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EVANGELIO

Bienaventurado el vientre que te llevó.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 11, 27-28

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantando la voz, le dijo:
«Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron».
Pero él dijo:
«Mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen».

Palabra del Señor.

La felicidad.

Hablemos hoy de la felicidad. Parece que está en un sitio, y realmente se encuentra en otro. Aunque digamos de boquilla que no está en el dinero, pero ¿Quién no recogería un premio de 1 millón de €? Puede que digamos que no está en mi imagen, pero ¿Quién renuncia a ser admirado? También diríamos que no está en el poder, pero ¿Quién renuncia al privilegio de saltarse una cola? O que no está en mis criterios, pero ¿A quién le gusta que le lleven la contraria? Si me cuesta renunciar a todo eso es porque, en el fondo, creo que hay algo de felicidad en todo ello. ¿No será esto un fruto del pecado original?

En cambio Jesús dice que la felicidad está en escuchar y cumplir la Palabra de Dios. Ahí no tiene pinta de estar la felicidad, sin embargo, cuando lo experimentamos descubrimos que, aunque al principio cueste un esfuerzo, sí está ahí la verdadera felicidad.

Aterrizado a la vida matrimonial:

Mercedes: Estoy tan a gusto con él, me siento tan bien, tan comprendida, somos tan iguales.
María (Madre de Mercedes): Eso es el enamoramiento, hija. Todavía no os queréis de verdad. El amor es entregarse uno al otro, es desear lo mejor para el otro, desear que no muera nunca. Amar no es sentirse muy a gusto. Eso se llama complacencia.
(A los 10 años de casados)
Mercedes: ¡Este hombre es un suplicio! No me conoce, no me comprende, siempre va a su bola, no se ocupa nada de mí. ¿Esto es el amor? ¿Me habré equivocado de hombre?
María: Mercedes, te voy a decir lo mismo que te dije hace 10 años. El amor es entregarse el uno al otro, es desear que el otro se salve, es perdonar y no tener en cuenta sus defectos o minimizarlos. Por lo que me dices, el problema es que no estás amando a tu esposo. Esperas que él te ame a ti, y esa no es tu misión. Cuando apliques el Evangelio a tu relación con él, entonces estarás amando. Hace un rato he hablado con tu hermano Pablo, que me ha llamado quejándose, y le he dicho exactamente lo mismo. Ese es el amor que Dios quiere, el que nos llena, el que nos dignifica, el que nos hace felices, aunque nos parezca que no. Quien siembra tacañamente, poco o nada recoge.

Madre,

¿Quién escucha realmente el Evangelio? Y ¿Quién cumple el Evangelio con su esposo? O lo que es lo mismo ¿Quién ama realmente? Necesitamos mucho te ti, Madre. Asístenos, envíanos el Espíritu del Señor, envíanos su Gracia, porque amamos muy pobremente. Compadécete de nosotros, Madre. Bendita seas. Amén.