Por quinta vez, el Centro Cultural de Milán ha llevado a la capital lombarda a Alain Finkielkraut, y nosotros hemos aprovechado la ocasión para hacerle una entrevista cara a cara que el filósofo, igual que nosotros, prefiere respecto a las entrevistas telefónicas. Su conferencia, Cada cosa es un acontecimiento. ¿Se puede vivir así? Recomencemos desde Péguy.

El catálogo de la exposición por el centenario de Charles Péguy presentada en el último Meeting de Rimini incluía una larga entrevista a Finkielkraut. Asombra un pasaje que no podemos dejar de recordar: «Nuestro mundo no es "prostitucional" por lujuria; la prostitución es la intercambiabilidad de todas las cosas, es decir, todo se convierte en maleable, por lo tanto todo está disponible. El peligro de todo esto es que este "poner a disposición" tiene algo que es muy gratificante, procura mucho placer, es voluptuoso, excitante y, al mismo tiempo, satisface en nosotros el deseo de igualdad; ya no hay diferencias y, por consiguiente, no hay jerarquía. Entramos en el mundo de lo indiferenciado y la igualdad suprema es el reino de lo símil. Puedo citar, haciendo eco a Péguy, esta frase de un filósofo francés contemporáneo, Jean-Claude Milner: “El nucleo duro de la imposibilidad de transformar se desmorona cada día". He aquí la realidad y tenemos pruebas de ello a diario».


Según Finkielkraut, «lo que se está llevando a cabo no es una victoria de la diferencia, sino "sobre" la diferencia; porque la diferencia es lo que yo no puedo ser, lo que es irreducible, eso de lo que no puedo apropiarme. Con la disminución de todas las resistencias yo, en cambio, puedo apropiarme de lo que quiero, puedo convertirme en lo que quiero. Péguy había previsto este mundo: la parte "dada" tiende a desaparecer en favor del artificio humano. Y en virtud de esto nosotros seguimos razonando en términos de progreso. Hoy nos esforzamos en poner límites, pero es posible y probable que no lo consigamos, porque este "ponerse a disposición" generalizado tiene la pretensión de llenar la espera y colmar aspiraciones muy fuertes».


Hace unos días el "inmortal" de la Academia Francesa concedió una entrevista al periódico Il Giornale y también aquí hay un pasaje del que uno se puede enamorar. Ese en el que dice: «El filósofo Gómez Dávila ha dicho que el alma culta es esa que en el ruido de los vivos no trunca la música de los muertos. Con las nuevas tecnologías el ruido de los vivos alcanza el paroxismo. Todos se conectan a cada instante. En cambio, para escuchar la música de los muertos hay que desconectarse». Una vez dicho todo esto, he aquí el interesante intercambio de ideas con Tempi.


-El nacionalismo turco tiene distintos rostros, tiene uno religioso y uno laico. Pero está claro que el gobierno actual quiere hacer volver el espíritu otomano y no tiene intención de dejar espacio alguno a la autocrítica de su historia. Antes del genocidio armeno hubo masacres en 1896 que conmovieron a la opinión pública mundial de la época, sobre todo en Francia, en especial a Jaurès y Péguy. El actual gobierno turco no quiere responder de ellos: esta incapacidad de tomar la mínima distancia respecto al propio pasado es extremadamente inquietante. Y es una ulterior razón para poner en duda la moderación ostentada por Erdogan, que apoya a los islamistas más radicales; los ha apoyado en Siria y en Iraq. Ha roto la antigua alianza con Israel y creo que su rechazo en reconocer el genocidio armenio, después de tímidos signos de apertura en el pasado, tiene que ver con una actitud arrogante e imperialista.


-Frente al inmenso cambio demográfico y cultural que la golpea, Europa puede caer en la tentación de las horribles simplificaciones del racismo, corriendo el riesgo de hacer pagar a esos emigrantes que han elegido la vía de la integración en la civilización europea las acciones de los que han elegido la vía del enfrentamiento. Lo políticamente abyecto consiste en esto. Por otra parte, amenaza continuamente con la vuelta de los viejos demonios para impedir que Europa no sólo se defienda, sino que tome conciencia de lo que le sucede. Esta es la razón por lo que es tan necesario, y cansado al mismo tiempo, luchar incesantemente en estos dos frentes.


-Cuando hablaba de lo involuntario del pensamiento me refería a las reflexiones que hacía Gilles Deleuze partiendo de Proust: a menudo el pensamiento se pone en marcha desde el exterior. Es el despertar del individuo de este torpor natural. En lo que concierne a lo que usted plantea en la pregunta, quiero decir ante todo que no es necesario jugar con comparaciones históricas. Dejemos a Eichmann allí donde se encuentre. No estoy seguro de que Hannah Arendt tuviera razón cuando decía que éste se dedicaba exclusivamente a su tarea con un celo escrupuloso sin tener en cuenta sus finalidades. Eichmann era un nazi convencido, un fanático. La racionalidad instrumental se mezclaba en él con la visión hitleriana del mundo. Y afortunadamente hoy no nos encontramos en la misma situación. La demagogia que sufrimos no tiene nada que ver con el discurso nazi, ni con la puesta en marcha de una solución final, cualquiera que sea. Pienso que lo que nos amenaza hoy de distintas formas es la indiferenciación. Existe, como usted dice, el discurso LGBT, la idea de que en el fondo nosotros podemos modelar actualmente nuestra identidad según nos plazca, que ninguna diferencia es irreducible. Es un discurso libertario que se apoya en la técnica. Y existe también su versión economicista, según la cual en el fondo todos los hombres son intercambiables y para compensar la flexión de la fecundidad en Europa basta con hacer venir a trabajadores extranjeros. De lo que se trata hoy es de combatir este vértigo de la indiferenciación en el cual estamos sumergidos


-El hecho es que hay acontecimientos de todo tipo. Hay acontecimientos que son milagros y hay acontecimientos que son monstruosos, funestos, catastróficos. Existe el milagro y existe el desastre. No se puede practicar un culto de lo inesperado sin preguntarse cuál es su contenido. Hay acontecimientos milagrosos como la aparición de una gran obra de arte y otros que son una calamidad como la aparición de Adolf Hitler. De hecho, en un sentido estricto Hitler es un acontecimiento. Se podía prever todo, se podía prever la Segunda Guerra Mundial después de la Primera. Grandes personalidades la habían previsto: Keynes, a partir de las consecuencias económicas de la paz y, en Francia, Jacques Bainville a partir de las consecuencias políticas de la paz. Escribió que el tratado de Versalles anunciaba la guerra. Lo demostró claramente. Pero, ¡nadie había previsto a Hitler! Fue totalmente imprevisible. Y es por esto por lo que siempre se vuelve sobre el mismo tema, que se muestran continuamente las imágenes de esa época preguntándose cómo fue posible, cómo pudo suceder. Ha sido un acontecimiento puro. Puede haber acontecimientos horribles.


-Fundamentalmente, hoy no nos animan a ser verdaderos maestros y verdaderos padres, porque la idea misma de una responsabilidad hacia el mundo está en desuso. El valor que hoy no se deja de honrar es el cambio y nos queremos convencer de que el viejo mundo es un mundo de estereotipos, de prejuicios. No sé en Italia, pero en Francia esto lo vemos, por ejemplo, en el rápido éxito que ha tenido la teoría de género, que ahora se enseña en las escuelas. Se nos dice: ¿por qué no deberían estudiarse las construcciones culturales que hay alrededor de lo masculino y lo femenino? Pero la teoría de género hace algo completamente distinto: habla de estereotipos e invita a los niños, que aún no han entrado en el mundo, a reconstruir los estereotipos. Esto significa enseñarles, antes de cualquier conocimiento del pasado, una relación de superioridad respecto al pasado. ¿Cómo nos podemos sentir responsables de un pasado que únicamente sería una superposición de errores y equivocaciones? El mundo, decía Hannah Arendt, es necesariamente anterior a nosotros. Nosotros debemos mejorarlo, pero al mismo tiempo tenemos que habitarlo y para habitarlo es necesario poder responder y me parece que es precisamente este sentimiento de responsabilidad el que se deshace ante nuestros ojos. La idolatría de la juventud es otro síntoma de este abandono.

Traducción de Helena Faccia Serrano.
Artículo publicado originalmente en Tempi.