“Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.”  (Mt 2, 10-11)

La fiesta de la Epifanía es, litúrgicamente, la fiesta de la presentación del Señor y de su mensaje a todos los pueblos, representados éstos en los tres Magos. La tradición, sin embargo, se ha fijado siempre en el detalle de que los Magos ofrecieron al Niño Jesús y a sus padres unos dones, unos regalos, de ahí, al menos en los países latinos, el que este día se haya convertido en el momento elegido para hacer llegar a los demás unos presentes como muestra de nuestro afecto.

En lugar de limitarnos a quejarnos contra el despilfarro y el consumismo, podemos fijarnos en que Jesús sigue, hoy como cuando nació en Belén, necesitado de regalos, de ayuda. Lo primero que quiere de ti es que seas tú mismo el que te ofrezcas a Él y eso lo harás cuando le digas, con sinceridad y no sólo con palabras vacías, que Él es lo primero en tu vida, lo más importante. Después, puedes pensar en qué cosas le gustarían a Él que tú le dieras, teniendo en cuenta que Dios está presente en el prójimo que pasa necesidad: el enfermo, el solitario, el hambriento, en definitiva en todo aquel que necesita ayuda.

Sé tú un Rey Mago. Dale tu corazón a Jesús y tu amor al prójimo. Y hazlo con alegría, porque ayudar al Señor es un privilegio, un gran don, el más grande al que puede aspirar un ser humano.