¡Alégrense, noble compañía reunida por Dios, asamblea unida y de alma y corazón animada por el amor filial y el amor fraterno, réplica sobre tierra de la tropa de los ángeles! (…) ¡Alégrense trabajadores de Dios, (…) hombres apostólicos!  (…) Alégrense, ustedes que ponen su alegría los unos en los otros, cada uno haciendo propia la buena reputación de su hermano, ustedes en los que no se encuentra celosía, ni rivalidad ni envidia sino paz, caridad y vida común. No digo que no somos atacados, ya que es coronado el que lucha y combate, el que intercambia  rasgos y heridas con los asaltantes. Digo que no nos dejamos abatir por las maquinaciones de Satán. (San Teodoro el Estudita. Catequesis 47)

---oOo---

En esto de predicar sobre un monte y en la soledad, y no en la ciudad ni en el foro, nos enseñó a no hacer nada por ostentación y a separarnos del tumulto, principalmente cuando conviene dialogar de cosas importantes. (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,1)

Predicar es un noble oficia que debe estar alimentado por el Espíritu Santo. Tal como indica San Juan Crisóstomo, Cristo llevó a una multitud hasta “la Montaña” señalando que era necesario alejarse del mundo, lo inmanente, para estar más cerca de Dios. Lejos del tumulto de lo cotidiano, siempre tendremos nuestro ser más abierto para aceptar esas palabras llenas de sentido que nos transforman.

Tenemos en Religión en Libertad una entrevista muy interesante al P. Ramiro Cantalanessa. Recién creado cardenal. El P. Ramiro habla de su oficio de predicador del Papa y nos señala varias cuestiones de gran importancia. Una de ellas es esta:

»La fe, por lo tanto, como tal, florece solo en presencia del kerygma o el anuncio. "¿Cómo podrán creer -escribe el Apóstol, hablando de fe en Cristo-, sin escucharlo? ¿Y cómo podrán escucharlo sin que nadie lo anuncie?". Literalmente, "sin que alguien proclame el kerygma". Y concluye: "La fe depende, por lo tanto, de la escucha de la predicación", donde por "predicación" se entiende lo mismo que el "evangelio" o el kerygma. Por lo tanto, la fe viene de escuchar a la predicación. (P. Ramiro Cantalamessa. Entrevista ReL)

Predicar es evangelizar a quienes escuchan. La fe, esperanza y caridad dependen de tener un corazón que arda al escuchar la Palabra de Dios. La prédica debería encender los corazones, hacerlos arder. Esto le sucedió a los Discípulos de Emaús (Lc 24, 32) cuando escuchaban al Señor. En el Evangelio de hoy, Cristo llevó a la multitud lejos de todo para transformar su vida. Cada una de las Bienaventuranzas da sentido a la vida que vivimos día a día, siempre que vivamos en Cristo cada minuto de nuestra existencia. Seremos dichosos porque en Cristo todo tiene sentido, incluso el sufrimiento tiene sentido en el Señor. Evangelizar es precisamente esto: difundir la Buena Noticia. ¿Cuál es la Buena Noticia? Las Bienaventuranzas lo dejan muy claro: todo y todos tenemos sentido en Cristo, Hijo y Logos de Dios. Él mismo ha venido a decirlo a todo el que abra la puerta de su ser a la llamada del Señor (Ap 3, 20). ¿Puede haber mejor noticia que esto? Es imposible. Sobre todo en una sociedad como en la que vivimos. Una sociedad que rechaza el sentido que Cristo nos ofrece y sufre un terrible purgatorio por no abrir la puerta al Señor.

Utilizando un conocido refrán, “no creamos que todo el monte es orégano”. La naturaleza humana es limitada y además, está herida por el pecado. Aunque Cristo nos hable cara a cara, somos capaces de encerrarnos en nosotros mismos. Podemos, incluso, llegar a pensar que podemos utilizar a Dios como herramienta para satisfacer nuestros egoísmos. ¿Por qué digo esto? Conviene leer qué le sucede al Señor después de realizar le milagro de los panes y los peces. 

La gente entonces, al ver la señal que Jesús había hecho, decía: Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo. Por lo que Jesús, dándose cuenta de que iban a venir y llevárselo por la fuerza para hacerle rey, se retiró otra vez al monte El solo. (Jn 6, 14-15)

Este pasaje es coincidente con una de las tentaciones. 

Llevándole a una altura, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo. Y el diablo le dijo: Todo este dominio y su gloria te daré; pues a mí me ha sido entregado, y a quien quiero se lo doy. Por tanto, si te postras delante de mí, todo será tuyo. Respondiendo Jesús, le dijo: Escrito está: “AL SEÑOR TU DIOS ADORARAS, Y A EL SOLO SERVIRAS”.  (Lc 4, 5-8)

La sociedad tienta a quien evangeliza. Lo tienta con las glorias del mundo, siempre que adecúe la Buena Noticia a lo que la sociedad de cada momento estima adecuado. Hoy en día es complicado encontrar un evangelizador que no se ajuste al mundo. Si lo encontramos, nunca será en los espacios mediáticos de éxito. ¿Por qué? Porque señalar a Cristo y dejar que sea el Señor quien hable, es intolerable para la sociedad actual. ¿Más claro? Leamos la última de las Bienaventuranzas:

Bienaventurados cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.