Es uno de los autores más representativos de la era victoriana. Robert Louis Stevenson nació en Escocia en 1850 y murió en Samoa, donde vivía, en 1894, tras dejar para la literatura universal obras inmortales como La isla del tesoro o El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde, entre muchas otras.

En 1879 estuvo en California y visitó la Misión San Carlos Borromeo de Carmelo, fundada por Fray Junípero Serra en 1770 y cuya iglesia es uno de los monumentos característicos de la presencia española y católica en el país. Era justo la fiesta de patrón de la Misión, y Stevenson asistió a la misa que se celebró en la capilla.

Aunque calvinista de formación y sin unas ideas totalmente definidas en materia religiosa, sus impresiones fueron tales, que escribió dos cartas a sus amigos que muestran el efecto de la belleza de la liturgia en un alma sensible, aunque no sea católica.


"Escuché a los viejos indios cantar la misa", le dice a Crevole Bronson: "Fue una experiencia nueva, y una audición que bien valió la pena... Era como una voz del pasado. Cantaron por tradición, según las enseñanzas de los primeros misioneros... Estoy seguro de que el padre Ángel Casanova será el primero en perdonarme y comprenderme si digo que aquel viejo canto gregoriano predicaba un sermón más elocuente que el suyo. Paz y bien sobre la tierra y a todos los hombres, parecían decirme sus notas. Y a mí, un bárbaro que por todas partes oye pestes sobre la raza india, escuchar a los indios carmelitas cantar sus palabras latinas con tan buena pronunciación, y sus cánticos con tanta familiaridad y fervor, me sugirieron nuevas y agradables reflexiones".


En otra carta, Stevenson abunda en este impacto que a un anglosajón puritano recalado en una misión católica hispana le producían el canto gregoriano y la devoción de la liturgia: "Llevan el canto gregoriano en la punta de los dedos, y pronuncian el latín con tanta corrección que podía entenderles mientras cantaban... Nunca había visto caras con tanta alegría vital como las de aquellos indios cantores. Para ellos aquello no era sólo un acto de culto a Dios, ni un momento en el que recordaban y conmemoraban días mejores, era además un ejercicio de cultura en el que todo cuando sabían de las artes y las letras quedaba unificado y expresado. E invitaban al corazón de un hombre a disculparse por los buenos padres de antaño que les enseñaron a arar y a cosechar, a leer y a cantar, que les trajeron los misales europeos que todavían conservan y estudian en sus hogares, y que ahora han perdido su autoridad en beneficio de ladrones y pistoleros sacrílegos. Así de espantoso aparece nuestro protestantismo anglosajón al lado de las obras de la Compañía de Jesús".

Pocos testimonios mejores sobre la obra civilizadora y católica española en Estados Unidos, y sobre el impacto en un alma sensible de las bellezas del canto gregoriano y la liturgia divina.