Año del Señor 2018
18 de agosto 
 
Hola, buenos días, hoy Matilde nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.                              
 
LA MARAVILLA DE LA MAÑANA
 
Bajamos las monjas a la iglesia para cantar las alabanzas del Señor bien temprano, cuando la mañana empieza a difundir su luz, invadiéndolo todo.
 
Me he dado cuenta de que este acto nada añade a la gloria del Señor y sí nos da a nosotros inmensos beneficios y regalos. Nosotros sólo ponemos una conciencia activa y agradecida para apreciar que estamos rodeados de la luz y de la bendición de Dios, y, generalmente, no lo sabemos. Por ello, ¡qué buena costumbre de los religiosos el ir lo primero a la iglesia para alabar al Señor y darle gracias!
 
La Resurrección de Cristo, como glorioso amanecer, quiere ser nuestra alegría y fuerza cada día. Y esto es así porque Jesús ha querido llenar de Su claridad y luz nuestra vida desde que nacemos, con mensajes que siempre repiten en sus ecos la gloria del Señor.
 
Me estoy refiriendo a una experiencia que sucedió hace ya años y que hoy se ha revivido en mí:
 
Cuando éramos niñas (éramos tres hermanas), íbamos tres meses a veranear a Cercedilla, un pueblito de la Sierra de Guadarrama, todo montañas y pinares a los alrededores y frente a la montaña de Siete Picos. Mi madre alquilaba una casita, bien barata (ya que ella se encargaba de hacer su “negocio” en el invierno, cuando los alquileres estaban en baja o eran nulos). Y, en esta atmósfera de paz y silencio, se nos pasaban los días del verano... 
 
Había una cosa bellísima que siempre disfrutábamos, sin poder entonces dar razón de ello: el despertar por las mañanas y sumergirnos en la luz y en los destellos de Dios Creador, y más en la fuerza y el poder de la Resurrección de Jesús, que cada amanecer “se difundía como una gracia nueva”.
 
¡Qué belleza!, ¡qué hermosura de luz y de silencio!, ¡qué luz que abrazaba todas las cosas y a nosotras, con sus destellos amorosos y potentes!... No sabíamos, en esas mañanas escogidas, sino dejarnos envolver y gozarnos, muy dentro, en el Corazón de Dios...
 
Esto lo han vivido muchos hombres y mujeres antes que yo, lo sé. Ya San Juan de la Cruz cantaba con la exuberancia de esta experiencia, en la canción 23 de su Cántico Espiritual:
 
“De flores y esmeraldas, en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas, en tu amor florecidas,
y en un cabello mío entretejidas”...
 
Las flores y las hierbas cantan la grandeza de Dios y yo, en el frescor de la mañana, pongo “mi cabello”, cosa tan frágil, para engarzar la gracia y los dones de Dios que Él nos regala con exuberancia.
 
Hoy el reto del amor es que te levantes temprano y alabes a Dios por la maravilla de la mañana. 
 
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¡Feliz día!
 
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