A Javier López le conocen bien los lectores de ReL. Desde que se incorporó al periódico hace menos de un año ha poblado su blog de artículos breves y contundentes sobre la actualidad cotidiana (política, social, cultural) enfocados siempre con la lupa del optimismo y un humor que oscila entre la ironía y la sorna y, cuando procede, unas gotas de acidez. Y, sobre todo, con absoluto descaro frente al agresivo laicismo ambiente.

Tras publicar en septiembre Soy católico, ¿pasa algo?, regresa a las librerías con una recopilación de sus colaboraciones en Religión en Libertad: Soy católico, ¿algún problema? (Enfoques Educativos, 2014).

-Lo que diferencia al hombre del guepardo es su modo de mirar a la gacela. El católico contempla la realidad con los ojos de la fe mientras el laicista observa al mundo sin que le brille la mirada. El católico no pierde nunca de vista a Dios. Cuando escribo, soy católico. Y también cuando tomo postura en política o analizo una obra de arte. Santa Teresa describió bien el modo en que se ramifica cuando lo ubicó también entre los pucheros.


-Me gusta el modo en que utiliza la ciencia para que repercuta en el bienestar. Hablo, sobre todo, de los avances médicos que obligan a la muerte a guardar lista de espera. Y me molesta que la sociedad sólo mire al cielo para saber si va a hacer un buen día. La falta de sentido de trascendencia limita las posibilidades de felicidad del hombre. El carpe diem, sin Dios como referente, es como una despedida de soltero que no acaba en boda.

-Quevedo, por encima de todos. Es el escritor total. Si El Quijote es el partido del siglo, El buscón es el gol de oro. Para mí, al menos, nunca ha sido utilizado el español con tanta maestría. Dentro de la literatura religiosa me gusta Santa Teresa, porque es sencilla, y San Juan de la Cruz, porque su complejidad es fácil de comprender cuando se siente a Dios. También me quedo con Chesterton y su prodigiosa biografía, donde convierte la paradoja en una línea recta.


-De los escritores actuales me quedo con Javier Cercas. No comparto muchas cosas con él, pero me niego a leer desde el apriorismo.


-Un poco por las tres cosas. Siempre he tenido buena relación con la sonrisa y estilísticamente me muevo con más soltura en el ámbito del humor que en otros géneros.
Por otra parte, la ironía te permite observar lo que acontece sin que te hierva la sangre. Es un tranquilizante natural.


-No creo, pero me gusta situarme al límite del fuera de juego. Más que nada porque quien escoge un camino trillado nunca será capaz de hacer el autopase de Redondo. ¿Qué hay de malo en escribir que el Cáliz es la copa de espera de los invitados al banquete celestial?

-Si Francisco fuera la Libertad guiando al pueblo, el guardia jurado de la Bastilla estaría asustado. Pero no lo es, no hay nada que temer dentro de la Iglesia. Este Papa no es un revolucionario. Francisco siega lo que sembraron Benedicto XVI, Juan Pablo II, Pablo VI, Juan XXIII… Si se le entiende todo no es porque haya adaptado el lenguaje de la Iglesia al lenguaje de la calle, sino precisamente porque se mantiene fiel al Evangelio. La Iglesia está en buenas manos.


-Jesús nos propone un camino de alegría. Estar contento es una seña de identidad católica, pero hay muchos fieles que parece que viven dentro de un estribillo de Chavela Vargas. La imagen del creyente triste no ayuda nada porque el laicismo relaciona esa tristeza con la abstinencia de los placeres mundanos. Creo que la Nueva Evangelización debe de aclarar, a los católicos y a los que no lo son, que el yugo llevadero y la carga ligera son buenos para la columna.


-Se pierden mucho más que el minuto 116 de Iniesta en el campo.