Este año se celebran los quinientos años de las famosas tesis de Martín Lutero. Por ello, es interesante recordar qué significó la reforma protestante, también desde el punto de vista político

Francesco Agnoli ha entrevistado para La Nuova Bussola Quotidiana al profesor Rocco Pezzimenti, licenciado en Ciencias Políticas y en Filosofía, anteriormente docente en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Libre Internacional de Estudios Sociales (LUISS, por sus siglas italianas) y en la Universidad de los Estudios de Molise. Actualmente, el profesor Pezzimenti es director del Departamento de Ciencias Económicas, Políticas y de Lenguas Modernas de la Universidad Libre María Santísima Asunta (LUMSA, por sus siglas italianas)


El profesor Pezzimenti analiza las consecuencias de la Reforma en ámbitos ajenos al puramente religioso.


-Esta visión antropológica tiene consecuencias políticas porque es la causa del absolutismo moderno. El pesimismo antropológico está en la base del pensamiento que va desde Maquiavelo a Hobbes, pasando por muchos otros. Es verdaderamente curioso que el Renacimiento, y en general toda la primera modernidad, presente un optimismo casi desenfrenado que invade todas las ciencias y las artes en general, pero no consigue dar a la política esa centralidad que, en cambio, reserva al hombre en cualquier otro campo del saber. La reflexión política de los siglos XVI y XVII y, en la Europa continental, en buena parte del siglo XVIII, está permeada por un agudo pesimismo, fruto de un creciente clima de inseguridad, que determina reflexiones utopistas o absolutistas.

»La razón de todo ello, contrariamente a lo que se lleva repitiendo desde hace tiempo de manera acrítica, hay que buscarla, en mi opinión, en las Reformas, en todas las Reformas que rompieron esa unidad ideal sobre la que se sostenía desde hacía siglos Europa, generando un clima de recíproca sospecha y, por lo tanto, de inseguridad, favoreciendo así el nacimiento y el afirmarse del absolutismo visto como sistema político capaz de dar seguridad y protección, a costa incluso de renunciar a las libertades más elementales. El soberano absoluto es visto, de este modo, como el dios artificial capaz de asegurarnos la vida. A este soberano, en cambio, se le debe obediencia ciega. Todas las teorías sobre la resistencia al tirano, e incluso la posibilidad del tiranicidio, que surgieron en la Edad Media parecieron olvidarse de golpe.

 
-Digamos que esta es la consecuencia lógica de la eliminación del dualismo tardoantiguo y medieval entre política y religión. Eliminando el poder religioso, sólo queda el poder del príncipe, que no encuentra ninguna autoridad que se oponga a él. Es más: el poder político, al englobar en sí toda prerrogativa de tipo religioso, anula incluso la libertad de conciencia. Ésta, de hecho, ya no encuentra ninguna autoridad que la apoye y pierde toda referencia a la que anclarse. De este modo, se elimina incluso la posibilidad de la objeción de conciencia.


-Sucedió que Lutero veía en la revuelta de los campesinos la rebelión contra esos príncipes que habían apoyado su Reforma. Una victoria de esos desesperados habría podido comprometer los resultados obtenidos por su lucha y, por este motivo, se opuso a la revuelta, demostrando así toda su intolerancia. Parece querer mantener el monopolio de la rebelión hacia el papado y no se da cuenta de que, una vez rechazada la autoridad religiosa, invitaba a quienquiera a hacer lo mismo, también hacia su reforma. Aunque no le parecía bien éste fue, en el fondo, el presupuesto del cual partieron todos los otros reformadores. Así se generaron todas las sectas que rompieron irreparablemente la unidad del Cristianismo. 


Lutero y otro reformador, Melanchton, en un cuadro de Lucas Cranach. Todos los partidarios de la libre interpretación de la Biblia disputaron entre sí para imponer su interpretación personal.


-Diría que no la hay. Lutero parece ser consecuente. Lo que él define como libre interpretación es su libre interpretación, y está claro que el suyo es un dogmatismo similar al que, según él, pretendían tener otros reformadores. Aceptarlos significa aceptar otros caminos y posibilidades de salvación y, sobre todo, significaría la posibilidad de que otros le juzgaran a él y a su doctrina. Paradójicamente, Lutero quiere para sí ese privilegio que, en cambio, quería quitar a la Iglesia. Del mismo modo que ésta afirmaba extra Ecclesia nulla salus [Fuera de la Iglesia no hay salvación], él afirma “Quien no recibe mi doctrina no puede llegar a la salvación”. La Iglesia sostenía su postura en base a su tradición y a la herencia recogida por los apóstoles; Lutero, en cambio, apoyaba su toma de posición únicamente en su rebelión.

»Llegados a este punto, es necesario aclarar un argumento crucial acerca del cual hay aún mucha confusión. Una cierta cultura antirreligiosa sostiene que, con su rebelión, Lutero está en la base de la modernidad. Pero esto era precisamente lo que él no quería. Para fundar su Reforma sostuvo que la Iglesia había llegado a ser demasiado "moderna" y que era necesario volver a los orígenes que, por otra parte, desde un punto de vista dogmático, no encontró. La Iglesia, que no es casualidad que se defina semper reformanda, estaba al paso con los tiempos y esto era lo que no le gustaba a Lutero. 


-A nivel geopolítico los efectos de la Reforma fueron devastadores. No sólo causaron una ruptura en Europa que llevaron a casi dos siglos de guerras de religión, sino que dicha fractura acabó repercutiendo en todo el mundo, vista la penetración colonial que las potencias europeas tuvieron en otros continentes. 


-Este es un punto muy controvertido entre los estudiosos. Personalmente pienso que el hilo rojo del que usted habla existe, si bien, por una serie de motivos bastante complejos, en Inglaterra el pluralismo religioso, gracias también a la presencia de los católicos, sobrevivió y determinó la recuperación de los ideales liberales. En Alemania, en cambio, la fractura fue mayor y la propia política se resintió. No podemos olvidar que precisamente del país de Lutero, además de venir la primera justificación del absolutismo, vendrán también las premisas teóricas de los totalitarismos contemporáneos. Ciertamente, soy plenamente consciente de que no toda la cultura alemana es responsable de esto -no me olvido de ese otro hilo conductor que va de Schiller a Mann-, pero no puedo olvidar lo que el historicismo dialéctico, por su rigidez e intolerancia, ha significado para la cultura contemporánea. 


-En base a lo dicho hasta ahora, negar este vínculo equivaldría a sostener que Hitler fue el resultado de la casualidad o de un milagro perverso. En política, yo no creo ni en lo uno ni en lo otro. Las causas del nazismo son tantas y tan evidentes que nadie puede decir que se haya generado repentinamente. Una parte de la filosofía alemana, pensemos en Fichte, está convencida de que Lutero era el prototipo de la nación alemana. Estas afirmaciones  -que repito, no son compartidas por buena parte de la cultura alemana- deben, sin embargo, hacernos reflexionar.

»En lo que respecta a la primera parte de la pregunta, hay que recordar que no fueron pocos los hombres de cultura alemanes, y entre ellos recuerdo a Mann, que alabaron la resistencia al nazismo llevada a cabo por muchos católicos alemanes


-La respuesta a esta pregunta, más actual e importante que nunca, nos la da el conjunto de la reflexión filosófica y política cristiana. Desde las dos ciudades de San Agustín y los escritos de Juan de Salisbury, a la reflexión tomista y a Rosmini. Se trata de un dualismo necesario que busca limitar los posibles abusos y extremismos en los que pueden caer cada una de las partes. La abolición de este dualismo es debido seguramente a las Reformas, pero es necesario recordar que también en los países católicos se ha hecho todo lo necesario para encaminarse sobre esta vía. Quiero recordar que cuando en el siglo XIX se formuló la famosa expresión de "Iglesia libre en Estado libre", no fueron pocos los pensadores católicos, desde Montalembert a Newman, que la criticaron. Para garantizar un dualismo real se debería haber dicho Iglesia libre y Estado libre. Es sólo una conjunción, pero marca una gran diferencia. Y me parece que las consecuencias de dicha diferencia las tenemos ahora ante nuestros ojos. 

Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).