"En mi admiración por la cultura inglesa, tiene mucho que ver cómo han cultivado la literatura y la política", resume Ignacio Peyró cuando le preguntamos por la razón de Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa (Fórcola). Son 1064 páginas (no les parezcan muchas: se llega a la última sin reparar en cuándo se abordó la primera) de una obra extraordinaria que probablemente llevaba años deseando escribir, y que los fieles seguidores de este joven pero muy veterano escritor y periodista sin duda llevaban años deseando que escribiera.

Pone en perspectiva todo lo que -guste o no guste- Inglaterra ha significado en la Historia y su valor permanente como aportación definitiva a las artes y a las ciencias, a la organización de la convivencia y al derecho, a las costumbres y a la formación de un peculiar estilo de vida. Peyró luce una erudición absoluta sin sombra de pedantería, se implica emocionalmente en lo que cuenta y admira sin caer en anglofilias acríticas y, aún más importante, deja al lector cientos de sugerencias para conocer más y mejor (leyendo, escuchando, viajando) el sorprendente universo inglés.


Ignacio Peyró ahonda en su libro en las características del alma nacional inglesa a través de sus grandes momentos y protagonistas.

En un país donde una marcha tan enardecedora del patriotismo como Pomp and circumstance [Pompa y circustancia] es obra de un notorio católico como Sir Edward Elgar (1857-1934), uno de los arcanos más apasionantes es su peculiar relación con lo católico tras la ruptura con la Iglesia que inauguró el capricho adúltero de Enrique VIII.


-En su biografía de Edmundo Campion, Waugh cuenta muy bien el sentimiento de los católicos ante las primeras iconoclasias de la nueva Iglesia. Es un sentimiento de desposesión de lo más íntimo, esas tradiciones y ritos por los que nuestro propio país se nos hace inteligible. Desde el comienzo, se quieren borrar no pocas huellas de la antigua fe: comparativamente, Inglaterra es un país, hoy, con poco arte medieval. Lo inglés se irá haciendo, en muy buena parte, contra lo que llaman “papismo”.


Pompa y circunstancia, de Ignacio Peyró: todo el universo político, social y cultura inglés condensado en una obra que no es un diccionario aséptico, sino muy comprometido en criterios y valoraciones.


-Eso ocurre por cuestiones políticas, claro, y ante todo se consagrará con la historiografía whig, siglos después de la separación de Roma. Los católicos perciben los peligros desde muy pronto: los mártires de Isabel reafirman en el mismo cadalso su vinculación a la monarquía y al país, conscientes de que –en tiempos de tanta revuelta política, tanto temor al Vaticano, a España y los jesuitas-, la acusación de “desnaturalizados”, de “hispaniolized”, era muy fácil.

-Hay una tumba en Roma que cifra el drama identitario del católico inglés: “Aquí yace Robert Peckham, inglés y católico que, tras la ruptura de Inglaterra con la Iglesia, abandonó Inglaterra porque no podía vivir en su país sin la fe, y llegado a Roma, murió aquí porque no podía vivir lejos de su país”. A los católicos se les reprocha una “lealtad dividida”, “poner a Dios antes que a su país”.


-Eso ocurre pese a la larga comunión romana del pasado y tantos católicos notables como, después de la separación, ha seguido habiendo, ante todo, por ejemplo, en un campo poco cultivado por la espiritualidad anglicana como es la música. Como sea, el cliché anticatólico ha pervivido hasta el siglo XX. En el XIX, Manning, el cardenal, se lamenta de vivir en un país que por tres siglos se ha visto permeado de espíritu de oposición a lo católico. Es un sentimiento que toma fuerza también entre el pueblo.


-En lo que respecta al vínculo de pertenencia dice Montgomery-Massingberd que la idea de que los católicos tuvieran una doble lealtad es poco más que un mito protestante, que ganó sustancia durante el periodo jacobita. Con todo, aunque fuera un mito, ser católico fue, durante siglos, harto difícil: los católicos eran los malos y, además, los perdedores, en todo lo que va de los anglicanos martirizados por María Tudor al “viento protestante” que desarboló a la Armada. También fueron, por cierto, los reaccionarios –se oponía el oscurantismo y autoritarismo romanos a las viejas libertades inglesas.


María Tudor, hija de Enrique VIII y esposa de Felipe II de España: la breve restauración católica de 1553-1558.


-Tan visible en los citados mártires isabelinos como en los conversos del XIX será el propósito de negar la incompatibilidad entre el catolicismo e Inglaterra. Téngase en cuenta que un primado anglicano de nuestros días ha dejado dicho que “en Inglaterra, la manera de ser católico es siendo anglicano”. Por eso, para el católico inglés será muy importante la memoria del pasado católico de Inglaterra, el testimonio de sus mártires y la continuidad de la fe.


-Lo específicamente católico de Inglaterra es, dice Daniel Capó, su tradición de resistencia a la tiranía de cualquier época, en nombre de la libertad y de la conciencia. Por eso también el gran historiador John Lukacs afirma que el catolicismo guarda las esencias de una englishness particular. Asimismo, la continuidad pudo ser tenue, los católicos pudieron estar diezmados, desarraigados, exiliados, dispersos, apartados en su propio país o silenciados. Sin embargo, siempre hubo un catolicismo inglés.


-Lo hubo en comunidades y familias en Inglaterra, incluso en los siglos más duros. Y lo hubo en Europa, de Douai y Amberes a Lisboa y Valladolid. Las instituciones católicas inglesas en el continente, de Roma a los lugares citados, cuentan con una tradición multisecular.


-Lo inglés, desde el XVIII en adelante, tiene que ensancharse para incluir confesiones –ante todo el metodismo- que ya no son anglicanas. Y, desde la reintegración de la plenitud de los derechos a los católicos, Gran Bretaña no puede entenderse sin ellos. Muy resumidamente, la pacificación de la cuestión de la fe con el liderazgo de una Iglesia nacional fue una obra que no resistió al paso del tiempo, si bien hay que decir que, con elasticidad británica, luego supieron actuar en consecuencia.


John Wesley (1703-1791), fundador del metodismo, corriente fundamental en la Inglaterra reformada en competencia con el anglicanismo.


-Hay un punto de vista estimulante. Cuando los católicos aún creen que una jugada política puede devolverles la primacía o, al menos, la vivencia de la fe en libertad, pueden, por así decirlo, jugar fuerte… y pierden la partida. Sin embargo, cuando, gradualmente, tras larga decantación, comienzan a ganar espacios de libertad, siguen siendo audaces, pero son mucho más sutiles. Ahí tenemos una lección que el catolicismo británico dio en primicia al orbe católico: cómo vivir y prosperar en un mundo difícil e inexorablemente plural. Por decirlo en términos algo contemporáneos, su fracaso y su éxito siempre han tenido mucho que ver con la imagen.

-Hay ejemplos muy concretos: se ha dicho que si el anglicanismo sobrevivió fue por las crueldades de María Tudor, emparentadas por la naciente iglesia de Inglaterra con los padecimientos de los hijos de Israel y las persecuciones de los primeros cristianos. ¿Era una visión justa? El tema es complejo, pero el catolicismo había sido la religión perseguida y de pronto se había convertido en religión perseguidora.

-El anglicanismo lo aprovecha, lo magnifica y se va imponiendo por la mezcla de propaganda y mero ejercicio de poder. La interesada confusión entre España y la Santa Sede ayudó, además, al efecto de formular un enemigo exterior. Y signos como la derrota de la Armada no hicieron sino confirmar, aparentemente, que la causa anglicana era la bendecida por Dios.


-El católico, en fin, comienza a ser una especie de enemigo de la nación, siempre sospechoso de deslealtad, y –por ejemplo- los misioneros ingleses que vienen del continente a mantener la fe serán vistos como espías, aunque su causa fuera religiosa y no política.


-El Complot de la Pólvora, en 1605, cuando se quiere volar el Parlamento, parece refrendar que Roma –no un católico alocado, sino la mismísima Roma, tal fue la percepción- militaba en contra de las libertades y usos ingleses, por mucho que los católicos de la isla no estuvieran de acuerdo con Guy Fawkes. Por otra parte, la experiencia jacobita fue vista también como un intento reaccionario: había un miedo –injustificado- a la imposición de la fe católica, algo curioso además cuando se quería algo mucho más galicanista, al modo absolutista francés, que desde luego no hubiera complacido a Roma. Por tanto, el catolicismo se gana una percepción muy mala. Sólo en el XIX jugarían esas mismas cartas de la visibilidad pública con honradez e inteligencia y resultados favorables.


-Cuando el Parlamento aprueba la Catholic Relief Act para reconocer a los católicos la plenitud de sus derechos y libertades, no lo hace sino a resultas de un largo y polémico proceso. Las primeras medidas se toman ya a finales del XVIII y cuentan con una resistencia popular brutal, expresada a través de las algaradas de las Gordon Riots.


-A favor de la emancipación católica hay diversas presiones: vigorosas campañas, la cuestión irlandesa –tan problemática para Londres-, y el giro de opinión de los whigs, cuyo mismo liberalismo les llevó primero a oponerse a los católicos y después a apoyar el restablecimiento de sus libertades y derechos. Hay asimismo una vivencia natural que se hace notar.


-Pensemos en el duque de Wellington, que tanto fuerza la aprobación de la ley: él había nacido en Irlanda, país de “asombrosa fidelidad” romana, y en la Península Ibérica, había luchado mano con mano con españoles y portugueses católicos contra Napoleón. No cabe minusvalorar el carácter de salvoconducto jurídico que tuvo la ley. Sin embargo, también el restablecimiento de la jerarquía en Gran Bretaña ayudaría a la causa, a hacerla visible y aportarle normalidad. El regreso de numerosas instituciones religiosas y educativas, exiliadas en la Europa continental, iría asimismo sumando.

-Sin la derivada católica del Movimiento de Oxford, concretada en la figura tan poderosa de Newman, no podemos explicarnos no ya el auge del catolicismo inglés, sino la misma contextura del XIX británico.


De izquierda a derecha, los cardenales Nicholas Wiseman (1802-1865), John Henry Newman (1801-1890) y Henry Edward Manning (1808-1892): tres auténticos titanes contemporáneos.

-El catolicismo inglés del XIX cuenta con personajes de eminencia que conspiran a su favor. Tiene el genio político y la audacia de Manning. El prestigio pastoral y la actividad de un Wiseman. Y la autoridad moral y espiritual de un Newman. Roma, además, empieza a reconocerlo en su importancia, y en toda Europa, la causa del catolicismo británico gana simpatías: hay santos, por ejemplo, que lideraron grandes campañas de oración. Todos los frentes están cubiertos.

-El líder, el ancla, es Newman: en el orbe católico, sin limitarnos a Gran Bretaña, hay pocas personas de su ejemplaridad, profundidad y huella. Debo decir que, en mi libro, por la importancia de Newman, la suya fue la última entrada que corregí. En el caso de los católicos ingleses también influye la memoria, como antes dijimos: en España, por ejemplo, puede sorprender lo presentes que han tenido siempre a sus mártires, que para ellos han sido una luz en el camino y también un bastión de vieja legitimidad. Asimismo, si en otro tiempo fueron los santos o en el XIX fue Newman, siempre ha habido renuevos en las referencias, como por ejemplo Chesterton o Belloc en el siglo XX.


-La mala prensa del victorianismo no ha sido sólo católica. Decir “victoriano”, todavía hoy, no es aludir a las grandes ideas que hicieron posible el país que ha ejercido un mayor dominio e influencia sobre la tierra. Es una palabra con resonancias negativas.


-El Movimiento de Oxford coge peso en tiempos de la reina Victoria y no lo solemos incluir en el canon de lo victoriano; del mismo modo, el gran arquitecto del neogótico, Pugin, artífice del Parlamento, es católico y victoriano, pero no por eso da un sabor, digamos, más romano al victorianismo. Quiero decir que nuestra concepción de lo victoriano es muy rígida: imperialismo, pacatería, trenes, exploradores y poco más, cuando fue una edad mucho más rica.


-No creo que la carga conservadora del victorianismo tenga concomitancias con el catolicismo; sus estirpes morales son muy diferentes, aunque coincidan, por ejemplo, en la centralidad de la familia. De hecho, es entre los victorianos cuando más aflora un ramalazo anticatólico a través de libros y opúsculos, junto con la mala nota de la perversión sexual (de eso se hace eco incluso Waugh). Con todo, la importancia del victorianismo para la imagen que tiene Inglaterra de sí misma es indudable, y ahí podían encontrarse muy a su gusto los católicos también.

-El padre Knox decía así: “Sólo quienes nacimos bajo la reina Victoria sabemos lo que es asumir, del modo más natural, que Inglaterra es de modo permanente la primera de las naciones, que los extranjeros no importan y que, si ocurre lo peor, Lord Salisbury mandará los barcos”.


Ronald Knox (1888-1957), tan capaz de escribir historias de detectives como de traducir la Biblia conforme a las fuentes griegas y hebreas.


-Ronald Knox es gran ejemplo de las dificultades de la conversión. Tengamos en cuenta que era hijo de un arzobispo anglicano de una rama espiritual muy evangélica y enfrentada al anglocatolicismo. Era, en todo caso, una familia de enorme cultura, y el propio Knox un hombre de talento incomparable. En Eton, la mejor escuela del país, fue uno de sus alumnos más brillantes, y antes de los diez años ya escribía versos en latín. Estudió en Balliol, por entonces el college más prestigioso de Oxford. Fue profesor y capellán universitario y se hizo un nombre entre los escritores de la época: firmaba en el célebre Punch. Engañó a la crítica con unas odas apócrifas de Horacio de su invención y fue un gran escritor de novelas de detectives. Casi todo lo que escribió fueron misceláneas curiosísimas: un pastiche trollopiano, unos diálogos oxonienses, una tesina falsamente doctoral –y de gran influjo- sobre Sherlock Holmes, un estudio sobre heterodoxos titulado Enthusiasm. Naturalmente, su gran obra fue su traducción de la Biblia, realizada entre grandes penalidades, soledades y esfuerzos. Es una traducción maravillosa, y aún asombra más pensar que pudiera terminarla cuando fue hombre de muerte temprana. Un libro de particular interés es su Eneida espiritual, algo así como el itinerario de su conversión.

-Fue una decantación de años. Su padre le advirtió de que, de convertirse, pasaría a ser un don nadie, frente a la magnífica carrera que tenía en el anglicanismo. Así fue, y supongo que distó de ser un acierto situar a alguien tan válido como simple maestro de latín en un colegio. Él mismo se torturó no poco, para probar la pureza de su conversión, que tuvo lugar, como dijo su biógrafo Waugh, “en violencia de todas sus inclinaciones y simpatías humanas, en obediencia a su razón y en aceptación de lo que creía ser la voluntad de Dios”.


-En el fondo, redescubrimos ahí una libertad y tolerancia connaturales al catolicismo. Culturalmente, Waugh lo dirá muy bien: antes del Cisma de occidente, uno podía aceptar cualquier excentricidad de un pintor, de un artista, de un escritor o un pensador porque no dejaba de estar dentro de la grey. Después, cuando hay –por así decir- un oponente exterior, ciertas licencias –entiéndase- se acaban. En esos excéntricos del catolicismo inglés llegó, en efecto, a haber no pocos atraídos por sus aspectos más superficiales.


-Téngase en cuenta que el catolicismo, la conversión, llegó a ser una moda, con lo que eso puede tener de ligereza. Sin embargo, Waugh afirma en algún lugar cómo la mera atracción estética –tan fácil de achacar a los filocatólicos- solía estar del lado del anglicanismo, y no de unas iglesias católicas apartadas de la vista, pobres, llenas de sirvientes, etc.

-Junto a eso, y el drama social que pudieron ser ciertas conversiones –como la de Benson- en el establishment, además del terremoto interior de cambiar la propia crianza por un nuevo credo, en ningún caso puede pensarse que la conversión, digamos, saliera gratis.


-Era hijo de un primado anglicano; también podríamos citar al mencionado Knox, de conversión que le exigió una enorme valentía. El propio Newman se convierte como una obediencia a su conciencia, a sabiendas de que es –para su reputación- el fin. De vuelta a la excentricidad, esta vendría de la propia condición entre marginal y pintoresca del catolicismo, de una resignación a ese orillamiento que puede dar en una cierta satisfacción en la diferencia y, ante todo, de la nota distintiva del catolicismo inglés: una noción de libertad personal, que llega a todo y absuelve las particularidades de cada cual.


-Muggeridge fue un hombre intelectualmente polémico –muy valiente- y a la vez respetado. Tuvo una vida compleja: fue comunista, estuvo en la India, fue íntimo de Orwell. Sus crónicas abrirían los ojos al mundo –años treinta- al horror del comunismo soviético. Fue espía, estuvo al borde del suicidio, sirvió en la Segunda Guerra Mundial y fue testigo de la liberación de París. Siempre escribió mucho, de política y de literatura, en los mejores diarios. Orwell y Powell –con quien luego rompió- lo alaban como escritor. Algunos libros suyos tienen gran valor memorialístico. Lo más curioso, sin embargo, es cómo es de los primeros “escritores estrella” o escritores mediáticos, con gran presencia en televisión. Fue atacado por sus críticas a la Monarquía. Posó no poco de reaccionario.


-Cuando se convierte, en los sesenta, se asiste a una especie de boom. Los años lo llevan del anglicanismo al catolicismo. Defendió la fe ahí con enorme ahínco y casi, digamos, desvergüenza: lo llamaban “el beato Mugg”. Pero su fe estaba en una línea muy existencial, muy humana: Pascal, la Weil, Bonhoeffer. Así consta en sus libros sobre la materia. Fue en sus últimos años, con documentales para la BBC, cuando quedó asombrado con Teresa de Calcuta, efectivamente, entonces una desconocida. Él –un temperamento tan distinto- la reveló al mundo.


Malcolm Muggeridge (1903-1990) dio a conocer al mundo a la Madre Teresa de Calcuta.

-Hay algo muy específicamente inglés en el catolicismo de Inglaterra, que es la vivencia de la tradición como una libertad, algo vital (y británicamente) contiguo a la libertad como tradición. Esa es la base.

-Muchos conversos –el propio Newman- sienten alguna frialdad de espíritu ante las prácticas del catolicismo meridional. Se encuentran muy cómodos en una temperatura inglesa, por así decir, sin nuestra piedad barroca. No olvidemos que cada uno arrastra su historia espiritual personal, y los conversos vienen de donde vienen. En el Movimiento de Oxford hay un anglicanismo muy piadoso, muy espiritual y, a la vez, muy intelectual, no lejano a la mejor Roma, aunque sí choca con algunas prácticas curiales y populares de la época, como pudo ver el propio Newman.


-Habrá una cierta tensión creativa con ese catolicismo sureño tan arraigado, que ha marcado tanto la pauta de la experiencia católica. El catolicismo inglés será, por tanto, de gran pureza católica, pero sin negarse a la inevitable modulación nacional, que siempre aunque a algunos les sorprenda, ha incluido efectivamente un apego visible a la liturgia antigua (el propio anglicanismo high-church, de donde suelen proceder los conversos, cuidaba la liturgia). Por otra parte, y al mismo tiempo, no podemos olvidar otro carácter del catolicismo inglés: si ya el país ha sido muy apegado a sus tradiciones, en el catolicismo debemos subrayar la enorme gravitación que tiene sobre la memoria y el presente la percepción de haber sido una religión perseguida.

-Para entendernos: en el católico inglés ha estado mucho más presente Edmund Campion que, entre nosotros, Domingo de Guzmán. Para el “papista” británico, su antigüedad, su conexión con un pasado remoto, auténtico, de las islas, es clave en su legitimidad espiritual, histórica e identitaria. ¿Cómo no tener así en estima a la tradición? En buena parte, en el caso católico, porque conocen la importancia –por arraigo, por santos, doctores y mártires- de ese venero, ven justa de todo punto su reivindicación y buscan reintegrarla al canon de lo nacional. Se sienten católicos en parte separados de las corrientes continentales, pero tan antiguos y legítimos como ellos.

-Es el drama, tan newmaniano, de sentirse extraños en su tierra y, además, antaño mirados con sospecha por los miembros de su propia familia espiritual. Por otra parte, la conciencia de ser un rebaño castigado y pequeño parece incrementar la militancia católica en su calidad de condición reactiva en Inglaterra. Ser católico es o era toda una afirmación a contracorriente. Por eso, una vez hay libertad, puede haber una cierta complacencia casi dandy.


-La propia soledad busca la comprensión y el apoyo externo de una fe más grande que el país en que se vive, y ahí Roma es apoyo y consuelo. Sin embargo, el “romanismo” del católico inglés fue algo normal, nunca exagerado salvo por sus enemigos. En los tiempos más duros, incluso –es así- se tiende a no visibilizar imprudentemente esa lealtad de modo que sea lesiva para los propios intereses. E incluso en la controversia de la infalibilidad del Papa, ofensiva para los anglicanos –la polémica llegó al Parlamento-, muchos católicos no dejaron de sentir cierta incomodidad no sólo íntima, también a veces pública.


-Ellos sabían que debían defender sus intereses con inteligencia que a veces requería sutileza, y sintieron que aquello no ayudaba a su causa. En esa tesitura incómoda, por supuesto, venció casi siempre un aspecto que no suele resaltarse mucho, que es la obediencia a la sede de Pedro. También ocurrió con el Concilio Vaticano II: no pocos rezongaron con la reforma de la liturgia, pero finalmente transigieron, claro. Por otra parte, ha habido también ramas de un catolicismo inglés, digamos, más “liberal”, desde tiempos de Lord Acton, y que todavía hoy sigue vigente en diversas publicaciones. Claro que en Gran Bretaña las diferencias rara vez son insalvables.


Alfred Gilbey (1901-1998), capellán en Cambridge, considerado el sacerdote católico más célebre del último cuarto del siglo XX en Inglaterra.

-Al hablar del catolicismo como tradición y libertad, ahí está el padre Gilbey, personaje angloespañol del mejor pintoresquismo. Scruton dejó dicho que era el mejor pasadizo –la mejor prueba posible- de esnobismo y santidad. Amaba profundamente la liturgia. Una vez, cuando le vieron cómo ordenaba, con meticulosidad digna de estudio, sus maletas, tuvo que excusarse diciendo que él era de esas almas por las que la Última Cena podía convertirse en una misa polifónica. Tenía una instintividad natural para ver el catolicismo como belleza. Y, ante todo, un encanto natural, arraigado y sólido en la fe, capaz de desarmar cualquier escepticismo.

-Knox dijo que al converso Waugh no hizo falta explicarle dos veces ningún punto del catecismo, del catolicismo. Incluso en sus fallos, Waugh es un católico eminente. Me refiero a que también es otras cosas que no necesariamente tiene que ser un católico: un espíritu antimoderno y aristocrático –cosas que no son lo mismo. Pero eso suma o resta poco, en el fondo. En Waugh, viene a decir Valentí Puig, el conservadurismo católico encuentra un estándar de calidad y rigor.


Jeremy Irons y Anthony Andrews, protagonistas de Retorno a Brideshead en la célebre versión de 1981 para televisión.


-A mí me atrae mucho por unas notas muy precisas: la vivencia de la fe como libertad, descubrimiento y don; la sujeción a la piedad y la gracia más allá de sus propias fuerzas y debilidades humanas. Por otra parte, supongo que para cualquier católico no deja de ser agradable contar, en este tiempo, con un escritor tan sublime entre sus filas, sin ninguna renuncia.


-Pese a ese punto sacaroso que tiene, Retorno a Brideshead es un hito –y es una novela católica, ciertamente.

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Título: Pompa y circunstancia Ocio Hispano
Autor: Ignacio Peyró  
Editorial: Fórcola  
Páginas: 1064 páginas  
Precio 49,50 €