Para poder gestionar desde la no resistencia las cosas que nos pasan es necesario renunciar al propio ego. Un buen momento para comprobar cómo vamos de apego a nuestro ego nos lo brinda la propia vida, cuando nos toca vivir circunstancias de tensión más elevada. Ahí ponemos a prueba nuestro trabajo interior y nuestra fortaleza. A lo mejor somos capaces de aguantar  y hasta con amor un buen porcentaje de tensión emocional, pero la prueba para ver si lo estamos haciendo bien es examinar nuestros pensamientos sobre todo después de determinados incidentes fruto de la complejidad de las relaciones humanas. Si ante los equívocos e incomprensiones somos capaces de seguir en paz interior y armonía vamos bien. Paz interior auténtica, la que no guarda resentimiento y procura ver la realidad desde el ángulo positivo, que existe objetivamente hasta en la circunstancia más desfavorable.
Si por el contrario el periodo refractario de nuestra emoción es muy largo, entonces corremos más riesgo de que nuestro ego, a través de un rapto emocional, se apodere de nuestra persona y traicione a nuestro ser. Durante el rapto actuamos y hablamos como nunca hubiéramos querido hacerlo, y nos parece haber echado por tierra el trabajo de meses. Significa entonces que aún no vivimos plenamente desde el ser, que vivimos conectados con la semilla divina que mora en nosotros sólo  a ratos. Nos falta pues trabajo interior de desapego del ego, ese fantasma que quiere adueñarse de nuestra existencia, de nuestro presente. Te asalta con pensamientos, con apego al propio juicio, con reacciones desmedidas; tiene mil maneras de boicotear el momento presente, que espera en cada instante para ser vivido. Desde él, el futuro se autogestiona. Una trampa para que no nos elevemos por encima de nosotros mismos y llevemos una vida que pueda auténticamente llamarse así.
Esos momentos, que pueden ser tristes o iracundos, son piedras preciosas en nuestro camino de crecimiento, pues si los gestionamos adecuadamente se convierten en los faros de nuestro camino personal, único e intransferible, que aunque estemos acompañados, debemos recorrer solos y con nuestras fuerzas.

 


1. En primer lugar no desanimarnos. Sólo con espíritu positivo podremos salir del atolladero. Para ello nos puede servir ver esas caídas como una oportunidad de autoconocimiento, pues si bien esos raptos no hablan de lo que estamos llamados a ser, sí nos cuentan por donde orientar el trabajo interior.

2. He aquí algunas herramientas para fortalecerse interiormente y poder gestionar de la forma más óptima las vicisitudes de la vida (tanto las que son fruto de nuestras propias limitaciones como las que nos vienen dadas por las circunstancias) :

a) Conseguir una oración experiencial, que te lleve a  un sólido arraigo en Cristo, la máxima fuente de luz, amor y fortaleza. Y desde esa experiencia lograr un profundo autoconocimiento, a través del cual vamos viendo y quitando sombras para adentrarnos en la luz.
b) Comunicación no violenta, comenzando por nuestras conversaciones interiores, y siguiendo con el modo de relacionarnos con los demás. Sinceridad y amabilidad en el trato, sin hipocresía ni afectación, con un fondo de amor real y convencido.
c) Pasar al hacer, innovando, realizando nuevas acciones y adoptando actitudes que nos encaminen a vivir como si ya hubiéramos superado la prueba. Por ejemplo, si te puede la tristeza del mal que has hecho, esforzarte por sonreír en cualquier ocasión propicia. Incluso estando solo, sonreír, y procurar que la sonrisa brote del corazón. Si te pueden los pensamientos negativos, cazarlos al vuelo, y sustituirlos inmediatamente por el pensamiento contrario, o por uno positivo. Si te puede la ira, antes de gritar o pegar, contenerte o dar una carrera... La lista podría ser muy larga; cada uno puede descubrir lo que le sirve para ir adelante en su propio camino de crecimiento.

Por mi parte, acepto el reto.