Hace unos días, un maravilloso torero, valiente como todos los que se dedican al oficio, Serafín Marín, tuvo la idea de salir al coso de Las Ventas con una barretina por montera y una señera por capote de paseo. Una señera en la que se podía leer “La libertad no se prohíbe” en clara referencia a la proscripción que se atisba en lontananza de la española fiesta en Cataluña, más por española que por taurina, cosa que a nadie se le oculta.
 
            Como si de una faena en toda regla se tratara, el gesto produjo división de opiniones, desde los que pedían ya la oreja al compás de sus aplausos, hasta los que indignados, pedían la devolución a toriles del capote de paseo.
 
            Soy de los que se habría levantado y aplaudido. Ahora bien, como afirmo esto, afirmo también entender a los que no lo hicieron. Cataluña y sus gentes, deberían reflexionar. El paseo de su bandera por las tierras de España suscita, cada vez, menos simpatía, y no puede decirse que falten razones para ello. Es sin duda el caldo de cultivo que buscan algunos para justificar lo injustificable, a saber, que Cataluña es una nación que no es, y que los catalanes no son lo que sí son, a saber, españoles. Pero los que no comulgan con quienes presentan esa imagen de Cataluña, vale más que empiecen ya a movilizarse, o a lo mejor, hasta llega el momento que una vez predijo para las entrañables Vascongadas un expulsado dirigente peneuvista, Emilio Guevara, para quien el día que finalmente se convoque en España el referéndum vasco de independencia, ésta iba a cosechar mayor respaldo fuera del País Vasco que dentro de él.
 
            Tengo un amigo que se afana en explicarme las razones por las que hay que hinchar por un equipo español cuando juega contra un equipo que no lo es. “Aunque ese equipo sea –dice él- el Barcelona”. Y no le falta razón. Lo patriótico, más aún que lo patriótico, lo natural, es desear el triunfo de cualquier equipo español que juegue contra otro que no lo sea, aunque sus colores no se correspondan con los que uno lleva en el corazón.

            La cuestión cuando se trata del Barcelona, es que el problema ha dejado de ser ya el de su indiscutible e incuestionada españolidad para pasar a ser, a tenor de lo que constituyen sus últimas manifestaciones, el de su antiespañolidad. El Barça es el único club del mundo (miento, en España hay alguno más), que más allá de ser español o no, es antiespañol, cosa que no le ocurre a ningún equipo ruso, alemán, italiano, francés, o de cualquier otra nacionalidad, que yo conozca. En ningún campo ni de Europa ni del mundo, juega el Madrid o la Selección española bajo una gigantesca pancarta que diga “Inglaterra no es España” o “Argentina no es España”, pongo por caso, como, refiriéndose a Cataluña, se juega tan a menudo en el Nou Camp. En ningún campo del mundo se recibe a nuestro Rey con otra cosa que no sea una enorme simpatía, y a nuestro himno con otra cosa que no sea el respeto que a los himnos se debe, contrariamente a lo que ocurre cuando el partido se celebra en el Nou Camp, o el que juega es el Barcelona.
 
            Hora es de decirlo como hora es de dejar de callar por miedo a los dictadorzuelos de lo políticamente correcto: el Barça es, en estos momentos, un equipo antipático para muchos españoles, y no lo es por ganar al Real Madrid, cosa que hasta los más acérrimos madridistas entre los que me cuento, reconocemos justa en el momento presente. Sino por ser antiespañol, curiosa paradoja en un club que, en estos momentos, es el más grande de los clubes españoles.
 
            Razón, finalmente, por la que el pobre Serafín Marín, un gran torero español de Cataluña, tan grande que acabó saliendo por la Puerta Grande de Madrid, fue abucheado por tantos aficionados cuando hizo su entrada en la plaza envuelto en una bandera española llamada señera catalana, que no es otra, por otro lado, que aquélla de la que un club llamado Barcelona F.C., y como él tanto oportunista, están haciendo un uso tan bastardo como para que un torero catalán no pueda, cuando se le ponga por montera, salir envuelto en ella en cualquier plaza de España.