La envidia es una desazón, una tristeza interior, que puede y suele manifestarse en el exterior de quien la padece.

La envidia es debida a los pequeños triunfos, a las alabanzas… que otra persona recibe y el envidioso no puede soportar.

La envidia  - en cierto modo-  es: un regocijo, una complacencia interior,  un alegrarse de los males, de los fracasos… de otro.

Los autores clásicos antiguos nombraban a la envidia como “el vicio amarillo”… que nos infecta, es tóxico por dentro, además de hacernos inseguros, mezquinos y no arranca de nuestro interior la verdadera alegría.

Si a uno le sobreviene la envidia hemos de echarla de inmediato muy lejos de nosotros.

La envidia no aporta nada bueno. Sí muchas cosas malas.

Perdemos el control de nosotros mismos. Muestra la falta de virtud. Y enseña ante los otros tal como somos por dentro y por fuera: imperfectos, sin control, nos amarga  y mostramos nuestro descontento y envidia. en nuestro comportamiento exterior la envidia por un triunfo de otra persona.

El envidioso suele ser crítico mordaz. A veces injusto llevado por el amor propio. Tal vez intolerante, maléfico, nada caritativo, con muy poco dominio sobre sí mismo y lo que es peor, no se da cuenta de que la envidia es un gusano que lo primero que muerde, daña, perjudica, es a quien siente envidia. Y se pasa mal.

Los maestros espirituales dicen que “la envidia es la fiebre crónica de las almas pequeñas y sin vida interior."

La envidia se vence poniendo amor, dando amor, deseando más éxitos al envidiado. 

La caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia, la caridad no hace sin razón, no se engríe. [...] Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.