Veróni­ca Stauffen, madre de 45 años, había ido cinco días a Nueva York junto a su pequeño hijo de 7 años. Visitaban a Milagros, una amiga oficinista, en su trabajo en el rascacielos World Trade Center de 110 pisos y 250 ascensores. De repente... estalló una bomba. Fue en 1993. Tardaron tres horas en bajar del piso 51 hasta la calle. Verónica y Milagros testimoniaron, entre lágrimas:

 «Las escaleras estaban llenas de humo y de gen­te desesperada. Era difícil bajar. Los había, por cansancio, sentados en los peldaños. Otros vomitaban. Hubo quien sufrió un ataque al corazón. Una mujer embarazada tuvo los síntomas del parto. Lo más angustioso de todo era, no saber qué hacer. Que nadie te dijera dónde debías ir.

«Lo único que hacíamos era: Rezar y bajar... Rezar y bajar...
Casi todo el mundo rezaba. Oíamos que muchas personas invocaban a Dios o rezaban el Padrenuestro en inglés y en español».

 «En la fe en Dios, en la oración, recibimos fuerzas y ayuda, tanto en la dimensión humana, psíquica, espiritual, como en la trascendente».

 Creer en Dios y saber rezar, es esencial para los momentos aciagos de la vida y más aún, ante el peligro de una muerte inminente.
Y uno piensa: Quien no cree en Dios... ¿en qué o en quién se agarrará? 

El Nobel de Medicina, el Dr. Alexis Carrel sentenció:
La oración es variación sobre dos temas: la angustia y el amor”.