Cuando he leído la noticia no sabía si era una broma, un error, una tomadura de pelo, una inexactitud, o lo más probable de todo, la triste realidad... y simplemente se trataba de un nuevo experimento de ese Gobierno que ha convertido Cataluña en el gran laboratorio mundial de ingeniería social del s. XXI.
 
            Parece ser que al secretario general de la consejería de interior del Gobierno de Cataluña. Sr. Joan Boada, se le ha ocurrido, de cara a proveer, -según sostiene-, por la seguridad vial, que los viejos catalanes salgan a la calle provistos de un traje reflectante que denote su presencia a distancia. Dado el nivel al que las libertades rayan en la entrañable región española del nordeste, de lo que es buena prueba, sólo a modo de ejemplo, la que posee cualquier ciudadano catalán para escolarizar a sus hijos en castellano, o de la que el mismo ciudadano goza para rotular su comercio en español si tal es lo que le place, muy posiblemente la idea de que los viejecitos catalanes lleven chalecos reflectantes consista en algo más que una amable invitación, y venga acompañada de persuasivas "multitas" que les ayuden a comprender las bondades del sistema. A unos meses vista, un registro de viejos tampoco estaría mal, y un poquito más adelante, se podría completar el sistema con nuevas iniciativas tendentes todas ellas a aliviarles a los viejos catalanes su vejez.
 
            A mí la bromita me ha traído inmediatamente a la cabeza el sambenito que durante los años que rigió en España la Inquisición, más de tres siglos, portaban los señalados por ella. Y también, la estrella amarilla que en la Edad Media, y aún en tiempos posteriores como bien saben los que conocieron la Alemania del Sr. Hitler, lucían los judíos. El funcionario de la Generalitat me responderá que el reflectante chalequito está destinado a salvar la vida de los ancianos catalanes. ¿Pero acaso no servían para lo mismo el sambenito y la estrella amarilla? Que se lo digan, si no, a los que, después de haber sido instruídos en las ventajas del sistema, se empecinaban en desatender su seguridad e insistían en no portarlo.
 
            Las cosas que están ocurriendo en Cataluña serían cómicas, de no ser porque, bien al contrario, son dramáticas. Y alguien con ideas como la que tiene el Sr. Boada no sólo no está encerrado en un psiquiátrico, sino que ad maiorem Cataloniae gloriam, es nada menos que secretario general de una consejería del Gobierno.