribió un wasap para decirme que mientras leía en el metro el capítulo del enamoramiento de José y María, se le encharcaron los ojos. Y me consta que no es un hombre sensiblero. Pienso en una mujer que lidera el ámbito de la alta costura, que leyó de un tirón las primeras doscientas páginas, trastornada por la audacia con la que están construidos los personajes. Pero es pronto, insisto, para saber cómo cala en los lectores.

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