EL AMBIENTE ERES TÚ

El procedimiento más seguro de hacernos
más agradable la vida
es hacerla agradable a los demás.
-Albert Guinon-

             Me contaba el arzobispo de Toledo, Mons. Francisco Cerro, que cuando él decidió hacerse sacerdote, era en la década de los setenta cuando ya había cierto enrarecimiento del ambiente religioso, al entrar en el seminario, le comentó al rector:

          —Y aquí, ¿qué ambiente hay?
         —El ambiente eres tú, respondió el rector.

          Crecer como persona a lo largo de la vida es lo mismo que educarse. Es, por un lado, darse al máximo; es ser persona que hace suyas unas verdades valiosas, que ayudan a afrontar las dificultades con valentía, que se supera para hacer el bien a sí mismo y a los demás. Eso supone progresar en riqueza interior al cultivar la propia singularidad, y crecer en sociabilidad, en capacidad de apertura al otro.

          Hoy, nos encontramos con algunas concepciones que intentan conseguir el primer puesto en el horizonte de sentido de los hombres del siglo XXI. El relativismo, el pensamiento débil y también una cierta apología del sinsentido generan un mundo de cortos ideales, pragmático y fragmentado. Esto crea unas personalidades desestructuradas, aquejadas de miedos y depresión, sin ideales. Unos hombres a quienes falta la ilusión por superarse como personas, porque no saben en qué consiste ser tales.

         Cuando se asume el trabajo personal para perfeccionarse, hay que contar con la búsqueda permanente y estable de lo bueno, lo verdadero y lo bello. Una buena educación facilita los actos virtuosos de modo que así se favorece la libertad para tender al bien. Es una apuesta por una vida de virtudes que depende del deseo personal de autosuperación sin depender del ambiente; al contrario, él crea el ambiente.

         Querer o no querer; comprometerse o no comprometerse: esa es la cuestión. Esas son las dos opciones posibles. Me educo a lo largo de la vida si quiero, si me comprometo sin depender del ambiente.

          El ideal de la educación es la auténtica formación del carácter con lo que esto supone de rectitud en el obrar y firmeza en las decisiones. Es preciso un alto ideal para que las decisiones de la voluntad sean estables.

          En su libro Temas capitales de la educación, F.W. Foerster dice que «la educación no consiste en dar al hombre tales o cuales hábitos, sino, ante todo, en enseñarlo a dar la debida jerarquía a las finalidades de la vida, de modo que aprenda a dar la preferencia a lo trascendente y a resistir a tiempo la presión importuna de los fines particulares y accidentales».

          Porque, aunque indudablemente las circunstancias nos influyen, no podemos formar personas ambientadas, sino ambientadoras, al ser conscientes que «el ambiente eres tú».