Sin duda conocen Vds. el caso porque ha tenido inesperada trascendencia: una pareja que discute en una discoteca sobre la hora de volver a casa. La cosa, probablemente mojadita en algo de alcohol, se les va de las manos, y por este orden, ella le propina a él un puñetazo, él le devuelve un tortazo a mano abierta, y ella cierra el combate con una patada, ignoro el destino aunque me lo puedo imaginar. Con una honrosa victoria por 2 a 1 para ella, se acaba el partido.

             Semejante mierdecilla de caso, porque mira que es mierdecilla de caso, llega, después de dos juicios previos, nada menos que al Tribunal Supremo, que, o anda algo aburridillo, o España, efectivamente, va bien, y ya nadie comete delitos (para que luego digan que la justicia está sobrecargada). Y el Tribunal Supremo emite sentencia: resultado, tres meses de cárcel para ella, seis meses para él. ¿Pero no había empezado ella? ¿Pero no había repartido ella más y mejor? Pues no, los seis meses para él. Claro, lo de ella es una “simple” agresión (a patadas y puñetazos, pero simple agresión, oiga), lo de él en cambio (aunque sólo se trate de un tortazo) es… ¡¡¡violencia machista!!! ¿Se dan Vds. cuenta? ¡¡¡Violencia machista!!! ¡Oiga, Antequera, que el etarra De Juana Chaos cumplió ocho meses por cada asesinato de los veinticinco que cometió! ¡Sí claro, pero es que lo suyo no era violencia machista, hombre, que una cosa es matar a veinticinco tíos y otra muy diferente darle una torta a una señora que te ha pegado un puñetazo! ¡Seamos serios!

             Total, que la sentencia ha dejado algo perplejo al personal que empieza a preguntarse si no nos estamos pasando un pelín con esto de la violencia machista y no nos hemos hecho, como vulgarmente se dice, “la picha un lío”.

             Pero no es en ello, con ser llamativo, en lo que quiero abundar ahora, no, sino en un aspecto aparentemente secundario de la cuestión que es el que, sin embargo, me resulta más llamativo aún.

             Parece ser que ninguno de los dos agresores, ni ella ni él, denunció al otro, y que si todo esto ha pasado ya por dos juicios y llega a un tercero en el Supremo (que ya es bastante condena pasar por tres juicios) es porque ambos fueron denunciados por una tercera persona.

             Pues bien, ahora la pareja, los dos, -los dos, ¿eh?, ella también-, por un calentón más o menos "regado" y por culpa de un señor que pasaba por allí, se hallan con antecedentes penales y todas las consecuencias a las que ello da lugar a efectos profesionales, a efectos sociales; mal mirados por la calle; soslayados por sus amistades, por sus familiares… Y los hijos, (ignoro si los hay pero imagínense Vds. que sí): ¿cómo miran ahora esos hijos a sus padres? En cuanto a ellos, tras pasar por lo que han pasado, ¿siguen juntos, se siguen queriendo como, según parece, lo hicieron alguna vez, siguen atendiendo las mutuas necesidades de su hogar?

             Cuando yo estudiaba derecho, la barbaridad a superar gracias a cuatro mil años de evolución del derecho -¡cuatro mil!-, desde Hamurabi hasta el Tribunal Internacional de La Haya pasando por el derecho romano, Francisco de Vitoria, la Revolución Francesa, Savigny, Kelsen, era la llamada “ley del talión”: el famoso “ojo por ojo, diente por diente”, un código barbárico según nos decían que, bien mirado, dictaba al menos que la condena nunca fuera ni más cruel ni más penosa que el propio delito. Es verdad que si uno acababa con la vida del vecino, el talión dictaba acabar con la suya, pero no lo era menos que si uno “sólo” le sacaba el ojo, con entregar el suyo pagaba la deuda.

             Trasládenlo Vds. ahora al caso en cuestión: por una simple pelea de pareja de las que -por favor, no se rasguen Vds. todavía las vestiduras- han pasado tantísimos hombres y tantísimas mujeres en este país y en todos los del mundo de manera absolutamente impune, ahora tenemos a dos personas en la cárcel (irán o no, pero condenados), sus vidas sociales y profesionales destrozadas, su hogar hundido, vecinos, amigos y padres avergonzados, los hijos quién sabe cómo ni donde… ¡Les han destrozado la existencia a ellos y a cuantos les rodean!

            ¿Era necesaria tanta pena? ¿No les parece un proceso absolutamente aberrrante, totalmente salido de madre? ¿No será que, por desgracia y por mor de las leyes de ideología de género, hemos llegado de nuevo a ese punto de la historia en el que es necesario reclamar el talión para poner un poco de orden en el derecho? ¿Será posible que tengamos que salir de nuevo a las calles gritando esta vez “¡vuelve Hamurabi, vuelve!”? Por el amor de Dios, ¿tanto hemos retrocedido en estos años?

 

            ©L.A.

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