En 1859, el importante biblista sajón Konstantin von Tischendorf halla en el monasterio de Santa Catalina, en el Monte Sinaí, en el lugar donde la tradición supone que Moisés vio la “zarza que ardía sin consumirse”, el Codex Sinaiticus, considerado el códice más antiguo llegado a nuestros días con el Nuevo Testamento completo.

            Datada su confección entre el 330 y el 350 d. C. es, posiblemente, incluso más viejo que el otro gran códice que ha llegado a nuestros días con el Nuevo Testamento completo, el Códice Vaticano. Un comentarista del libro por cuyas manos pasaría, presumiblemente del s. VII, dejó escrita en él esta anotación reveladora: “Este códice fue comparado con un ejemplar muy antiguo corregido por la mano del santo mártir Pánfilo, cuyo ejemplar contenía, de su propia mano, al final de la suscripción: ‘Tomado y corregido de acuerdo a la Hexapla de Orígenes: Antonio lo comparó: Yo, Pánfilo, lo corregí”. El Pánfilo en cuestión es, sin duda, el fundador de la Biblioteca de Cesarea junto con Eusebio de Cesarea, escritor cristiano autor de la antiquísima “Historia Eclesiástica”, y habría muerto en 309.

            Tischendorf conseguirá que los monjes le permitan llevarse el Códice para el Zar Alejandro II de Rusia, patrocinador de su viaje y protector de la Iglesia ortodoxa a la que pertenecía el monasterio, en pago de lo cual, éste les haría llegar 9.000 rublos. Razón por la que el manuscrito se guarda hoy día en la Biblioteca Imperial de San Petersburgo.

            Más antiguos que el Códice Sinaítico sí nos han llegado fragmentos neotestamentarios, así por ejemplo el Papiro Bodmer o el Papiro Chester Beatty, por no hablar del Papiro Rylands, el fragmento neotestamentario más antiguo descubierto nunca, datable del segundo decenio del s. II y separado por lo tanto de la elaboración del texto que contiene, un fragmento del Evangelio de Juan, por menos de un cuarto de siglo, una marca imbatible e imbatida en cualquier obra literaria antigua. Pero no una copia completa, categoría en la cual, el Códice Sinaítico es el ejemplar más antiguo del que disponemos al día de hoy.

            Además del Nuevo Testamento completo, el Códice Sinaito contiene una parte importante del Antiguo Testamento, y dos textos apócrifos, la Epístola de Bernabé y el Pastor de Hermás, aunque éste incompleto, obras cuya existencia se conocía, pero cuyo texto no.

            Cuando hablamos de códices estamos hablando, para entendernos, de libros, un formato que por la época en que se confecciona el Sinaítico no estaba completamente consolidado, y todavía competía con el formato “rollo” en el que se escribía por ejemplo la Torah. Un libro, en este caso, compuesto de 346 hojas de 38x34 centímetros cada una.

            Más allá de su hallazgo por Tischedorf, poco se sabe sobre la historia del Sinaítico, pero se suele asociar con las cincuenta copias de la Biblia que en 331 encarga el Emperador Constantino para las iglesias de Constantinopla, cuando con el Edicto de Milán de 313 que despenaliza el cristianismo, inicia el camino hacia la cristianización del Imperio.

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            ©L.A.

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