Al comenzar a devorar los turrones de chocolate que culminaban la cena de nochebuena de nuestro Comedor Social, algunos se animaron a contar sus sentimientos de esta noche tan especial. Intervinieron seis personas que nos emocionaron a los ciento setenta comensales hasta el punto de que casi se nos pasó la hora de ir a la Misa de gallo.

Taylor relató cómo había tocado fondo. Después de perder su trabajo, su dinero y el alojamiento y no encontrar a nadie que le ayudase, solo, en la calle, desesperado, se sumergió en su tristeza mientras pasaban las horas en el andén del metro mirando las vías de acero. Pensaba en tirarse al llegar el tren. Ya no quería vivir. No encontraba salida ni esperanza. Tampoco tenía fuerzas para lanzarse al foso. Tanto se notaba su aflicción que se acercaron dos ecuatorianos y se pusieron a hablar con él. Fueron muy amables y comprensivos. Le animaron a acudir a la parroquia de San Ramón Nonato, que no estaba lejos de allí. Aquella noche durmió en los Hogares María de Villota de nuestra parroquia. Encontró una familia. La desesperación se trocó en paz. Una luz le visitó unos días antes de la Navidad. De tal manera se recuperó emocionalmente, que en pocos días encontró un trabajo en toda regla.

Ahora, agradecido por celebrar en familia la navidad, nos daba un consejo a los que escuchábamos: “sean amables y tiernos con la gente, porque quizás eso salve vidas”. El consejo procede de uno que se ha sumergido en las tinieblas, que ha saboreado la amargura de la soledad, y que sabe valorar el peso y la eficacia del amor.