Estos primeros días de noviembre, la liturgia de la Iglesia conmemora a todos los fieles difuntos. Como las tres mujeres del evangelio fueron al sepulcro de Jesús, también nosotros acudimos a la sepultura de los seres queridos para recordarlos con oraciones, velas y flores. Es una manera de expresar el cariño que le tenemos. Nos dieron la vida, la amistad, el saber... y a sí mismos. Ese don sigue vivo y creciendo ahora en nuestra propia persona. También el amor que nosotros les dimos continúa resucitado en ellos. En nuestra oración incluimos a todos los desaparecidos sin dejar rastro en mares, desiertos y salas de tortura. "Un día, al atardecer, dijo el Señor a sus discípulos: Pasemos a la otra orilla Y despidiendo a la muchedumbre le llevaron en la barca tal como se encontraba". También para nosotros llegará ese día, y al caer la tarde, oiremos las mismas palabras de Jesús: "Vayamos a la otra orilla". En "la otra orilla" nos esperan la Trinidad beatísima, María, san José, tantos parientes, tantísimos amigos, y una multitud de todos los tiempos que nos dará la bienvenida, si hemos sido fieles en este lado. "No iremos a tierra extraña", le gustaba decir a la santa de Ávila, Teresa de Jesús. Y la Madre Teresa de Calcuta hablaba de ese tránsito de modo similar: "Cuando alguien muere, esa persona vuelve a casa, junto a Dios. Allí es donde todos nosotros tenemos que ir. La muerte es algo hermoso; es ir a casa. El que muere, vuelve a casa, aunque, naturalmente, a nosotros nos quede el vacío, la soledad de la persona que se ha ido. Pero es algo muy hermoso: ¡una persona ha vuelto a casa junto a Dios!". En el atardecer de aquel día, oiremos al Señor que, en voz baja, nos dice al oído aquellas palabras que dirigió al buen ladrón: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". El amanecer de la jornada siguiente ya no tendrá fin. Noviembre nos invita a visitar los cementerios, entre cipreses y crisantemos, Benedicto XVI nos ha dejado esta breve meditación sobre la muerte: "Dios está siempre con nosotros, incluso en la última noche, en la última soledad, en la noche de la muerte. La bondad de Dios siempre está con nosotros".