En el Evangelio de este domingo hay varios puntos interesantes sobre los que reflexionar. El primero es la actitud del leproso. “Si quieres puedes limpiarme” es una frase que indica, la humildad de quien la dice. Una humildad que está perfectamente imbricada con la Fe y la Esperanza. El leproso sabe que Cristo tiene la capacidad de curarlo, por eso se arrodilla ante Él y espera. Es una espera con un profundo sentido trascendente. Sabe que puede ser curado y espera ser curado. No exige o reclama, como hoy en día hacemos con todo lo que queremos y necesitamos. El leproso sabe que todo depende de la Voluntad de Dios.

El segundo punto interesante es el doble requerimiento que el Señor hace al leproso, una vez sanado. Cristo le pide que no diga nada a nadie de su curación, pero que ofrezca, ante el sumo sacerdote del templo, lo estipulado en la ley judía por la curación. Indica que este será el testimonio que quiere que se realice de la sanación.

Como si dijera: No es tiempo ahora de publicar mi obra, ni necesito que tú la divulgues. De este modo nos enseña a no buscar la honra entre los hombres como retribución por nuestras obras. "Pero ve, prosigue, y preséntate al príncipe de los sacerdotes". El Salvador lo manda al sacerdote para que testifique la curación y para que no estuviera más fuera del templo, pudiendo orar en él con los demás. Lo mandó también para cumplir con lo prescrito por la ley, y para acallar la maledicencia de los judíos. Así pues, completó la obra mandándoles la prueba de ella. (San Juan Crisóstomo. hom. 26, sobre San Mateo)

Como San Juan Crisóstomo indica, es posible que Cristo quisiera que el testimonio de la curación fuera un mensaje directo al Sumo Sacerdote, dentro de la propia ley. Pero el leproso no fue capaz de callar su alegría y fue contando el milagro por donde anduvo. Seguramente Cristo sabía que callarse era un gran sacrificio para el leproso y que esto serviría de agradecimiento a Dios. Pero el leproso no fue capaz de hacerlo y esto generó problemas al Señor. ¿Somos capaces de guardar en nuestro corazón aquellos dones que nos ha entregado Dios? Quizás no somos capaces de dejar de vanagloriarnos ante los demás. La humildad inicial del leproso se transformó en todo lo contrario. No somos nadie para juzgar al leproso, pero sí somos los indicados para juzgarnos a nosotros mismos. María guardaba silencio de tantas maravillas que tuvo que ver y sentir (Lc 2, 19). María guardaba silencio y reflexionaba sobre todo ello sin decir nada. ¿Somos capaces de ser verdaderamente humildes desde el principio hasta el final?

El leproso nos representa perfectamente. Muchas veces nos presentamos ante el Señor llenos de dolor y profundo arrepentimiento. Después, nuestra coherencia se transforma en justo lo contrario. Nuestra naturaleza caída y limitada nos juega estas malas pasadas. Sobre todo cuando nos creemos que ya no necesitamos a Cristo y olvidamos orar con constancia y humildad. En una sociedad hipercomunicada, con frecuencia las redes sociales se convierten en  focos de vanagloria personal, en vez de testimonio sincero de nuestra Fe. Quizás podríamos arrodillarnos ante Cristo y decir con sinceridad profunda: “si quieres puedes curarme” de la lepra del orgullo que me impide ver más allá de mi mismo. Seguro que el Señor tiende su mano y nos toca el corazón.