Miremos a la sociedad que nos rodea. Aunque existan diminutos puntos de luz, lo que impera es la soberbia y el egoísmo. Detrás de la filantropía se esconden intereses de personas y grupos. Tendemos dividirnos y luchar continuamente, despreciando la unidad que nos guiaría. La Iglesia, también sufre de la misma enfermedad, ya que la conformamos personas influidas por el entorno social en el que vivimos. Lo podemos ver claramente con la polémica que ha aparecido hace pocos días sobre la pena de muerte. ¿Qué buscamos? Imponernos unos a otros por los medios de poder que cada cual tiene a su disposición.

Sin dejar de tener presente este escenario social, leamos el pasaje del Evangelio de hoy. Nos presenta una mujer cananea. Una sencilla mujer que no era judía y que por lo tanto, era rechazada sin compasión alguna. Incluso el Señor le señala que ella no forma parte de su misión. ¿Qué esperanza le queda a la pobre mujer? Lo normal sería retirarse y aguantar. Llorar en soledad la impotencia para acceder a Dios que parece ofrecerse a otros que la rechazan. Pero la mujer no quedó encerrada en su impotencia. El Espíritu Santo le dio fuerzas para señalar que la bondad de Dios es para todos los que creen y necesitan de Dios. La sencillez de la mujer era al mismo tiempo la sabiduría del Espíritu:

Ved la sabiduría de esa mujer. No se fue a los hombres seductores, ni buscó fórmulas vanas, sino que dejando todas las supersticiones diabólicas, se va al Señor y no pidió a Santiago, ni suplicó a Juan, ni se acercó a Pedro; sino que amparada en la protección de la penitencia, corrió sola al Señor. Y mirad una escena nunca vista. Pide y manifiesta con gritos su dolor y el Señor, que tanto ama a los hombres, no le responde y por eso sigue.... (Orígenes, hom. 7 inter collectas ex diversis locis)

¿Qué hacemos ahora nosotros? Vivimos en una moderna y postmoderna Torre de Babel en la que los partidos luchan por el poder y para imponer su punto de vista sobre los demás. ¿Cuántas polémicas eclesiales arrastramos? Cientos de ellas que no reciben respuesta y que van carcomiendo los cimientos de nuestra esperanza. En estos meses he hablado con varios sacerdotes y me comentan que se sienten desbordados por las tendencias partidistas intraeclesiales. Son personas que se consagraron en tiempos de Juan Pablo II, dentro una Iglesia muy diferente. De igual forma, muchos fieles se sienten desesperanzados porque la Iglesia parece más interesada en la agenda del Nuevo Orden Mundial, que en ofrecerse como espacio sagrado donde encontrarse a Dios.

Orígenes de Alejandría nos indica algo muy interesante. La Cananea no fue a buscar fórmulas vacías y convencionalismos socio-culturales. La Cananea fue directamente a Cristo y le mostró que en ella había una fe que sobrepasaba partidos, etnias o aspectos normativos internos al judaísmo. Ella creía y clamaba a Dios directamente desde su esperanza. Tal vez deberíamos de mirarla como ejemplo y empezar a vivir con esperanza. Alejarnos de quienes construyen y promocionan Torres de Babel y caminar hacia la Luz del mundo, que es Cristo.

¿Qué hizo la mujer cananea? no fue a segundos salvadores a implorar su magia, micro-carismas o poder. Tampoco aceptó lo que parecía ser su fatal destino. El Espíritu Santo le lleno de sabiduría e imploró a Cristo directamente. Aunque los Apóstoles y el mismo Cristo le dijeron que dejara de molestar, ella imploró con esperanza sin dejarse llevar por las "circunstancias" que estaban en su contra. Más que fe, que es conocimiento-entendimiento, la mujer cananea tenía esperanza. Esperanza que es sentimiento que mueve más allá de lo que, racionalmente, nos parece adecuado y posible. Hoy andamos liados con micro entendimientos eclesiales, micro-fe en segundos salvadores. Entendimientos ligados a partidos, tendencias, movimientos, liderazgos, etc. Si no somos capaces de encontrar la unidad en la fe, al menos, busquemos con esperanza a Cristo.

Hoy en día tenemos una sociedad y una Iglesia en descomposición. Ante la tormenta, nos agarramos a cualquier palo flotante (partidos eclesiales en los que ponemos nuestras esperanzas) o simplemente nos dejamos ahogar sin esperanza.

Resumiría mi texto con una pregunta ¿Por qué no imploramos directamente a Cristo y le hacemos el centro de nuestra esperanza?.