La Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) fue la institución científica española antecesora del actual Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC, www.csic.es), fundado por católicos. La JAE fue también puesta en marcha con profundas inspiraciones católicas y por personas de fe, como su primer presidente, el Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal.

En el Real Decreto de su fundación, llevada a cabo bajo el reinado de Alfonso XIII, en plena monarquía parlamentaria católica, se recogía el interés por la puesta en marcha de la JAE, y por lo que inspiraba la misma:
 
“Y sin embargo, no falta entre nosotros gloriosa tradición en esta materia. La comunicación con moros y judíos y la mantenida en plena Edad Media con Francia, Italia y Oriente; la venida de los monjes de Cluny; la visita a las Universidades de Bolonia, París, Montpellier y Tolosa; los premios y estímulos ofrecidos a los clérigos por los Cabildos para ir a estudiar al extranjero, y la fundación del Colegio de San Clemente en Bolonia, son testimonio de la relación que en tiempos remotos mantuvimos con la cultura universal. La labor intelectual de los reinados de Carlos III y Carlos IV, que produjo la mayor parte de nuestros actuales centros de cultura, tuvo como punto de partida la terminación del aislamiento en que antes habíamos caído, olvidando nuestra tradición envidiable, y restableció la comunicación con la ciencia europea que, interrumpida luego por diversas causas, no conserva ahora sino manifestaciones aisladas, como las pensiones para viajes concedidas a los becarios de Salamanca y el Colegio de Bolonia. (Gaceta de Madrid, Año CCXLVI Num. 15, Martes 15 de enero de 1907, Tomo I.- Pág. 165167)



La JAE incorporó, al igual que lo haría el CSIC, instituciones precedentes tales como el Laboratorio de Investigaciones Biológicas, el Real Jardín Botánico, o el Museo Nacional de Ciencias Naturales, pero sobre todo contó entre sus filas para el gobierno de sus actividades con católicos fervientes tales como el destacado intelectual del momento, don Marcelino Menéndez-Pelayo o el ingeniero y científico don Leonardo Torres Quevedo.


En cuanto a su primer presidente, Santiago Ramón y Cajal, recibió el premio Nobel en octubre de 1906, por sus estudios sobre la demostración de la teoría neuronal y la ley de polarización dinámica de las neuronas. 

En su obra escrita, que fue abundante, da cuenta de aspectos de su persona y de sus creencias, aspecto éste por cierto escasamente estudiado y en absoluto difundido. Después de darle el Nobel fue cuando le dieron responsabilidades gubernamentales como presidente de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), cargo que asumió a regañadientes, y a cuyo desempeño nunca dedicó la mayor parte de su tiempo ya que siguió investigando.


Nacido en el seno de una familia católica, estudió en los escolapios de Jaca, y no tuvo nada que ver con la Institución Libre de Enseñanza. Se casó por la iglesia con una católica ferviente, Silveria Fañanás, con la que tuvo siete hijos, que fueron bautizados y recibieron la comunión



Ramón y Cajal, con algunos de sus 7 hijos cuando eran pequeños

En 1895, con 43 años, ingresó en la Real Academia de Madrid y en su discurso de ingreso titulado “Fundamentos racionales y condiciones técnicas de la investigación biológica”, dejó testimonio claro de sus ya afianzadas ideas creacionistas al escribir, hablando de las cualidades morales que debe poseer el investigador:

“Y á los que te dicen que la Ciencia apaga toda poesía … contéstales que… tú sustituyes otra mucho más grandiosa y sublime, que es la poesía de la verdad, la incomparable belleza de la obra de Dios y de las leyes eternas por Él establecidas. Él acierta exclusivamente á comprender algo de ese lenguaje misterioso que Dios ha escrito en los fenómenos de la Naturaleza; y á Él solamente le ha sido dado desentrañar la maravillosa obra de la Creación para rendir á la Divinidad uno de los cultos más gratos y aceptos….”


También Cajal resulta ser uno de esos científicos poco frecuentes, que tienen muy claros los límites de la ciencia en relación a asuntos como la religión, escribiendo en el mismo discurso:

“La vida y la estructura van más allá de nuestros recursos amplificantes y de la potencia reveladora de nuestros métodos… En la ausencia de datos suficientes para formular una explicación racional…abstengámonos de imaginar hipótesis… de esta excesiva confianza en los recursos teóricos que para la resolución del supremo enigma de la vida pueden ofrecernos las ciencias auxiliares, adolecen casi todos los modernos creadores de teorías biológicas generales, aunque éstos tengan nombres tan justamente célebres como Herbert Spencer, Darwin, Haeckel, Heitzmann, Bütschli, Noegeli, Altmann, Weissmann, etc…. en lugar de abarcar con su mirada el horizonte entero de la Creación, sólo han logrado explorar un grano de arena perdido en la inmensidad de la playa…”.


Dibujos de neuronas, por Ramón y Cajal

Esta fe se encuentra unida a la creencia en el alma inmortal desde sus veinte años en los que, abatido por el sufrimiento de la tuberculosis, escribe [“Cajal. Vida y Obra”, de los autores García Durán Muñoz y Francisco Alonso Burón, publicados ambos en Barcelona en 1983 por la Ed. Científico Médica, p. p.445]:

“Ciertamente del naufragio se habían salvado dos altos principios: la existencia de un alma inmortal y la de un Ser Supremo rector del mundo y de la vida”. (“Recuerdos de mi vida”. Edic. 1923, p. 163).

Hay otros muchos escritos, algunos en los que manifiesta sus opiniones sobre aspectos de la religión y, en concreto, de la fe cristiana vivida por sus contemporáneos, en los que no ahorra críticas, pero nunca dejó de transmitir su creencia en Dios creador, algo que según recoge el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 366) “…con razón los fieles confiesan que lo más importante es creer en Dios”, o su creencia en el alma inmortal, algo también recogido en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 366) “Cada alma espiritual es inmortal”. 

Tampoco dejó duda sobre su convicción acerca de los límites del conocimiento científico positivo, en sintonía con el Magisterio de la Iglesia que años después el Papa Benedicto XVI explicaba así ante la Asamblea Plenaria de la Pontificia Academia de Ciencias: “La ciencia, por tanto, no puede querer proporcionar una representación completa y determinista de nuestro futuro y el desarrollo de cada fenómeno que estudia[…] La libertad, como la razón es una parte preciosa de la imagen de Dios dentro de nosotros […] Negar esta trascendencia en nombre de una supuesta capacidad absoluta del método científico de prever y condicionar el mundo humano implicaría la pérdida de lo que es humano en el hombre y, al no reconocer su unicidad y su trascendencia, podría abrir peligrosamente las puertas a su abuso”. 


Parece que al final de sus días su fe religiosa hizo crisis y se acercó a posturas agnósticas, como consecuencia del abatimiento que produjo en él la vejez, la enfermedad y la inminente muerte. En sus testamentos expresó su deseo de un funeral sin pompas y laico, a lo que le pudo llevar el rechazo por lo ceremonioso, y no sólo una crisis de fe. 

La fe que tenía al morir sólo Dios la sabe. Puesto que "la fe y la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" y "la historia es el lugar donde podemos constatar la acción de Dios a favor de la humanidad" (Fides et Ratio, Introducción), seamos conscientes de la contribución del catolicismo a la ciencia, en plena España del siglo XX.

Decía Menéndez-Pelayo, refiriéndose a la valoración que los españoles hacemos de nuestros logros científicos, que "fuerte cosa es que los españoles seamos tan despreciadores de lo propio". A lo largo del análisis que realiza al respecto en su obra 'La ciencia española: polémicas, indicaciones y proyectos', llega explícitamente a afirmar que "desprecian a los antiguos sabios porque fueron católicos y escribieron bajo un gobierno de unidad religiosa y monárquica". 

Más recientemente, lo que se hace con las historia de la ciencia española contemporánea es “troquelarla”, podando cualquier atisbo de catolicismo tanto en personas como instituciones, para así contribuir al crecimiento de la mitología laicista uno de cuyos anticientíficos fundamentos es que Iglesia Católica y ciencia son enemigas.