Como diría el gran Chiquito de la calzada “la cosa está muy malita”. Esta mañana, durante unas comuniones en el colegio de mis hijas ha sucedido un episodio sacrílego que va siendo relativamente común últimamente. Al menos dos imbéciles, invitados de algún niño que hacía la Primera comunión; se llevaban a casa la Sagrada Forma. Las catequistas se lo han intentado impedir y él tras forcejear y vociferar se la ha comido. Se ha puesto chulo y se ha encarado con las catequistas. Pero claro, de qué nos vamos a extrañar si, como reconoce la defensora del lector de El País, Milagros Pérez Oliva, ha habido muchas quejas de lectores por el acoso y derribo al que se ha sometido a la Iglesia desde hace meses (yo diría años) y en los foros de El País lo menos que llaman a los curas es anticristos, se pide la castración para ellos y la cárcel para el Papa.

La semana pasada en un magnífico artículo en El País (si, he dicho magnífico) el Padre Martín Patino, colaborador y muy amigo de la familia Polanco (ofició en el funeral del fundador de El País) pone el dedo en la llaga y se lamenta de que “los “representantes de la opinión pública”. Más que representarla contribuyen a formar esa opinión” y “¿O es que esto de la veracidad ha pasado a segunda fila?” Y “Todos conocemos la técnica de la repetición insistente, de la primera plana, del tono del comentario”. Prosigue el padre Martín Patino: “como soy sacerdote y religioso, de ahora en adelante tendré que andar con especial cuidado en mi trato con los adolescentes” y se despide del que considera su amigo, Juan Luis Cebrián, con un párrafo para enmarcar, dice así:

Con sinceridad de amigo. No conozco pasión más anacrónica que la del anticlericalismo. Ni causa de más descrédito que la de hablar públicamente de lo que uno no se ha informado suficientemente. Estoy seguro de que la mayoría de los periodistas no caen en los errores que denuncio. Pero, ¡caramba!, es que llevamos un invierno de miedo.

Yo añadiría a lo que dice el bueno del padre José María una pequeña reflexión para los lectores. En una entrevista a una de las monjas con las que estudió Bibiana Aído decía que la ministra las quería “algo exagerao”; y que “los valores de la familia de Nazaret fueron el fundamento de su educación, y eso queda”. Yo, me quedo boquiabierto, casi tanto como al leer el comienzo del artículo de Martín Patino que (insisto en que es estupendo) dice: “Me gustaría coincidir plenamente con el discurso pronunciado por Juan Luis Cebrián en el acto de entrega de los premios Ortega y Gasset y publicado por este diario al día siguiente, el 5 de mayo.” Bueno, a mí también me gustaría siempre y cuando no dijera tonterías, no por el hecho de ser amigo tenemos que estar de acuerdo en todo. Y desde luego que no dude que en ese periodismo, como el de El País, y en la política de Bibiana Aído se encuentra el germen del sacrilegio cometido en la ceremonia de las Primeras Comuniones del cole de mis hijas.

Y doy gracias a Dios por no haber estado allí.