¡ESCOGE!

En la vida no hay premios ni castigos,
sino consecuencias.
-Robert Green Ingersoll-

          Aquel joven estudiante que al entrar en la edad de la «pavera» se dedica a la buena vida y se olvida de los libros. Llegan las notas y solo aprueba lo que en aquellos años se llamaban las «Marías»: religión, dibujo y gimnasia.

         Al ver el boletín de notas, su padre le llama y le dice:
         —Ven para acá.

         Y lo lleva al local donde tenía guardadas las herramientas para trabajar en el campo. Le muestra el boletín de notas y las herramientas y le dice:
          —¡Escoge!

         No hizo falta más. El estudiante sabía que su padre hablaba en serio porque, a pesar de sus protestas, muchos domingos le hacía madrugar para ir a trabajar al campo. 

         En septiembre aprobó todo el curso. Gracias a la firmeza de su padre, hoy es profesor; por eso cuando le toca resolver conflictos estudiantiles y ve la postura conformista-protectora de algunos padres, siempre les pone el ejemplo de su experiencia vital. 

         Todos conocemos la teoría sobre el condicionamiento de los reflejos. Basta la presencia de un rico manjar para que segreguemos saliva. Pues bien, si el educando ha asociado con suficiente nitidez una mirada, un tono de voz, con la correspondiente sanción, llegará un momento en el que bastarán el tono de voz o la mirada para que se obtenga la deseada corrección sin tener que recurrir a operaciones ulteriores. 

         Dicen que educar no es más que comprender y hacerse entender, pero transigir en todo o en la mayoría de las cosas, sumerge al joven en una falsa libertad que le daña al carecer de puntos de referencia. 

         Si queremos ser eficaces educativamente hablando, a nuestros educandos no debemos amarlos tal y como son, sino tal y como han de ser. Hay que amarlos tal y como pueden ser y darles toda la ayuda (severidad y ternura) suficiente para disminuir la distancia entre ambos extremos.   

          Es muy importante el equilibrio entre autonomía y obediencia. Debemos tener claro —y saber transmitirlo— que el fin de la educación es siempre el mismo: obedecer a los principios y no a los caprichos.

          Cosa que lograremos combinando flexibilidad y autoridad a base de demostrarles a nuestros educandos que hay momentos en la vida en los que uno tiene que ser consecuente y que no les quedará más remedio que tomar postura cuando, llegado el caso, le digamos:

          —¡Escoge!