Hay algo maravilloso que este Mundial de Sudáfrica ha producido y que va más allá de las paradas de Casillas, las recuperaciones de Piqué, las incursiones de Sergio Ramos, la inteligencia de Xavi, los regates de Navas, la autoridad de Puyol, los golazos de Villa, la visión de Iniesta, los triunfos, en definitiva, de la Selección y la copa que saus componentes se traen para España... Es lo que ha venido a continuación, con los millones de españoles reunidos en un mismo objetivo y en un único propósito, todos unidos por lo que los une, España, su país, su nación, su patria, representada en el símbolo que la representa ante nosotros mismos y ante el mundo: su bandera. Fíjense que ni siquiera hablo de los distintos nacionalistas que pululan por las distintas regiones de España, que harán muy bien en mantenerse al margen de la alegría general y quien sabe si algunos hasta lamerse las heridas en estas horas de gloria para España. No, estoy hablando de cuantos españoles se sienten tal y se saben tal, de tantos españoles que sin nada contra su condición de españoles, habían hecho sin embargo un acto expreso de autocensura y de autocontrol para que nadie pudiera detectar en ellos el menor síntoma de orgullo por sentirse lo que son y no rechazan ser: españoles.
 
            Sorprendidos por el fenómeno, los sociólogos se han apresurado a anticipar una explicación a lo ocurrido, existiendo general consenso en que la clave se halla en que una nueva generación que no sabe de guerras ni de franquismo y que, carente de los complejos de los que adolecían generaciones anteriores, no ha tenido inconveniente en lanzarse a la calle todos a una arropada por sus símbolos.
 
            Yo no quiero negar toda validez a esa explicación, y es posible que ahí radique una pequeña parte de la explicación. Pero no me parece que sea ni toda ni siquiera la parte más importante de ella, ya que he visto lanzarse a la calle con el mismo indisimulado entusiasmo y patriotismo a mucha gente que sí conoció el franquismo, aunque, eso sí, a muy pocos que hayan conocido la guerra, porque de esos, contrariamente a lo que a muchos les gustaría, quedan ya muy pocos, y los pocos que quedan no precisamente en situación de contarlo. Así de antigua es la guerra que un mozalbete con tantas ínfulas de historiador como escasos conocimientos históricos, y que por supuesto no la conoció, se empeña una y otra vez en hacernos revivir.
 
            Personalmente, creo que la verdadera clave de la cuestión radica en el hartazgo y el hastío. Hartazgo y hastío de vivir huérfanos de identidad, teniendo que inclinar la cabeza y bajar la voz para decir que somos españoles, simulando desconocer las notas de nuestro himno, reprimiendo la emoción ante los colores de nuestra enseña, o fingiendo indiferencia ante nuestra historia. Pretendiendo, en suma, una modernidad que nadie más allá de nuestras fronteras comparte, porque lo moderno entre nuestros vecinos y aún en las antípodas, sigue siendo vibrar ante los símbolos de la patria, desear la grandeza, la prosperidad y la unidad de la nación, congraciarse de los éxitos cosechados por los compatriotas de hoy y enorgullecerse de los cosechados por los compatriotas de ayer.
 
            Visto lo visto estos días, sólo resta conocer el colofón a la historia. Cuando hayan terminado los fastos triunfales del Mundial, ¿todo lo vivido se habrá reducido a unos días de asueto, de esos que se dan hasta al criminal más peligroso, después de lo cual habremos de volver al ostracismo de los símbolos, al nihilismo identitario, a la anodina apatridia que tanto hemos cultivado en estos años... o por el contrario, seguiremos mirándonos al espejo con satisfacción y orgullosos de ser quienes somos y quienes nuestros antepasados han hecho que seamos?
 
            A lo mejor el Pulpo Paul lo sabe. Podríamos preguntárselo. Antes de que se retire. Que se retira ya. Seguro que lo sabían. No me digan que no.