Me gustaría estar ahora mismo en un rincón de Lourdes, Fátima o Medjugorje. Pasar una semana en cualquiera de esos tres lugares donde tan presente está María. En un rincón, sin hacer nada del otro mundo. Con mis libros y mis agendas, poniendo el alma al día de una mayor intensidad en el amor a Dios. Mirar la fe de las personas, sobrenaturalizar mi vida, que corre el peligro de dejarse llevar por lo más ramplón o fácil. Mirar a todas esas gentes que rezan a mi lado, y aprender, como si fuera un niño pequeño. Aprender al lado de mi Madre, a la que cada día necesito más. Y leer con Ella, leerle a Ella lo que escribo, o hablar los dos sobre literatura y su poder evocador de Dios. El alma es la que necesita expresarse, hacerse comprender, para que alguien la escuche. Le diría a María mi versión de la literatura, que no es otra cosa que una forma nada despreciable de hacer oración, de hablar con Dios, o al menos de buscarle. Estar allí, mirar, ver: sentir junto a mí el corazón de las personas. En un rincón rezar, con o sin palabras; contemplar la luz y los colores de las almas. Escuchar el canto de unas aves o ese otro mariano, o el rumor de ese río que me dice a Dios. Escuchar a mi Madre… Fijarme en el Cielo. Allí, en un rincón cualquiera, sentarme y abrazarme al amor redentor. Sólo unos días. En Lourdes, en Medjugorje o Fátima. Asomarme al misterio del hombre y a la ternura que es la fe. Y ofrecerle a Dios, por medio de Su Madre, mi vida, tan cargada de literatura y de libros y de anhelos que no sé si veré cumplidos. Y allí, en esos lugares, ir aprendiendo lo que Es de verdad la Poesía. Porque yo sé que todos los versos que intento o leo tienen un entresijo divino. Todos los poetas son creyentes. En todos los poetas habita un entramado de creencia. Yo lo sé, o lo intuyo. Con la poesía se reza, y cuando se reza -conscientemente o no- se aspira a la Poesía donde se resume el amor de Dios. Estar allí, ser amado y aprender a amar. Y calibrar la santidad de la belleza y del dolor. Ir al meollo de la existencia y de la gracia de la mano de María. Alcanzar de una vez la felicidad. O al menos no perderla de vista. Mirar a Dios en los ojos de Su Madre. Abismarme en Ella, en Su pureza y humildad. Quisiera poder estar allí y entregarme y pedir perdón y seguir adelante con más diligencia. Quisiera estar allí, y regalarle a mi Madre bendita algún poema o alguna flor. O una sencilla mirada de amor, que a la vez sea poema y sea flor.