La prudencia es algo muy necesario y forma parte de nuestra fe; sin embargo, en el intento de dar a conocer el Evangelio nos hemos pasado de prudentes. Por ejemplo, reduciendo algunas misiones a un servicio social sin dar a conocer explícitamente a Jesucristo o cuando nos cuesta hablar de él en ámbitos académicos por aquello de que nos vayan a considerar “anticuados”. Es cierto que no se trata de estar hablando siempre de lo mismo o de insistir en plan proselitista, pues son dos cosas que no van con nuestra identidad católica, pero hay que reconocer que nos hemos pasado de prudentes al confundir asertividad con pasividad y hasta complejo de inferioridad. A veces, por un falso respeto a la diversidad, al que piensa diferente, matizamos demasiado lo que creemos al punto de diluirlo. No se trata tampoco de ser ideólogos o rígidos, sino de comunicar la experiencia de Dios con el ejemplo y la palabra.

Nos toca dar a conocer explícitamente a Jesús. Tiene mucho que decir al mundo de hoy. Es la respuesta a los principales problemas que estamos padeciendo; sobre todo, a esa falta de sentido que entristece y genera tanta ansiedad. La primera tarea de la Iglesia, incluso por encima de la necesaria ayuda a los sectores menos favorecidos, es la de enseñarlo a lo largo y ancho del mundo. Después y como eco de sus enseñanzas, van todos los empeños en transformar a la sociedad; especialmente, en medio de los sectores que sufren a causa de la marginación. En otras palabras, primero Jesús y de ahí las implicaciones que de ello se derivan frente a la injusticia.

Disimular la fe para favorecer el diálogo es jugar mal. Nos toca dialogar, ¡no hay duda de eso! Pero desde la propia identidad. Dialogar como lo que somos; es decir, católicos y no andar disimulando nuestra fe, poniéndole otros nombres. Demos paso a un Jesús explícito en los diferentes espacios de la Iglesia y de las demás oportunidades que tengamos. Hacerlo, eso sí, desde la oración, la coherencia y, desde luego, apoyándonos en una mayor capacitación teológica y antropológica para evitar que nuestra opción se vuelva una cuestión trivial, fanática o desencarnada de la realidad. La evangelización es, ante todo, hablar claramente sobre Jesús y su propuesta.