Ya lo hemos recordado otras veces, aunque murió en el Sanatorio del Rosario de Madrid un 4 de enero de 1940, Don Manuel puede ser, sin dudarlo, el protomártir de los Obispos españoles en la gran persecución religiosa en España (1931-1939): quemado el Palacio Episcopal de Málaga, saliendo por la puerta de atrás, en medio de un turbamulta que pudo haberle asesinado, obligado a salir y recogido por el Obispo católico de Gibraltar... la Santa Sede no tuvo más remedio que destinarlo a la diócesis de Palencia para no poner en peligro su vida.

Esto es lo que escribe San Manuel González García, sobre los Magos de Oriente, en Oremos en el Sagrario como se oraba en el Evangelio [Capítulo V. Segunda petición: Venga a nosotros tu Reino]:

El reino de Dios buscado y encontrado por la oración de los Magos

¿Pero fueron hombres de oración esos gentiles? ¿Y hasta el punto de que puedan servir de modelo a los cristianos?

La afirmativa es tan contundente que, con los solos rasgos que nos da el santo Evangelio del viaje de estos felices Magos desde las tinieblas a Jesús, se demuestra que precisamente a su condición de hombres de oración debieron su felicidad.

No es preciso hacer violencia al texto sagrado para convencernos de que por la oración los Magos vieron la estrella, y por la oración conocieron, poseyeron y saborearon el misterio de la estrella.

Andemos con ellos su camino y veremos cómo el viaje del oriente a Belén de estos hombres es el viaje o la ascensión de unas almas desde los grados más bajos a los más altos de la oración; como que terminan nada menos que en la contemplación sobrenatural y mística de Dios.

Estudiemos principalmente: La parte que ponen ellos y la parte del Espíritu Santo.

Cómo se preparan los Magos para el viaje que había de santificarlos e inmortalizarlos

Con una vida de laboriosidad, de rectitud, de humildad y de constancia. El Evangelio no lo dice abiertamente, pero lo insinúa. El nombre de Magos o sabios con que los presenta indica que eran hombres habitualmente dedicados al estudio de la naturaleza y, por consiguiente, laboriosos; el pretender ver en aquella estrella rara o extraordinaria una señal de Dios, un indicio de algo grande de Dios, prueba la rectitud con que estudiaban y trabajaban buscando a Dios en las manifestaciones de la naturaleza y en los acontecimientos de la vida; aquel no fiarse de ellos mismos e indagar de los que pudieran o debieran saberlo, el significado de aquella estrella y estar dispuestos de antemano a adorar el misterio encubierto por Dios en ella, cantan muy a las claras su humildad de corazón, y aquel ponerse en camino largo, penoso y, al parecer, aventurero, sin arredrarse de ocultaciones de la estrella ni de añagazas de envidiosos, predica su admirable constancia en el buen proceder. ¿Y no son estas las mejores disposiciones para ser almas de oración?

Almas que os afanáis por saber tratar a Jesús Sacramentado y gustar de Él, proveeos de estas disposiciones para vuestros viajes al interior del País de las divinas sorpresas: laboriosidad, cumpliendo vuestro deber y ocupándoos seriamente en vuestros trabajos de cada día; rectitud, tendiendo a buscar a vuestro Jesús en cada una de las ocupaciones de vuestro deber; humildad, para que, si no lo encontráis prontamente, preguntéis a quien os pueda dar noticia de Él, como al padre espiritual, al amigo discreto, al libro bueno, al ángel de vuestra guarda y a los santos vuestros intercesores, y constancia para no volver la cara atrás ni quitar la mano que pusisteis en el arado... ¡Aunque se empeñen el demonio, los nervios y las ocupaciones!...

Almas desocupadas y consumidas en una estéril, cuando no viciosa, ociosidad; almas tan enamoradas de vosotras mismas, que en todo y en todos no os queda tiempo, ni fuerzas, ni ganas más que para buscaros a vosotras mismas; almas a las que nada se os ocurre preguntar, porque estáis creídas que todo lo sabéis y que nada ignoráis; almas lánguidas, flojas, tornátiles como veletas, asustadizas..., es decir, almas sin provisiones para el viaje a Jesús infinitamente laborioso, recto, humilde y constante, ¡así no podréis orar!

Podréis pasar ratos delante del Sagrario arrodilladas sobre cómodos reclinatorios: podrán las gentes, al veros en esa actitud, decir que estáis orando; pero vuestra imaginación, saltando y brincando de acá para allá como cigarrón; vuestro entendimiento y vuestra voluntad, ocupados, como siempre, en todo menos en buscar y hallar a Jesús; vuestra propia conciencia, si todavía se alarma, os están diciendo que aquello... no es oración.

¿Sabéis por qué?

¡Porque no habéis puesto la parte que os tocaba poner en ella! ¡Ved, si no, los primores de transformación, elevación y divinización que hace el Espíritu santo con la laboriosidad, rectitud, humildad y constancia de los Magos!

La parte del Espíritu Santo en la oración de los Magos

¡Qué espléndido se muestra siempre este Divino Operador del misterioso Laboratorio espiritual cuando se le busca para hacer una buena oración!

Diríase, hablando en lenguaje humano, que la obra predilecta de este misterioso alquimista y a la que se dedica con más gusto, es este preparado que se llama oración.

Y ¡qué variedad tan infinita y maravillosa de fórmulas y modos para propinar su preparado según la índole, las circunstancias, las dificultades y los efectos deseados de los sometidos a su tratamiento!

Espíritu santificador, ¡quién conociera esas tus inefables elaboraciones para agradecerlas y desagraviarte de tantas faltas de correspondencia!

El Espíritu del Señor, que adornó los cielos con esos bellos luminares que se llaman soles y estrellas, se valió de una de éstas para elevar a alturas infinitamente más elevadas a tres almas.

¿Fue una estrella nueva creada en aquel instante y para aquel caso? Fue solamente una estrella de nuevo aparecida o con especiales resplandores iluminada?

No nos importa saberlo.

Lo que nos importa considerar es que en aquella estrella puso el Espíritu santo una señal que, entrando por los ojos de muchos, de todos los que la contemplaran, despertara en sus inteligencias la curiosidad de descifrarla y conocerla, y en sus voluntades el deseo de poseerla.

Ved aquí al Espíritu santo obrando simultáneamente sobre la estrella y sobre las cabezas y los corazones de multitud de hombres para hacer siembra de curiosidades y deseos del misterio de la estrella.

Como esta debió ser vista y admirada por muchos, las inquietudes de aquellas curiosidades y deseos por muchos también debieron ser sentidas.

¡Qué pena! ¡Qué tristeza producen siempre las siembras de Dios entre los hombres! ¡Qué desconsoladora desproporción entre la cosecha y la siembra!

Sólo tres de entre los miles de admiradores de la estrella se someten al misterioso tratamiento del Espíritu.

¡Solo tres admiten y aceptan el diálogo que con todos y por aquel medio quería establecer el Dios escondido en la estrella del cielo y en el pesebre de Belén!

Y ese diálogo que entre el escondido de la estrella y esos tres afortunados se entabla es precisamente una oración.

El modo de esta oración

Oración que por parte de los de la tierra es petición de luz y promesa de adoración y entrega... Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarle (Mt 2,2), es la única palabra de su oración...; hemos visto y queremos ver más..., verlo todo..., y venimos para entregarnos del todo..., para adorar al Rey escondido con todo lo nuestro..., conocer para amar..., conocer mejor..., amar mejor para darse más y mejor... Y por parte del Espíritu Santo es infusión gradual y creciente de fuerzas para decidirse a levantarse de entre las tinieblas en que yacían, para emprender y seguir hasta el fin y con certeza el camino que lleva a la luz y para ver por último con ojos nuevos la luz tan ardientemente buscada, y con corazón nuevo amarla, y con obras nuevas servirla, y con rendimiento nuevo y entero adorarla, y con paladar nuevo embriagarse de ella...

¡Qué! ¿el encontrar a Jesús con su Madre, el descubrir en aquel Niño, el más pobre y abandonado de los hijos de los hombres, a un Dios Rey, y en aquella Madre pobre a una Reina, y en aquella cueva un alcázar, y en aquel pesebre un trono, es visión de ojos de carne?

¿El postrarse de hinojos, el ofrecer con ricos presentes la adoración más rendida y la entrega de entendimiento y voluntad, de bienes, de honor y de fortuna y de la vida entera, es obra u ofrenda de corazones de carne vieja pecadora?

¿El llegar en tan poco tiempo a tanta efusiva familiaridad con la corte de aquel Rey, que elevados personajes de ella, como son los ángeles, sustituyendo a la estrella fría y muda que los trajo, se hacen sus guías para el viaje de regreso, es obra de habilidades y granjerías terrenas?

No, no; todo eso es la obra del Espíritu renovador de la faz de la tierra, del que creará tierra y cielos nuevos y ojos, bocas, cabezas y corazones nuevos para homenaje, glorificación y reparación del Rey escondido del Sagrario y santificación, deificación y gozo sin fin ni medida de los que lo busquen y traten en oración preparada con laboriosidad, rectitud, humildad y constancia como la de aquellos Magos que vinieron del oriente.

El fruto de la oración

Y más que fruto, podría decir: manifestación del fruto de tan buena oración.

Admirablemente está hecha esa manifestación en las palabras con que termina el evangelista la narración de esta escena: Se volvieron a su tierra por otro camino (Mt 2,12).

¡Qué buen sello de oración buena! ¡El cambio de caminos!...

Almas que vais a hablar muchas veces con Jesús Sacramentado, ¿son vuestros caminos de vuelta de más pureza de intención, de más bondad de corazón, de más puntualidad en el deber, de más generosidad con Dios y con el prójimo, de más vencimiento propio que el camino de ida?... ¿Se conocen vuestros ratos de Sagrario en que salís más vasallos del Rey callado y entregado, entregándoos más en silencio y con más buena cara?...